"Practique el noble arte del regalo" fue una frase publicitaria que un publicista de la época inventó para hacer que les cuentas de resultados de los grandes almacenes siempre marcharan hacia arriba y coloreadas en azul, el rojo es un color que nunca tiene que aparecer en la contabilidad de las empresas. Eran los años de la expansión económica, veníamos de tiempos oscuros tanto en lo político como en el aspecto económico y había que dar alguna que otra alegría al personal, era necesario que el paso de la tienda de la esquina, donde encontrábamos casi todo lo que necesitábamos, a unos grandes almacenes llenos de luces y con escaleras mecánicas, se hiciese notar en el tintineo de las modernas cajas registradoras, que ya no hacían ruido al tragarse los duros del personal.
También fue por aquellas calendas cuando aparecieron más masivamente las primeras tarjetas de crédito, esos trozos de plástico gracias a los cuales ya no hace falta llevar monedas en los bolsillos, y que han estado el padre y la madre del gasto desmedido, a veces innecesario y sin ningún tipo de control.
Y para encaminar al personal hacia la sociedad de consumo la publicidad inventó aquello de “practiqué el noble arte del regalo”. Todos queríamos ser artistas de resta especial especialidad artística y, a veces, comprar algo: amor, amistad, prebendas... haciéndonos maestros de de arte tan noble como es el gastar sin ninguna necesidad. Y por lo tanto hubo que inventar otra frase por explicar cómo se quedan los bolsillos y las cuentas corrientes una vez pasado este desenfreno comprador, y a alguien se le ocurrió comenzar a hablar de “la cuesta de Enero”. Pero los más listos, los publicistas, inventaron las rebajas por continuar exprimiendo los bolsillos del personal y, aquí sí, dejando en rojo las cuentas corrientes de tantos compradores porque los de sus clientes siempre pinten en azul.