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El río Guadalupe, en el estado de Texas, debe su nombre, según una etimología popular, a la expresión árabe “wādī al-lubb”, que significa “río oculto”. Sin embargo, en las primeras horas del viernes 4 de julio, el río Guadalupe estuvo lejos de permanecer oculto. En plena noche, fuertes lluvias desataron una crecida repentina que transformó ese cauce, normalmente sereno, en un torrente embravecido que se elevó unos diez metros por encima de su nivel habitual.
Desde tiempos antiguos, algunos santos han sido conocidos por una relación especial con los animales. San Francisco de Asís hablando con las aves y animales del bosque o San Charbel enfrentando sin temor a animales salvajes, son solo algunos ejemplos que nos sorprenden y nos dejan una pregunta: ¿cómo es posible que estos hombres santos tuvieran una conexión tan profunda con criaturas que normalmente evitarían al ser humano?
Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.
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