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Ley de matrimonio igualitario

En 2015 se cumplieron diez años de su aprobación
Víctor Cortecero
viernes, 4 de diciembre de 2015, 10:59 h (CET)
La Ley 13/2005 de 1 de julio de 2005 modificaba el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio. Básicamente la reforma del Código consistía en cambiar las referencias a marido y mujer por la mención a cónyuges o consortes. En su exposición de motivos también se explicaba lo siguiente:

“En el contexto señalado, la ley permite que el matrimonio sea celebrado entre personas del mismo o distinto sexo, con plenitud e igualdad de derechos y obligaciones cualquiera que sea su composición. En consecuencia, los efectos del matrimonio, que se mantienen en su integridad respetando la configuración objetiva de la institución, serán únicos en todos los ámbitos con independencia del sexo de los contrayentes; entre otros, tanto los referidos a derechos y prestaciones sociales como la posibilidad de ser parte en procedimientos de adopción.”

Esta ley se hizo posible gracias a personas como José Luis Rodríguez Zapatero, Pedro Zerolo, y otras muchas de diferentes partidos políticos, y colectivos, que durante muchos años estuvieron defendiendo su aprobación, mientras durante años contaron con la principal, y reiterada, oposición del Partido Popular.

Aunque la ley fue aprobada con los votos a favor de todos los partidos políticos, menos UDC y PP -con un Partido Popular en el que se impuso una vez más el sector más conservador frente al más liberal-, radios, televisiones, periódicos, y asociaciones afines, se movilizaron contra la ley y decenas de miles de personas salían a la calle en una ola de “indignación” como casi nunca se ha vivido en nuestro país. Una ola de “indignación” contra la igualdad de derechos y obligaciones. Los caminos de la “indignación” son inescrutables, pero la indignación fue un hecho, así como la prodigalidad de sus manifestaciones, y la fugacidad y debilidad de sus razones. Aún se puede observar el rastro de esta indignación en hemerotecas y buscadores, y también sus secuelas. Así como posteriores rectificaciones, algunas más explícitas, y otras más tácitas.

Esta ley, finalmente no ha sido un arma de destrucción de la institución familiar, ni consiguió obligar a nadie a casarse con quien no quisiera hacerlo, ni tampoco ha supuesto que los animales puedan casarse en esta peligrosa deriva por la igualdad, por lo que muchas de las personas que estaban preocupadas al respecto ya pueden dormir más tranquilas. Sí ha hecho en cambio más feliz y más digna la vida de muchas personas, de su vida en pareja, y de su vida familiar, y convirtió a España en un país más feliz, más digno, y más indignado…, las paradojas siempre estarán presentes.

En aquellas elecciones del 14 de marzo de 2004 yo voté al PSOE. En esa época Rosa Díez aún militaba en este partido, y todavía no existía Ciudadanos ni tampoco UPyD, los partidos de la tercera España fundados respectivamente en 2006 y 2007 con los que desde entonces me he sentido más identificado.

Aún así, en aquella época era diez años más joven. Si a día de hoy tuviera que volver a elegir entre los partidos políticos que en aquella época había no sé si volvería a elegir al PSOE.

Si hubiera tenido que hacerlo en base al programa político que presentaron para aquella cita electoral no sé si lo haría de nuevo, habría que valorar, la ausencia de estas otras opciones mencionadas, pero también mi evolución personal. Aunque si hubiera tenido que hacerlo, no en base al programa, sino en base a lo que posteriormente hemos descubierto que hicieron, debería pensarlo bastante más detenidamente.

A pesar de lo dicho, quiero manifestar mi profundo agradecimiento por todas aquellas leyes -no todas, claro, pero eso daría para otro artículo- que hicieron que España fuera un país más decente -osando utilizar las palabras que me vienen ahora a la memoria porque en su día las pronunció Zapatero-.

Reitero mi agradecimiento -no es nada personal, o no debería serlo-, a todos aquellos que apoyaron la ley, y también a aquellos –no todos- que tras su ataque de indignación transitoria, a día de hoy, ya se han unido a quienes defendíamos que los cónyuges o consortes tuvieran los mismos derechos sin importar su sexo. Han pasado diez años. Fuimos, somos, y seremos.

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