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El vivir en sociedad nos obliga a estar constantemente pasando lista

Pasar lista

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Aún recuerdo aquél día en que escuche mi nombre por primera vez mientras se pasaba lista. Era con motivo del examen de ingreso en la Escuela de Comercio Malacitana. Me sentí mayor. Ya tenía diez años. No sabía como contestar. Respondí lo mismo que hicieron mis interlocutores: “servidor”.


A lo largo de toda la vida se somete uno al control de presencia a través de las listas. La picaresca, propia de la edad, te incita a contestar por otros o que alguno lo haga por ti. Otras veces, una vez afirmada su presencia, algunos estudiantes zagalones se escapaban subrepticiamente de la clase para consumar la consiguiente “piarda”.

      

Los que vivimos la etapa militar nos “jartamos” de pasar lista para todo. Más de media docena diaria. Allí se contestaba: “presente” o “está”. Teníamos más recuentos que en una penitenciaría. En la Universidad solo pasan lista una vez a principio de curso a la que los alumnos contestan con desgana: sí.

      

La industrialización y el control de los tiempos de trabajo han traído consigo los famosos ficheros de control. En la entrada de los centros de trabajo hay unos relojes donde se introducen las fichas personales a la entrada y salida del curro. Antiguamente también tenían sus trucos: el primero que llegaba “fichaba” por todos. Ahora por lo visto no es así. Se controla mucho mejor con sistemas más modernos.

     

Los mayores pasamos otro tipo de listas. Cada vez que volvemos a algún centro o alguna actividad que hayamos abandonado por un tiempo miramos a nuestro alrededor y pasamos lista de los presentes. A veces nos indican que algún ausente está enfermo o a pasado a mejor vida.

    

Esa experiencia la vivo cada verano cuando vuelvo a mi paraíso particular en la costa malagueña. Busco con la mirada los habituales vecinos de casa y de playa; posteriormente me dirijo al centro de mayores, donde doy “clases maestras” de dominó y pregunto por alguno que falta. Allí siguen “el pinturas”, “pies de plata”, “rabanico” o “juanito el marengo”. Echo en falta a alguno de ellos y me dicen que se lo llevó el invierno o la pandemia. Esta lista es la definitiva. En ella queremos permanecer mucho tiempo. Y que los amigos sigan presentes.

     

De aquel “servidor”, a la alegría del reencuentro con los que estamos en primera fila, han pasado muchos años. Toda una vida. Y que nos dure.

Pasar lista

El vivir en sociedad nos obliga a estar constantemente pasando lista
Manuel Montes Cleries
jueves, 7 de julio de 2022, 10:05 h (CET)

Aún recuerdo aquél día en que escuche mi nombre por primera vez mientras se pasaba lista. Era con motivo del examen de ingreso en la Escuela de Comercio Malacitana. Me sentí mayor. Ya tenía diez años. No sabía como contestar. Respondí lo mismo que hicieron mis interlocutores: “servidor”.


A lo largo de toda la vida se somete uno al control de presencia a través de las listas. La picaresca, propia de la edad, te incita a contestar por otros o que alguno lo haga por ti. Otras veces, una vez afirmada su presencia, algunos estudiantes zagalones se escapaban subrepticiamente de la clase para consumar la consiguiente “piarda”.

      

Los que vivimos la etapa militar nos “jartamos” de pasar lista para todo. Más de media docena diaria. Allí se contestaba: “presente” o “está”. Teníamos más recuentos que en una penitenciaría. En la Universidad solo pasan lista una vez a principio de curso a la que los alumnos contestan con desgana: sí.

      

La industrialización y el control de los tiempos de trabajo han traído consigo los famosos ficheros de control. En la entrada de los centros de trabajo hay unos relojes donde se introducen las fichas personales a la entrada y salida del curro. Antiguamente también tenían sus trucos: el primero que llegaba “fichaba” por todos. Ahora por lo visto no es así. Se controla mucho mejor con sistemas más modernos.

     

Los mayores pasamos otro tipo de listas. Cada vez que volvemos a algún centro o alguna actividad que hayamos abandonado por un tiempo miramos a nuestro alrededor y pasamos lista de los presentes. A veces nos indican que algún ausente está enfermo o a pasado a mejor vida.

    

Esa experiencia la vivo cada verano cuando vuelvo a mi paraíso particular en la costa malagueña. Busco con la mirada los habituales vecinos de casa y de playa; posteriormente me dirijo al centro de mayores, donde doy “clases maestras” de dominó y pregunto por alguno que falta. Allí siguen “el pinturas”, “pies de plata”, “rabanico” o “juanito el marengo”. Echo en falta a alguno de ellos y me dicen que se lo llevó el invierno o la pandemia. Esta lista es la definitiva. En ella queremos permanecer mucho tiempo. Y que los amigos sigan presentes.

     

De aquel “servidor”, a la alegría del reencuentro con los que estamos en primera fila, han pasado muchos años. Toda una vida. Y que nos dure.

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