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A mi familia

​Épica

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No me gusta nada la expresión, tan de moda en los últimos años entre políticos y analistas de la actualidad, de “ganar el relato”. No me gusta porque me parece fea, pero reconozco que es acertada. El “relato”, la narración, el modo en que se nos cuenta un hecho configura una realidad u otra, y, claro, la herramienta es poderosa en manos de los poderosos. Cosa distinta es cuando ese relato surge de la gente, aunque luego sea recogido por periodistas o publicistas. 


Este es el caso del Atlético de Madrid. A diferencia de quienes construyen su relato a golpe de títulos, el Atleti ha configurado el suyo picando piedra, dándole al mazo de la resistencia y el empeño, codo con codo, compartiendo trinchera. De todos los modelos heroicos, el Atleti eligió el de Héctor, el príncipe troyano que ve en lo alto de la muralla la llegada de Aquiles y baja a luchar contra él, aunque sabe que el griego lo va a matar. Porque lo fácil es ser el invencible Aquiles o el omnipotente Superman. Lo difícil es ser Peter Parker, un pobre chaval que vive en un tugurio neoyorquino, que pasa penalidades de todo tipo, que no puede estar con su chica porque tiene que salvar a la gente de una ciudad que, para colmo, muchas veces lo desprecia.


La del Atleti es la épica de la dignidad, la del héroe que no lucha para ganar, sino para poder mirarse de frente al espejo. Lo dice tía May en esa joya que es Spiderman 2, de Sam Raimi: necesitamos un modelo que nos ayude a encontrar al héroe que llevamos dentro, ese que nos hace resistir un segundo más, que nos mantiene honestos, que nos da fuerzas, y que, al final, nos ayuda a morir con orgullo. Bien lo sabía Cholo en aquel discurso de Neptuno que quedó grabado en la memoria de todos: “no es solamente una liga, muchachos, es algo mucho más importante lo que estos jugadores les transmiten a ustedes: que, si se cree y se trabaja, se puede”.  Entendámonos. No es que no nos guste ganar trofeos -no somos idiotas-, es que no lo necesitamos para sentir el orgullo de ser atléticos.


Yo, en aquel barrio del sur de Madrid donde crecí, aprendí a vivir al tiempo que aprendía a ser del Atleti. Y ahora, cuando miro aquel pasado callejero y suburbial, cuando nos recuerdo a mí, a mi hermano y a mi padre cruzando el río para ir al Calderón; cuando veo aquellas hileras de cemento donde nos defendíamos del frío como podíamos para alentar a Julio Prieto, a Landáburu o a Arteche; cuando me recuerdo hecho un chaval preguntándome si algún día vería a mi equipo ganar la liga, siento un agradecimiento enorme hacia mi padre, que llevaba el escudo del Atleti en su Simca 1200, que lograba guardar algo de dinero para pagar los carnés de socio de sus tres hijos, que nos hizo seguidores de este equipo de pasión y fe. 


De eso va esto de ser del Atleti, no solo de títulos: de orgullo, de dignidad, de familia; de permanecer fieles y unidos partido a partido; de saber que, en la vida, siempre hay esperanza para los que sueñan más fuerte.

Aúpa Atleti.

​Épica

A mi familia
Raúl Galache
martes, 4 de enero de 2022, 08:50 h (CET)

No me gusta nada la expresión, tan de moda en los últimos años entre políticos y analistas de la actualidad, de “ganar el relato”. No me gusta porque me parece fea, pero reconozco que es acertada. El “relato”, la narración, el modo en que se nos cuenta un hecho configura una realidad u otra, y, claro, la herramienta es poderosa en manos de los poderosos. Cosa distinta es cuando ese relato surge de la gente, aunque luego sea recogido por periodistas o publicistas. 


Este es el caso del Atlético de Madrid. A diferencia de quienes construyen su relato a golpe de títulos, el Atleti ha configurado el suyo picando piedra, dándole al mazo de la resistencia y el empeño, codo con codo, compartiendo trinchera. De todos los modelos heroicos, el Atleti eligió el de Héctor, el príncipe troyano que ve en lo alto de la muralla la llegada de Aquiles y baja a luchar contra él, aunque sabe que el griego lo va a matar. Porque lo fácil es ser el invencible Aquiles o el omnipotente Superman. Lo difícil es ser Peter Parker, un pobre chaval que vive en un tugurio neoyorquino, que pasa penalidades de todo tipo, que no puede estar con su chica porque tiene que salvar a la gente de una ciudad que, para colmo, muchas veces lo desprecia.


La del Atleti es la épica de la dignidad, la del héroe que no lucha para ganar, sino para poder mirarse de frente al espejo. Lo dice tía May en esa joya que es Spiderman 2, de Sam Raimi: necesitamos un modelo que nos ayude a encontrar al héroe que llevamos dentro, ese que nos hace resistir un segundo más, que nos mantiene honestos, que nos da fuerzas, y que, al final, nos ayuda a morir con orgullo. Bien lo sabía Cholo en aquel discurso de Neptuno que quedó grabado en la memoria de todos: “no es solamente una liga, muchachos, es algo mucho más importante lo que estos jugadores les transmiten a ustedes: que, si se cree y se trabaja, se puede”.  Entendámonos. No es que no nos guste ganar trofeos -no somos idiotas-, es que no lo necesitamos para sentir el orgullo de ser atléticos.


Yo, en aquel barrio del sur de Madrid donde crecí, aprendí a vivir al tiempo que aprendía a ser del Atleti. Y ahora, cuando miro aquel pasado callejero y suburbial, cuando nos recuerdo a mí, a mi hermano y a mi padre cruzando el río para ir al Calderón; cuando veo aquellas hileras de cemento donde nos defendíamos del frío como podíamos para alentar a Julio Prieto, a Landáburu o a Arteche; cuando me recuerdo hecho un chaval preguntándome si algún día vería a mi equipo ganar la liga, siento un agradecimiento enorme hacia mi padre, que llevaba el escudo del Atleti en su Simca 1200, que lograba guardar algo de dinero para pagar los carnés de socio de sus tres hijos, que nos hizo seguidores de este equipo de pasión y fe. 


De eso va esto de ser del Atleti, no solo de títulos: de orgullo, de dignidad, de familia; de permanecer fieles y unidos partido a partido; de saber que, en la vida, siempre hay esperanza para los que sueñan más fuerte.

Aúpa Atleti.

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