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Cuando menos te lo esperas

Me he quedado asombrado de las humildes reseñas que le atribuyen a lo que a un servidor le pareció un auténtico milagro
José García Pérez
miércoles, 10 de febrero de 2016, 00:33 h (CET)
Anoche, harto ya de programas políticos, pasé un rato delicioso con la película “Cuando menos te lo esperas”, protagonizada por Jack Nicholson y la nominada, por su interpretación, al premio óscar Diane Keaton.

Esta mañana, todavía con el sabor de la romántica comedia, he rebuscado en Google para leer las críticas sobre el film en cuestión y, ciertamente, me he quedado asombrado de las humildes reseñas que le atribuyen a lo que a un servidor le pareció un auténtico milagro; tal vez los cítricos críticos no se toman en serio que “cuando menos te lo esperas, puede saltar una liebre en forma de amor”.

Resumiendo, la película viene a tratar del flechazo de amor que atraviesa a un hombre maduro y soltero, al tiempo que algo aventurero en cuestiones de mujeres, y a una famosa escritora divorciada y también entrada en años; de esa relación que brota porquesí o por pura química, el espectador, gracias a las dotes interpretativas de ambos actores, puede esbozar gratas sonrisas y más de una ligera carcajada, no exenta ambas de una posibilidad de derramar alguna que otra lágrima si es que, en alguna ocasión de su vida, se ha visto sorprendido por el hecho misterioso e inabarcable del amor.

Inenarrable la última secuencia filmada en París, más concretamente en los puentes del Sena, donde ambos se besan entre copos de nieve como dos auténticos adolescentes, pero con la sabiduría de una madurez que se torna juventud incandescente.

El film es sencillo, pero por favor no confundan lo sencillo con lo simple pues en la sencillez cohabita lo profundo con lo noble y en el simplismo, la idiotez en todos sus términos.

Lo importante para mí de esta película es el aviso que se nos da, a los ya entrados en edad, para estar ojo avizor de que el asombro no es exclusividad de la juventud, sino de toda persona que se deje llevar por la sensación de saber que “cuando menos te lo esperas”, o sea, a la vuelta de cualquier esquina te puedes topar con aquello que parecía prohibitivo para uno o una.

Y nada más, si no la han visto procuren verla y si ya la vieron, vívanla.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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