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Cuando te vas haciendo mayor te cuesta trabajo reconocer tu verdadera situación

Reconocer la realidad

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Se comienza por tener problemas para describir con palabras el estadio de la vida en que te encuentras. Se utilizan toda clase de definiciones para “dulcificar” lo que realmente somos, aunque en nuestro profundo yo, pensamos que no hemos llegado a envejecer lo suficiente para recibir ninguno de esos calificativos.

        

Hablamos de tercera edad, segmento de plata, mayor, abuelete, carroza, carcamal, veterano, vetusto, longevo,  patriarca, senil, etc., hasta llegar a lo que más te molesta que te llamen: anciano o viejo. Aun recuerdo con pavor como recogían los periódicos de los años ochenta una noticia en la que se describía el atropello por un tranvía de “un anciano de cincuenta y siete años”.

      

Ciertamente algunos de esos adjetivos son francamente insultantes. Tenemos abuelos (de los que tienen nietos) con alrededor de cuarenta años y deportistas con más de setenta que corren maratones. La verdad es que eso de la tercera o la cuarta edad es muy discutible y está necesitada de una apreciación subjetiva.

      

Esta reflexión me ha venido sugerida por dos situaciones que he vivido esta mañana. A primera hora tenía que realizar una gestión bancaria junto a un amigo de mi misma edad. Ambos somos “jóvenes” de más de setenta y cinco años. Al llamarnos amablemente la señorita del mostrador de atención al cliente, un “anciano” se ha adelantado indignado porque decía que había llegado antes. Nos retiramos un tanto molestos por los malos modos de dicho señor. Al sentarnos a esperar comentamos con cierta suficiencia: pobrecillo es un viejo. El tal anciano tenía diez minutos más que nosotros. Pero le veíamos desde nuestra “juventud”.

     

Mi segunda experiencia la he vivido durante mi visita mensual a mis amigos acogidos en una residencia. Allí he tirado de complejo de superioridad y he mirado, desde mi mal reconocida senectud, a los que me he ido encontrando. Lo curioso es que la mayoría de ellos son de una edad aproximada a la mía. Incluso más jóvenes. Otro alarde de inconsciencia.

    

Mi ventaja estriba en que soy todo lo libre que puedo dentro de mi incapacidad física para realizar tantas cosas como hacía hace años. Pero en cambio la gimnasia mental, un poquito de mantenimiento, caminar, unas dosis de piscina y el estar abierto a lo que sucede en el mundo, me permiten sentirme un representante típico del “segmento de plata”. Con inquietudes, muchas cosas que hacer y tiempo para realizarlas. Lo cual no me priva de reconocer la realidad. Estoy mayor… porque soy mayor.   

Reconocer la realidad

Cuando te vas haciendo mayor te cuesta trabajo reconocer tu verdadera situación
Manuel Montes Cleries
jueves, 9 de junio de 2022, 12:52 h (CET)

Se comienza por tener problemas para describir con palabras el estadio de la vida en que te encuentras. Se utilizan toda clase de definiciones para “dulcificar” lo que realmente somos, aunque en nuestro profundo yo, pensamos que no hemos llegado a envejecer lo suficiente para recibir ninguno de esos calificativos.

        

Hablamos de tercera edad, segmento de plata, mayor, abuelete, carroza, carcamal, veterano, vetusto, longevo,  patriarca, senil, etc., hasta llegar a lo que más te molesta que te llamen: anciano o viejo. Aun recuerdo con pavor como recogían los periódicos de los años ochenta una noticia en la que se describía el atropello por un tranvía de “un anciano de cincuenta y siete años”.

      

Ciertamente algunos de esos adjetivos son francamente insultantes. Tenemos abuelos (de los que tienen nietos) con alrededor de cuarenta años y deportistas con más de setenta que corren maratones. La verdad es que eso de la tercera o la cuarta edad es muy discutible y está necesitada de una apreciación subjetiva.

      

Esta reflexión me ha venido sugerida por dos situaciones que he vivido esta mañana. A primera hora tenía que realizar una gestión bancaria junto a un amigo de mi misma edad. Ambos somos “jóvenes” de más de setenta y cinco años. Al llamarnos amablemente la señorita del mostrador de atención al cliente, un “anciano” se ha adelantado indignado porque decía que había llegado antes. Nos retiramos un tanto molestos por los malos modos de dicho señor. Al sentarnos a esperar comentamos con cierta suficiencia: pobrecillo es un viejo. El tal anciano tenía diez minutos más que nosotros. Pero le veíamos desde nuestra “juventud”.

     

Mi segunda experiencia la he vivido durante mi visita mensual a mis amigos acogidos en una residencia. Allí he tirado de complejo de superioridad y he mirado, desde mi mal reconocida senectud, a los que me he ido encontrando. Lo curioso es que la mayoría de ellos son de una edad aproximada a la mía. Incluso más jóvenes. Otro alarde de inconsciencia.

    

Mi ventaja estriba en que soy todo lo libre que puedo dentro de mi incapacidad física para realizar tantas cosas como hacía hace años. Pero en cambio la gimnasia mental, un poquito de mantenimiento, caminar, unas dosis de piscina y el estar abierto a lo que sucede en el mundo, me permiten sentirme un representante típico del “segmento de plata”. Con inquietudes, muchas cosas que hacer y tiempo para realizarlas. Lo cual no me priva de reconocer la realidad. Estoy mayor… porque soy mayor.   

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