Si yo dijera “reponedora”, seguramente pensarán que voy a hablar de Irene Montero. Si dijera “inútil”, sospecharán que me refiero a Irene Montero. Si dijera “usted ocupa un escaño sin mérito alguno”, razonarán que describo a Irene Montero. Si dijera “los pedófilos se benefician de su ignorancia”, creerán que acuso a Irene Montero. Si yo dijera “que Dios la coja confesada si alguno de los que benefició por su incompetencia comete otro delito”, vaticinen que estoy avisando a Irene Montero. Si yo dijera “usted es la prueba evidente de la poca consideración que nos tiene aquel que la puso en el puesto que ocupa”, imaginarán que desvelo alguna cosa de Irene Montero. Si dijera “deslenguada”, probablemente intuirán que estoy describiendo a Irene Montero. Si yo dijera “si tuviera vergüenza, dimitiría”, es posible que supongan que imputo a Irene Montero alguna cosa. Si yo dijera “donde no hay mata no hay patata”, presagien de quien estoy hablando. Si yo dijera “me salen sarpullidos cuando escucho su nombre”, predigan a quien va dirigido este vocablo. Pero no, prefiero no dar pistas de quién me estoy refiriendo, no sea que me salgan pupas.