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“Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella” Aristóteles Filósofo griego

La búsqueda de la verdad

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¿Existe la improbable posibilidad de que el ser humano pueda en algún momento de su existencia llegar a conocer “La verdad”? Me refiero a la verdad “histórica”, absoluta, inapelable e incontrovertible.

Porque una cosa es la verdad del hecho en sí mismo, y otra muy diferente, lo que cada uno piense sobre lo acaecido.

Por su propia naturaleza el ser humano es subjetivo, y por lo tanto, relativo en su consideración de los hechos y parcial en sus apreciaciones.

Lo que yo me pregunto es, si desde la particular desigualdad de los sujetos, y teniendo en cuenta su general tendencia a considerar que la verdad, es lo que cada uno cree sin tener en cuenta el parecer de los demás, si es posible alcanzar ese punto cero, ese punto de equilibrio equidistante de cualquier tendencia, en el que se asienta “La verdad”. Desde el grado de desarrollo intelectual que poseemos y desde nuestra condición humana, francamente me parece algo inalcanzable en nuestros días.

No creo entonces excederme si sostengo, que todo aquello que no es verdad, es mentira.

Si analizamos hechos, circunstancias y aseveraciones hechas acerca de los mismos, no creo excederme en demasía si afirmo que la humanidad vive inserta en una inmensa y monumental mentira.

En determinadas situaciones y contextos, hay mentiras que con el paso del tiempo, y a fuerza de repetirlas hasta la saciedad, el receptor termina por considerarlas verdades incuestionables, como ocurre en los regímenes dictatoriales o nacionalistas.

En estos escenarios, la búsqueda de la verdad siempre tropieza con celosos adversarios, hasta el extremo de que cuando alguien se aproxima a la posesión de una gran verdad, genera poderosos enemigos que suelen anteponer el interés a la autenticidad; la conveniencia, a la justicia. Son antagonistas que se ponen una venda en los ojos para no ver, que sin conocimiento, sin verdad, no puede haber ni libertad, ni responsabilidad, ni jamás se podrá asumir algo como propio.

El hacer que sea el interés o conveniencia, lo que prevalezca sobre la verdad, es una actitud que desintegra los principios y valores que deben presidir la vida de una sociedad y la induce a vivir en el incierto mundo de la ambigüedad, situación imprecisa en la que se pierde la perspectiva de los límites definidos, como blanco o negro, verdad y mentira o nosotros y ellos.

Es como abrir la puerta que da acceso al mundo de la confusión y aterrizar con los dos pies firmemente plantados en medio del aire, un mundo nebuloso en el que dejamos de percibir el gran abismo existente entre la mente y la materia, el espíritu y el cuerpo, lo masculino y lo femenino, la naturaleza y la cultura.

Un mundo que nos impide descubrir nuestros demonios y ángeles desconocidos y enfrentarnos a ellos con la misma fiereza con la que ellos nos enfrentan a nosotros.

Quizá, la causa de que se produzcan estas situaciones sea porque subconscientemente, y por mucho que la invoquemos, en el fondo sentimos rechazo hacia la verdad, porque reconocerla, nos hace sentirnos vulnerables y amenazados.

Quizá la única forma de evitar entrar en ese gaseoso universo en el que perdemos la noción de quien somos y que es lo que perseguimos, resida en que cada uno sea auténtico consigo mismo para encontrar su propio y único camino.

La búsqueda de la verdad

“Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella” Aristóteles Filósofo griego
César Valdeolmillos
viernes, 13 de noviembre de 2015, 07:43 h (CET)
¿Existe la improbable posibilidad de que el ser humano pueda en algún momento de su existencia llegar a conocer “La verdad”? Me refiero a la verdad “histórica”, absoluta, inapelable e incontrovertible.

Porque una cosa es la verdad del hecho en sí mismo, y otra muy diferente, lo que cada uno piense sobre lo acaecido.

Por su propia naturaleza el ser humano es subjetivo, y por lo tanto, relativo en su consideración de los hechos y parcial en sus apreciaciones.

Lo que yo me pregunto es, si desde la particular desigualdad de los sujetos, y teniendo en cuenta su general tendencia a considerar que la verdad, es lo que cada uno cree sin tener en cuenta el parecer de los demás, si es posible alcanzar ese punto cero, ese punto de equilibrio equidistante de cualquier tendencia, en el que se asienta “La verdad”. Desde el grado de desarrollo intelectual que poseemos y desde nuestra condición humana, francamente me parece algo inalcanzable en nuestros días.

No creo entonces excederme si sostengo, que todo aquello que no es verdad, es mentira.

Si analizamos hechos, circunstancias y aseveraciones hechas acerca de los mismos, no creo excederme en demasía si afirmo que la humanidad vive inserta en una inmensa y monumental mentira.

En determinadas situaciones y contextos, hay mentiras que con el paso del tiempo, y a fuerza de repetirlas hasta la saciedad, el receptor termina por considerarlas verdades incuestionables, como ocurre en los regímenes dictatoriales o nacionalistas.

En estos escenarios, la búsqueda de la verdad siempre tropieza con celosos adversarios, hasta el extremo de que cuando alguien se aproxima a la posesión de una gran verdad, genera poderosos enemigos que suelen anteponer el interés a la autenticidad; la conveniencia, a la justicia. Son antagonistas que se ponen una venda en los ojos para no ver, que sin conocimiento, sin verdad, no puede haber ni libertad, ni responsabilidad, ni jamás se podrá asumir algo como propio.

El hacer que sea el interés o conveniencia, lo que prevalezca sobre la verdad, es una actitud que desintegra los principios y valores que deben presidir la vida de una sociedad y la induce a vivir en el incierto mundo de la ambigüedad, situación imprecisa en la que se pierde la perspectiva de los límites definidos, como blanco o negro, verdad y mentira o nosotros y ellos.

Es como abrir la puerta que da acceso al mundo de la confusión y aterrizar con los dos pies firmemente plantados en medio del aire, un mundo nebuloso en el que dejamos de percibir el gran abismo existente entre la mente y la materia, el espíritu y el cuerpo, lo masculino y lo femenino, la naturaleza y la cultura.

Un mundo que nos impide descubrir nuestros demonios y ángeles desconocidos y enfrentarnos a ellos con la misma fiereza con la que ellos nos enfrentan a nosotros.

Quizá, la causa de que se produzcan estas situaciones sea porque subconscientemente, y por mucho que la invoquemos, en el fondo sentimos rechazo hacia la verdad, porque reconocerla, nos hace sentirnos vulnerables y amenazados.

Quizá la única forma de evitar entrar en ese gaseoso universo en el que perdemos la noción de quien somos y que es lo que perseguimos, resida en que cada uno sea auténtico consigo mismo para encontrar su propio y único camino.

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