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¿Es posible resetear la vida, o como diría el amigo Garci, volver a empezar?

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Algunos de mis escasos lectores me ha puntualizado cierto pesimismo en mi artículo anterior "El pasado pesa" al omitir algo que sucede no pocas veces en la vida de las personas, que se rehacen y se sobreponen al peso de su vida pasada.

Tienen razón. Si en mi artículo anterior me quedé en la consideración de ese peso, lo hice fundamentalmente por dejar claro que ese peso existe realmente, y que hay que tenerlo en cuenta en el trato humano, pues cada cual lo lleva consigo. Pero efectivamente estoy de acuerdo en que la historia⎯la historia personal de tantas personas⎯no termina ahí, sino que sigue, e incluso termina bien, o al menos es susceptible de terminar bien, ya que también soy de la opinión de que las personas mejoran con el tiempo en su mayoría, precisamente quizás debido a ese peso que llevan encima, que aun siendo negativo en muchos casos, tiene un aspecto positivo en cuanto que es experiencia, que si no llega a ser ciencia, por lo menos es su madre, lo cual no es desdeñable.

Por eso este artículo quiere tener un tono algo más positivo. Podemos partir de la idea de que ir por la vida sin un saco de vida pasada al hombro cuando se tiene cierta edad, es poco menos que utópico. Solo los que no han vivido no llevan saco, y esos son más o menos los imberbes y adolescentes, aunque hay adolescentes que ya llevan su saco, y les pesa. Es prácticamente condición humana arrastrar vida pasada.

Pero algo bueno se puede hacer con ella. De todas formas, la primera pregunta podría ser esta: ¿Es posible resetear la vida, o como diría el amigo Garci, volver a empezar?

Volver a empezar es posible si se dan dos condiciones: La primera es que nos aceptemos nosotros a nosotros mismos. La segunda es que nos acepte⎯y nos perdone⎯aquel a quien ofendimos. La primera de las condiciones se llama humildad; la segunda, misericordia. En nuestra mano está solo la primera, la segunda, no.

Dicen que los seres humanos no siempre perdonan, que Dios perdona siempre y que la naturaleza no perdona nunca.

Al menos, que por nosotros no quede: Reconozcamos nuestros errores y pidamos perdón por ellos. Y saquemos propósitos de enmienda que sean eficaces. Si es la naturaleza la que nos tiene que perdonar, ya sabemos: hay que cargar el saco de por vida y escarmentar en cabeza propia. Si son otros, dependemos de su misericordia. Si es Dios, entonces estamos seguros de su misericordia, entonces sí que empezamos de nuevo.

En la película "Una historia del Bronx" aparece un diálogo entre dos niños aprendices de delincuente en el que uno, después de confesarse con el sacerdote, le dice al otro lo bien que se ha quedado por dentro argumentándole que la confesión es "como volver a empezar", lo cual resulta medio cómico, pues a cualquier espectador le parece algo exagerado el planteamiento de unos niños con vida pasada.

De todas formas, todo lo que vengo diciendo del perdón se le presentará a más de uno como algo insuficiente, pues lo que desearía es, no ya ser perdonado, sino que sus errores no hubieran existido jamás.

Recuerdo un amigo de cierta edad que una vez me confesó que, tras ir al psiquiatra por estar un poco atormentado con algunas cuestiones de su vida pasada, y tras ser meticulosamente interrogado por este, recibió de dicho facultativo la opinión de que las cuestiones de las que se sentía culpable, en realidad nunca habían existido, lo que le produjo una grande y feliz sorpresa que le alivió interiormente.

Realmente, nunca en esta vida llegaremos a saber la realidad de las cosas, tampoco la de aquellas de las que somos autores. No nos conocemos a nosotros mismos; solo Dios nos conoce. Muy acertadamente dijo el Concilio Vaticano II que Dios es más interior al hombre que el propio hombre. Habrá que esperar a la muerte para saber la verdad de todo, aunque mientras tanto hay algo seguro que sí podemos saber: La misericordia de Dios no enmascara, sino borra, todas nuestras equivocaciones y pecados hasta el punto de aniquilarlos, es decir, hasta el punto de poder decir de verdad que nunca existieron. Probablemente lo mejor para el hombre desde el punto de vista psicológico sea una buena confesión, si somos conscientes de lo que esta es.

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¿Es posible resetear la vida, o como diría el amigo Garci, volver a empezar?
Antonio Moya Somolinos
sábado, 21 de noviembre de 2015, 09:31 h (CET)
Algunos de mis escasos lectores me ha puntualizado cierto pesimismo en mi artículo anterior "El pasado pesa" al omitir algo que sucede no pocas veces en la vida de las personas, que se rehacen y se sobreponen al peso de su vida pasada.

Tienen razón. Si en mi artículo anterior me quedé en la consideración de ese peso, lo hice fundamentalmente por dejar claro que ese peso existe realmente, y que hay que tenerlo en cuenta en el trato humano, pues cada cual lo lleva consigo. Pero efectivamente estoy de acuerdo en que la historia⎯la historia personal de tantas personas⎯no termina ahí, sino que sigue, e incluso termina bien, o al menos es susceptible de terminar bien, ya que también soy de la opinión de que las personas mejoran con el tiempo en su mayoría, precisamente quizás debido a ese peso que llevan encima, que aun siendo negativo en muchos casos, tiene un aspecto positivo en cuanto que es experiencia, que si no llega a ser ciencia, por lo menos es su madre, lo cual no es desdeñable.

Por eso este artículo quiere tener un tono algo más positivo. Podemos partir de la idea de que ir por la vida sin un saco de vida pasada al hombro cuando se tiene cierta edad, es poco menos que utópico. Solo los que no han vivido no llevan saco, y esos son más o menos los imberbes y adolescentes, aunque hay adolescentes que ya llevan su saco, y les pesa. Es prácticamente condición humana arrastrar vida pasada.

Pero algo bueno se puede hacer con ella. De todas formas, la primera pregunta podría ser esta: ¿Es posible resetear la vida, o como diría el amigo Garci, volver a empezar?

Volver a empezar es posible si se dan dos condiciones: La primera es que nos aceptemos nosotros a nosotros mismos. La segunda es que nos acepte⎯y nos perdone⎯aquel a quien ofendimos. La primera de las condiciones se llama humildad; la segunda, misericordia. En nuestra mano está solo la primera, la segunda, no.

Dicen que los seres humanos no siempre perdonan, que Dios perdona siempre y que la naturaleza no perdona nunca.

Al menos, que por nosotros no quede: Reconozcamos nuestros errores y pidamos perdón por ellos. Y saquemos propósitos de enmienda que sean eficaces. Si es la naturaleza la que nos tiene que perdonar, ya sabemos: hay que cargar el saco de por vida y escarmentar en cabeza propia. Si son otros, dependemos de su misericordia. Si es Dios, entonces estamos seguros de su misericordia, entonces sí que empezamos de nuevo.

En la película "Una historia del Bronx" aparece un diálogo entre dos niños aprendices de delincuente en el que uno, después de confesarse con el sacerdote, le dice al otro lo bien que se ha quedado por dentro argumentándole que la confesión es "como volver a empezar", lo cual resulta medio cómico, pues a cualquier espectador le parece algo exagerado el planteamiento de unos niños con vida pasada.

De todas formas, todo lo que vengo diciendo del perdón se le presentará a más de uno como algo insuficiente, pues lo que desearía es, no ya ser perdonado, sino que sus errores no hubieran existido jamás.

Recuerdo un amigo de cierta edad que una vez me confesó que, tras ir al psiquiatra por estar un poco atormentado con algunas cuestiones de su vida pasada, y tras ser meticulosamente interrogado por este, recibió de dicho facultativo la opinión de que las cuestiones de las que se sentía culpable, en realidad nunca habían existido, lo que le produjo una grande y feliz sorpresa que le alivió interiormente.

Realmente, nunca en esta vida llegaremos a saber la realidad de las cosas, tampoco la de aquellas de las que somos autores. No nos conocemos a nosotros mismos; solo Dios nos conoce. Muy acertadamente dijo el Concilio Vaticano II que Dios es más interior al hombre que el propio hombre. Habrá que esperar a la muerte para saber la verdad de todo, aunque mientras tanto hay algo seguro que sí podemos saber: La misericordia de Dios no enmascara, sino borra, todas nuestras equivocaciones y pecados hasta el punto de aniquilarlos, es decir, hasta el punto de poder decir de verdad que nunca existieron. Probablemente lo mejor para el hombre desde el punto de vista psicológico sea una buena confesión, si somos conscientes de lo que esta es.

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