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Reseña de la novela de Antonio Picazo

El crimen tropical del señor obispo

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En mi opinión, cuando un libro se asienta en el mercado editorial; es decir, cuando no se trata ya de una novedad en sentido estricto, ha llegado el momento oportuno para hablar de él.


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Se publican tantos títulos de novela al año – gran paradoja en un país en el que muy pocos leen de manera habitual- que se diría que cada ciudadano trae un manuscrito bajo el brazo. Sin embargo, a pesar de que una vez más, ni son todos los que están ni están todos los que son, aparece un título que te sorprende. Y me refiero, literalmente, al título. Acertar con él es tener parte –sólo parte- del camino hecho y, claro, uno como EL CRIMEN TROPICAL DEL SEÑOR OBISPO a nadie puede dejar indiferente. Mas no quiero hacer trampa. Su autor, Antonio Picazo, es buen amigo de muchos años y, aunque no hayamos coincidido en nuestras largas correrías por el mundo, nos une la pasión por la aventura y el tratar de descubrir para nosotros mismos paisajes y gentes que van siendo cada vez más improbables dada la progresiva uniformidad en la que todo va cayendo. 


En el caso de Antonio, colaborador habitual de las más prestigiosas revistas de viajes (National Geographic, Lonely Planet, Altaïr etc.) Premio Nacional de Periodismo “Don Quijote”, en 1986, ello se ha plasmado en libros (Un viaje lleno de mundos, Viaje a las fuentes del sol, Latidos de África, Viajeros lejanos) que se han convertido en clásicos dentro de lo que llamamos “literatura de viaje”; un género que solamente admite “monjes guerreros” (conjunción de escritor y aventurero) y no medias tintas, puesto que a los impostores, aquellos que viven su experiencia en tierras exóticas yendo de resort de lujo a hotel de cinco estrellas, se los detecta en la primera página… Y hay unos cuantos de estos.


Escribir una novela es otro tipo de aventura; una experiencia solitaria o, mejor dicho, una experiencia en la que sabes de antemano que estarás acompañado, durante el tiempo que dure su escritura, por seres reales o de ficción con los que, en cualquier caso, sólo podrás establecer contacto con la imaginación. En la primera novela de Antonio Picazo existe un telón de fondo real con dos personajes reales: el obispo misionero español Alejandro Labaka y la monja colombiana Inés Arango, que fueron asesinados por la tribu tagaeri en un lugar perdido de la selva ecuatoriana, el 21 de julio de 1987. 


El protagonista (este sí de ficción) de la historia es un joven abogado que, a punto de no ver renovado su contrato en el bufete para el que trabaja, tendrá que aceptar una misión tan arriesgada como insólita: actuar de árbitro o mediador en la captura de los indios responsables de la muerte de los dos religiosos, cuidando que sean entregados indemnes a las autoridades. Y para ello habrá de acompañar al destacamento de soldados que se adentrará en el laberinto de la selva amazónica.

Son estos, sin duda, buenos mimbres para una trama novelística. El interés por cómo este joven urbanita habrá de vérselas en aquel infierno verde, presagia una novela de aventuras… Pero ¿lo es? En mi opinión sí, aunque a lo largo de la narración irá revelándose otra dimensión, que no es otra que la progresiva sensación de soledad y aislamiento del personaje principal en un entorno hostil que va alejándolo más y más de lo que hasta entonces había constituido su realidad. Esa soledad, no exenta a veces de estupefacción, no lo aboca a la desesperación. El lector comprueba que el protagonista irá hallando recursos para seguir adelante y que, por una serie de circunstancias que en parte son fortuitas y en parte emanadas de su interior, logrará ir destejiendo la “maraña equinoccial” en la que ha sido atrapado como un insecto en la telaraña.


A través de las 230 páginas de la obra aparecen personajes bien descritos y creíbles, con empaque, como el ambiguo capitán Cremosa, el padre Lázaro (una suerte de anacoreta) que vive internado en la selva acompañado de su inseparable “padre Pío”, un peculiar mono albino que, con su sola presencia, mantiene a raya a las amenazantes y belicosas tribus que habitan en los bosques. También Omatuki, la silenciosa nativa que, en cierto modo como la Margarita de FAUSTO, contribuirá decisivamente a su redención.


Con su habitual estilo, en el que alternan las frases cortas (muy periodístico) con un certero empleo de la subordinación, Antonio Picazo nos conduce a través de una historia plagada de humor, intriga y una cierta desazón vital que no excluye la esperanza.


EL CRIMEN TROPICAL DEL SEÑOR OBISPO es su primera obra narrativa, pero auguro que será el preludio de unas cuantas novelas más, en las que la experiencia del viaje se funda con la experiencia de la vida.

El crimen tropical del señor obispo

Reseña de la novela de Antonio Picazo
Luis del Palacio
sábado, 5 de marzo de 2022, 11:27 h (CET)

En mi opinión, cuando un libro se asienta en el mercado editorial; es decir, cuando no se trata ya de una novedad en sentido estricto, ha llegado el momento oportuno para hablar de él.


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Se publican tantos títulos de novela al año – gran paradoja en un país en el que muy pocos leen de manera habitual- que se diría que cada ciudadano trae un manuscrito bajo el brazo. Sin embargo, a pesar de que una vez más, ni son todos los que están ni están todos los que son, aparece un título que te sorprende. Y me refiero, literalmente, al título. Acertar con él es tener parte –sólo parte- del camino hecho y, claro, uno como EL CRIMEN TROPICAL DEL SEÑOR OBISPO a nadie puede dejar indiferente. Mas no quiero hacer trampa. Su autor, Antonio Picazo, es buen amigo de muchos años y, aunque no hayamos coincidido en nuestras largas correrías por el mundo, nos une la pasión por la aventura y el tratar de descubrir para nosotros mismos paisajes y gentes que van siendo cada vez más improbables dada la progresiva uniformidad en la que todo va cayendo. 


En el caso de Antonio, colaborador habitual de las más prestigiosas revistas de viajes (National Geographic, Lonely Planet, Altaïr etc.) Premio Nacional de Periodismo “Don Quijote”, en 1986, ello se ha plasmado en libros (Un viaje lleno de mundos, Viaje a las fuentes del sol, Latidos de África, Viajeros lejanos) que se han convertido en clásicos dentro de lo que llamamos “literatura de viaje”; un género que solamente admite “monjes guerreros” (conjunción de escritor y aventurero) y no medias tintas, puesto que a los impostores, aquellos que viven su experiencia en tierras exóticas yendo de resort de lujo a hotel de cinco estrellas, se los detecta en la primera página… Y hay unos cuantos de estos.


Escribir una novela es otro tipo de aventura; una experiencia solitaria o, mejor dicho, una experiencia en la que sabes de antemano que estarás acompañado, durante el tiempo que dure su escritura, por seres reales o de ficción con los que, en cualquier caso, sólo podrás establecer contacto con la imaginación. En la primera novela de Antonio Picazo existe un telón de fondo real con dos personajes reales: el obispo misionero español Alejandro Labaka y la monja colombiana Inés Arango, que fueron asesinados por la tribu tagaeri en un lugar perdido de la selva ecuatoriana, el 21 de julio de 1987. 


El protagonista (este sí de ficción) de la historia es un joven abogado que, a punto de no ver renovado su contrato en el bufete para el que trabaja, tendrá que aceptar una misión tan arriesgada como insólita: actuar de árbitro o mediador en la captura de los indios responsables de la muerte de los dos religiosos, cuidando que sean entregados indemnes a las autoridades. Y para ello habrá de acompañar al destacamento de soldados que se adentrará en el laberinto de la selva amazónica.

Son estos, sin duda, buenos mimbres para una trama novelística. El interés por cómo este joven urbanita habrá de vérselas en aquel infierno verde, presagia una novela de aventuras… Pero ¿lo es? En mi opinión sí, aunque a lo largo de la narración irá revelándose otra dimensión, que no es otra que la progresiva sensación de soledad y aislamiento del personaje principal en un entorno hostil que va alejándolo más y más de lo que hasta entonces había constituido su realidad. Esa soledad, no exenta a veces de estupefacción, no lo aboca a la desesperación. El lector comprueba que el protagonista irá hallando recursos para seguir adelante y que, por una serie de circunstancias que en parte son fortuitas y en parte emanadas de su interior, logrará ir destejiendo la “maraña equinoccial” en la que ha sido atrapado como un insecto en la telaraña.


A través de las 230 páginas de la obra aparecen personajes bien descritos y creíbles, con empaque, como el ambiguo capitán Cremosa, el padre Lázaro (una suerte de anacoreta) que vive internado en la selva acompañado de su inseparable “padre Pío”, un peculiar mono albino que, con su sola presencia, mantiene a raya a las amenazantes y belicosas tribus que habitan en los bosques. También Omatuki, la silenciosa nativa que, en cierto modo como la Margarita de FAUSTO, contribuirá decisivamente a su redención.


Con su habitual estilo, en el que alternan las frases cortas (muy periodístico) con un certero empleo de la subordinación, Antonio Picazo nos conduce a través de una historia plagada de humor, intriga y una cierta desazón vital que no excluye la esperanza.


EL CRIMEN TROPICAL DEL SEÑOR OBISPO es su primera obra narrativa, pero auguro que será el preludio de unas cuantas novelas más, en las que la experiencia del viaje se funda con la experiencia de la vida.

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