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El día después

Carmen Muñoz
lunes, 21 de diciembre de 2015, 23:00 h (CET)
En tiempos electorales, cuando todos los representantes e grupos políticos que aspiran a tener su cota de poder, están en campaña, prometen todo lo habido y por haber, siempre claro está, pensando en España y el bien estar de todos los españoles. Pareciera como si solo quisieran el bien general cada uno por separado y los oponentes lo negaran.

Llega el día señalado y cada cual deposita su voto según su criterio, unos por ideales, otros por hartazgo, otros por resignación, algunos por revancha, otros manipulados…., y después del recuento pertinente aparecen los resultados. Todos ganan, nadie pierde, cosa insólita pues solo el que haya obtenido mayor número de adeptos puede darse por satisfecho, pero no, si no saca mayoría absoluta algún partido, aunque sea el más votado con diferencia, se unen los demás, forman un frente común contra él y se encaraman al poder como si se tratara de macacos consiguiendo el mejor fruto.

Ante esta situación cabe preguntarse, ¿que tendrá el poder que todos lo quieren a toda costa?, pues se me ocurren unas cuantas cosas a bote pronto. Una de ellas lo económico, sueldos abundantes sin mayor esfuerzo por conseguirlo que ser un subordinado lame suelas al partido en el que milite, otra, el poder da mucha fuerza para conseguir todo aquello que se le ocurra a quien lo ostente, otra, todas las prebendas que adquieren, a saber, aforamiento, sueldos vitalicios, pensiones magníficas que pueden acumular a otras, etc.,etc.

Todos se jactan de ser iguales ante la ley, no es cierto, todos anteponen el bien común al personal, tampoco es cierto, ya que cada partido piensa a corto plazo y por supuesto lo mejor para sus componente; Les importa un rábano el bien general y el futuro del país, pues saben que sus hijos tienen su porvenir asegurado, estudian en colegios privados y luego tiene un buen puesto de trabajo seguro, aquí o en el extranjero.

Entre senadores y diputados tenemos más de 600 personas que viven como rajás a nuestra costa, unos diez mil que gozan de los privilegios de aforamiento, con lo cual pueden llenarse los bolsillos a manos llenas sin que les pasen factura y lo que es peor, no devuelven ni un solo euro de lo que se llevaron. Da igual el color que pinten o el lugar geográfico que ocupen, sean fijos o temporales, asentados o emergentes, todos buscan lo mismo, los viejos porque saben todas las triquiñuelas para hacer y deshacer y los jóvenes porque quieren hacer lo mismo, así que, bien porque ignoran o porque quieren ignorar la historia de nuestro pasado, no tan lejano, seguimos repitiendo los mismos errores. Queremos parecernos a los demás países, pero debido a nuestra idiosincrasia, no terminamos ni de arrancar ni de conseguirlo. Cuando un partido en el gobierno hace algo bien, al entrar otro en vez de continuar la labor, lo cambia todo, nunca a mejor, y vuelta a empezar. Somos el único país el mundo que no tiene espíritu de nación ni respeta sus símbolos, no se une ante la desgracia, el rencor y el enfrentamiento surge a cada paso……Lo que tantos años costó unificar, quieren romper a toda costa, para conseguir ¿Qué?, no se dan cuenta que la unión hace la fuerza, la mediocridad de sus gobernantes la empequeñecen cada día un poco más y si no nos comportamos como Fuenteovejuna terminaremos engullidos por los intereses ajenos ¿No es todo esto una pena?

En este mundo estamos cuatro días y nos pasamos tres tirándonos los trastos a la cabeza, ¿tiene eso algún sentido?, si a la tumba nos vamos igual que venimos a este mundo “esnuitos” ¿a qué tanta ambición y desasosiego?

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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