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No somos nadie

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Los cadáveres de la mayoría de los grandes hombres son exquisitos o bien aspiran a serlo, hasta el del propio Francisco Umbral me atrevería a proponer, a quien su amigo Cela tenía en gran consideración sobre todo como columnista. El Nobel gallego, aunque se prodigó con esmero, nunca alcanzó a brillar en ese género de la literatura como los verdaderamente eximios. Por el contrario, don Camilo sabía recrear como pocos e imaginaba ecosistemas vivos en sus novelas, no se conformaba con simples esbozos que ambientasen sus narraciones. Ni sus escenas matritenses, que ya es decir, son sólo eso.

Pero Camilo José Cela tenía al parecer muy mal genio, o esa era la impresión que transmitían aquellas dos cejas enmarcadas en un halo triste de crudeza. Porque, no nos engañemos, aquel escritor obeso que de repente comenzó a dejar de serlo, no parecía feliz. Cuando se divorció de la madre de su primer y único hijo, es más que probable que ya no lo fuese, pero al hacerlo en segundas nupcias con la Castaño, seguramente tampoco.

Yo le recordaré así siempre, es decir, orondo. Alto, también, no en vano me sacaba en la estatura casi un palmo, lo que unido a su talante altivo le confería una estampa imponente. Contención, como la que yo mismo me he impuesto para seguir con la redacción de este párrafo y evitar mencionar, por enésima vez, el encuentro cara a cara aunque improvisado que mantuve con el escritor en mi juventud, Cela no la tenía: era capaz de poner en un brete su reputación con tal de soltar cualquiera de sus exabruptos con los que, por una parte, soliviantaba a sus incondicionales, y entretenía, por otra, a aquellos que tan siquiera le querían bien.

Me satisfizo conocer que su muerte tuvo lugar en el lecho y con toda la tranquilidad que un brete tan difícil como ese puede permitirse conferir a quien lo experimenta. Si tuvo fuerzas para clamar un sonoro arriba España, instantes antes de expirar, pienso yo que muy mal no lo estaría pasando, aunque en estos casos ya se sabe que la procesión suele ir por dentro.

Para tener éxito en el mundo de la literatura, o hay que escribir muy bien o todo lo contrario. Jamás medias tintas fueron tan poco efectivas. En la política, parece ser que también se sigue el mismo patrón. Pero no es mi intención cebarme aquí con los malos escritores, así como tampoco con los peores políticos, dejaré que sea el tiempo el que juzgue al Mariano Rajoy de la legislatura entre los años 2011 y 2015.

No somos nadie

Francisco J. Caparrós
martes, 22 de diciembre de 2015, 00:09 h (CET)
Los cadáveres de la mayoría de los grandes hombres son exquisitos o bien aspiran a serlo, hasta el del propio Francisco Umbral me atrevería a proponer, a quien su amigo Cela tenía en gran consideración sobre todo como columnista. El Nobel gallego, aunque se prodigó con esmero, nunca alcanzó a brillar en ese género de la literatura como los verdaderamente eximios. Por el contrario, don Camilo sabía recrear como pocos e imaginaba ecosistemas vivos en sus novelas, no se conformaba con simples esbozos que ambientasen sus narraciones. Ni sus escenas matritenses, que ya es decir, son sólo eso.

Pero Camilo José Cela tenía al parecer muy mal genio, o esa era la impresión que transmitían aquellas dos cejas enmarcadas en un halo triste de crudeza. Porque, no nos engañemos, aquel escritor obeso que de repente comenzó a dejar de serlo, no parecía feliz. Cuando se divorció de la madre de su primer y único hijo, es más que probable que ya no lo fuese, pero al hacerlo en segundas nupcias con la Castaño, seguramente tampoco.

Yo le recordaré así siempre, es decir, orondo. Alto, también, no en vano me sacaba en la estatura casi un palmo, lo que unido a su talante altivo le confería una estampa imponente. Contención, como la que yo mismo me he impuesto para seguir con la redacción de este párrafo y evitar mencionar, por enésima vez, el encuentro cara a cara aunque improvisado que mantuve con el escritor en mi juventud, Cela no la tenía: era capaz de poner en un brete su reputación con tal de soltar cualquiera de sus exabruptos con los que, por una parte, soliviantaba a sus incondicionales, y entretenía, por otra, a aquellos que tan siquiera le querían bien.

Me satisfizo conocer que su muerte tuvo lugar en el lecho y con toda la tranquilidad que un brete tan difícil como ese puede permitirse conferir a quien lo experimenta. Si tuvo fuerzas para clamar un sonoro arriba España, instantes antes de expirar, pienso yo que muy mal no lo estaría pasando, aunque en estos casos ya se sabe que la procesión suele ir por dentro.

Para tener éxito en el mundo de la literatura, o hay que escribir muy bien o todo lo contrario. Jamás medias tintas fueron tan poco efectivas. En la política, parece ser que también se sigue el mismo patrón. Pero no es mi intención cebarme aquí con los malos escritores, así como tampoco con los peores políticos, dejaré que sea el tiempo el que juzgue al Mariano Rajoy de la legislatura entre los años 2011 y 2015.

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