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Más pronto que tarde, mucho me temo, se van a tener que volver a convocar elecciones para elegir a un nuevo presidente del gobierno español. El que hasta ahora ha enarbolado la batuta del poder ejecutivo no convence a nadie más que a sus acólitos, y eso le enerva. A pesar de estar tan claro, al menos para mí, Rajoy no comprende los motivos por los cuales Pedro Sánchez, líder del Partido Socialista Obrero Español, se obstina en negarle su beneplácito, o lo que en román paladino no significaría otra cosa que entregarle a él, el político peor valorado por los españoles de a pie, el privilegio de volver a formar gobierno y, por ende, continuar con esa estrategia de austericismo que ha convertido a nuestro país en uno de los menos solidarios, no ya de Europa sino de Occidente.

Pero aun así, insiste. Pobrecito, no quisiera estar a su lado cuando la noticia se confirme finalmente. Y eso que el que mejor lo tiene, según todos los analistas, es él, que es quien saldría reforzado en semejante brete. Hoy es sólo una noticia en ciernes, perdida en el limbo de las probabilidades, pero todo se andará. Apostaría por ello con cualquiera, pero como no soy afecto a eso lo dejo para los jugadores, que disfrutan dejando al albur de la casuística más recalcitrante el dinero que tienen y también el que no tienen, lo suyo y lo que no es suyo, y para algunos políticos.

Y es que resulta muy cómodo jugar con el dinero de todos. Porque es eso, precisamente, lo que se ha estado haciendo a espaldas de los españoles por parte de unos políticos caraduras que, mientras los desahuciados se suicidaban frente a la impotencia sufrida tras perder su vivienda, ellos se dedicaban a llevárselo crudo y sin el menor sentimiento de culpa ni remordimiento. Porque lo que más sorprende no es que el progresista Sánchez sea de lo más reticente, sino que el conservador Rajoy se considere deudor de nada.

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Francisco J. Caparrós
martes, 19 de enero de 2016, 00:10 h (CET)
Más pronto que tarde, mucho me temo, se van a tener que volver a convocar elecciones para elegir a un nuevo presidente del gobierno español. El que hasta ahora ha enarbolado la batuta del poder ejecutivo no convence a nadie más que a sus acólitos, y eso le enerva. A pesar de estar tan claro, al menos para mí, Rajoy no comprende los motivos por los cuales Pedro Sánchez, líder del Partido Socialista Obrero Español, se obstina en negarle su beneplácito, o lo que en román paladino no significaría otra cosa que entregarle a él, el político peor valorado por los españoles de a pie, el privilegio de volver a formar gobierno y, por ende, continuar con esa estrategia de austericismo que ha convertido a nuestro país en uno de los menos solidarios, no ya de Europa sino de Occidente.

Pero aun así, insiste. Pobrecito, no quisiera estar a su lado cuando la noticia se confirme finalmente. Y eso que el que mejor lo tiene, según todos los analistas, es él, que es quien saldría reforzado en semejante brete. Hoy es sólo una noticia en ciernes, perdida en el limbo de las probabilidades, pero todo se andará. Apostaría por ello con cualquiera, pero como no soy afecto a eso lo dejo para los jugadores, que disfrutan dejando al albur de la casuística más recalcitrante el dinero que tienen y también el que no tienen, lo suyo y lo que no es suyo, y para algunos políticos.

Y es que resulta muy cómodo jugar con el dinero de todos. Porque es eso, precisamente, lo que se ha estado haciendo a espaldas de los españoles por parte de unos políticos caraduras que, mientras los desahuciados se suicidaban frente a la impotencia sufrida tras perder su vivienda, ellos se dedicaban a llevárselo crudo y sin el menor sentimiento de culpa ni remordimiento. Porque lo que más sorprende no es que el progresista Sánchez sea de lo más reticente, sino que el conservador Rajoy se considere deudor de nada.

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