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Opinión
Etiquetas | Guantánamo | Prisión | EEUU | Maltrato | Tortura
Sufrió innumerables golpizas y horrendos interrogatorios a manos de los guardias de la prisión

Perdido y encontrado en Guantánamo: ​​Mansoor Adayfi, el detenido 441

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La bahía de Guantánamo, ubicada en el extremo sur de Cuba, alberga la tristemente célebre prisión militar estadounidense de Guantánamo, conocida como “Gitmo”, donde 779 hombres han permanecido detenidos, en su gran mayoría sin cargos, y han sido torturados a lo largo de los últimos veinte años. Uno de estos prisioneros, el yemení Mansoor Adayfi —o el “detenido 441”— estuvo encarcelado allí durante 14 años, hasta 2016. Adayfi está actualmente exiliado en Serbia, lugar a donde Estados Unidos lo obligó a asentarse luego de su liberación de Guantánamo a pesar de no tener ninguna conexión con ese país. Adayfi acaba de publicar un libro de memorias, en el que describe el horror que se vive en Guantánamo y cómo él y sus compañeros de prisión mantuvieron la cordura, crearon lazos solidarios y sobrevivieron.


Mansoor Adayfi habló con Democracy Now! desde Belgrado. No dejó de sonreír y de reír durante la conversación que mantuvimos con él, a pesar de haber soportado años de tortura y encarcelamiento arbitrario. Aprendió la mayor parte de su inglés casi fluido de los guardias de Guantánamo. Respecto a la gran diversidad que había entre los prisioneros con los que tuvo que convivir, nos dijo:

“Había alrededor de 50 nacionalidades, 20 idiomas e historias de vida diferentes. Las personas que estaban en Guantánamo eran artistas, cantantes, médicos, enfermeros, buzos, mafiosos, drogadictos, docentes, investigadores, poetas. Esas culturas tan diversas interactuaron unas con otras, se fusionaron y formaron lo que denominamos la 'cultura de Guantánamo' y lo que yo llamo 'el hermoso Guantánamo'”.


Las elocuentes memorias de Mansoor Adayfi publicadas en el libro “Don’t forget us here: lost and found at Guantánamo” (No se olviden de los que estamos aquí. Perdidos y encontrados en Guantánamo) son un testimonio profundamente personal del horror que vivió en la prisión. También constituyen una dura denuncia contra la crueldad de las Fuerzas Armadas estadounidenses y las personas que tenían a su cargo el manejo de la prisión, incluido el general Geoffrey Miller, un implacable defensor de las prácticas de tortura que también estuvo a cargo de la prisión Abu Ghraib en Iraq, así como contra la serie de presidentes y comandantes en Jefe que estuvieron al mando de Estados Unidos desde 2002: George W. Bush, Obama, Trump y ahora Biden.


“Por favor, déjame llevarte de viaje por Guantánamo”, escribe en la introducción del libro Mansoor Adayfi. “Ajústate el cinturón y prepárate. Seré tu guía, pero no te preocupes, no tendrás que usar el overol naranja ni los grilletes ni la capucha. Todas las noches podrás dejar atrás las rejas y las celdas de aislamiento y reincorporarte a tu vida. Pero creo que retornarás junto a mí para ver un lado de Guantánamo que pocas personas han tenido posibilidad de experimentar, donde hay mucho dolor, sí, pero también hay momentos inesperados de belleza y alegría que te dejarán sin aliento. Este es mi Guantánamo”.


Nacido en el seno de una familia numerosa en un área rural de Yemen, Mansoor tuvo un buen desempeño en la escuela y cuando cumplió los 18 años de edad fue enviado a Afganistán para ayudar con un proyecto de investigación. Así nos cuenta lo que le sucedió en ese país:

“Un día, después del 11 de septiembre, fui secuestrado por líderes tribales afganos. Desde los aviones estadounidenses se tiraban panfletos en los que se ofrecían grandes recompensas de dinero en efectivo [por entregar sospechosos]. Me vendieron a la CIA como un general de Al Qaeda, un egipcio de mediana edad, involucrado en los atentados del 11 de septiembre. Me llevaron a un centro clandestino de detención, donde me torturaron durante más de dos meses”.


Mansoor nunca olvidará lo que padeció en ese centro clandestino:

“Nadie sabe cuántas personas murieron realmente allí. No había ninguna limitación en las torturas que podían infringirte. Permanecer colgado del techo de la celda, boca abajo, durante mucho tiempo, incluso con los ojos vendados y desnudo. Permanecer parado, sin descanso. Estábamos las veinticuatro horas del día sometidos a prácticas como la privación del sueño, nos golpeaban, nos sometían a la práctica del ahogamiento simulado”.


Con grilletes y encapuchado, Adayfi fue trasladado en avión desde Afganistán a Guantánamo, en un viaje de 40 horas de duración. Sus captores le colgaron un letrero alrededor del cuello con la leyenda “Golpéenme” y los guardias a bordo obedecieron y lo golpearon durante todo el viaje. En la cárcel de Guantánamo, el maltrato continuó. Con el tiempo, los reclusos se organizaron y comenzaron una huelga de hambre.


“Nuestros cuerpos eran el campo de batalla, porque los estadounidenses nos torturaban, nos maltrataban y nos golpeaban en el cuerpo; y nosotros también castigamos nuestros propios cuerpos con la huelga de hambre, tratando de resistir. Era un viaje lento hacia la muerte”.


Mansoor Adayfi sufrió innumerables golpizas y horrendos interrogatorios a manos de los guardias de la prisión. Aún así sentía compasión por quienes regresaban de la guerra en Irak o Afganistán: “Vi cómo volvían esos guardias, muchos de ellos estaban mentalmente destruidos. Ver a una persona quebrantada es más doloroso que cualquier otra cosa”. Una de las guardias lo conmovió profundamente cuando se rehusó a acatar una orden directa de llevar a Mansoor a un interrogatorio.

“Era una cuestión de vida o muerte, pero tienes que mantener viva la esperanza”, reflexionó Mansoor. “Ese lugar fue diseñado para quitarte toda esperanza”.


Mansoor Adayfi lleva puesta —en una actitud desafiante— una bufanda naranja, a pesar de que un psicólogo de la prisión de Guantánamo y un representante del Comité Internacional de la Cruz Roja le dijeron que usar el color naranja podría desencadenarle una situación de estrés postraumático.

“En Guantánamo aprendí que nunca te debes quedar callado”, dijo Mansoor Adayfi, el detenido 441, a Democracy Now!. “Si guardas silencio, el opresor te oprimirá aún más. Así que nunca me quedaré callado”.

Perdido y encontrado en Guantánamo: ​​Mansoor Adayfi, el detenido 441

Sufrió innumerables golpizas y horrendos interrogatorios a manos de los guardias de la prisión
Amy Goodman
lunes, 4 de octubre de 2021, 09:13 h (CET)

La bahía de Guantánamo, ubicada en el extremo sur de Cuba, alberga la tristemente célebre prisión militar estadounidense de Guantánamo, conocida como “Gitmo”, donde 779 hombres han permanecido detenidos, en su gran mayoría sin cargos, y han sido torturados a lo largo de los últimos veinte años. Uno de estos prisioneros, el yemení Mansoor Adayfi —o el “detenido 441”— estuvo encarcelado allí durante 14 años, hasta 2016. Adayfi está actualmente exiliado en Serbia, lugar a donde Estados Unidos lo obligó a asentarse luego de su liberación de Guantánamo a pesar de no tener ninguna conexión con ese país. Adayfi acaba de publicar un libro de memorias, en el que describe el horror que se vive en Guantánamo y cómo él y sus compañeros de prisión mantuvieron la cordura, crearon lazos solidarios y sobrevivieron.


Mansoor Adayfi habló con Democracy Now! desde Belgrado. No dejó de sonreír y de reír durante la conversación que mantuvimos con él, a pesar de haber soportado años de tortura y encarcelamiento arbitrario. Aprendió la mayor parte de su inglés casi fluido de los guardias de Guantánamo. Respecto a la gran diversidad que había entre los prisioneros con los que tuvo que convivir, nos dijo:

“Había alrededor de 50 nacionalidades, 20 idiomas e historias de vida diferentes. Las personas que estaban en Guantánamo eran artistas, cantantes, médicos, enfermeros, buzos, mafiosos, drogadictos, docentes, investigadores, poetas. Esas culturas tan diversas interactuaron unas con otras, se fusionaron y formaron lo que denominamos la 'cultura de Guantánamo' y lo que yo llamo 'el hermoso Guantánamo'”.


Las elocuentes memorias de Mansoor Adayfi publicadas en el libro “Don’t forget us here: lost and found at Guantánamo” (No se olviden de los que estamos aquí. Perdidos y encontrados en Guantánamo) son un testimonio profundamente personal del horror que vivió en la prisión. También constituyen una dura denuncia contra la crueldad de las Fuerzas Armadas estadounidenses y las personas que tenían a su cargo el manejo de la prisión, incluido el general Geoffrey Miller, un implacable defensor de las prácticas de tortura que también estuvo a cargo de la prisión Abu Ghraib en Iraq, así como contra la serie de presidentes y comandantes en Jefe que estuvieron al mando de Estados Unidos desde 2002: George W. Bush, Obama, Trump y ahora Biden.


“Por favor, déjame llevarte de viaje por Guantánamo”, escribe en la introducción del libro Mansoor Adayfi. “Ajústate el cinturón y prepárate. Seré tu guía, pero no te preocupes, no tendrás que usar el overol naranja ni los grilletes ni la capucha. Todas las noches podrás dejar atrás las rejas y las celdas de aislamiento y reincorporarte a tu vida. Pero creo que retornarás junto a mí para ver un lado de Guantánamo que pocas personas han tenido posibilidad de experimentar, donde hay mucho dolor, sí, pero también hay momentos inesperados de belleza y alegría que te dejarán sin aliento. Este es mi Guantánamo”.


Nacido en el seno de una familia numerosa en un área rural de Yemen, Mansoor tuvo un buen desempeño en la escuela y cuando cumplió los 18 años de edad fue enviado a Afganistán para ayudar con un proyecto de investigación. Así nos cuenta lo que le sucedió en ese país:

“Un día, después del 11 de septiembre, fui secuestrado por líderes tribales afganos. Desde los aviones estadounidenses se tiraban panfletos en los que se ofrecían grandes recompensas de dinero en efectivo [por entregar sospechosos]. Me vendieron a la CIA como un general de Al Qaeda, un egipcio de mediana edad, involucrado en los atentados del 11 de septiembre. Me llevaron a un centro clandestino de detención, donde me torturaron durante más de dos meses”.


Mansoor nunca olvidará lo que padeció en ese centro clandestino:

“Nadie sabe cuántas personas murieron realmente allí. No había ninguna limitación en las torturas que podían infringirte. Permanecer colgado del techo de la celda, boca abajo, durante mucho tiempo, incluso con los ojos vendados y desnudo. Permanecer parado, sin descanso. Estábamos las veinticuatro horas del día sometidos a prácticas como la privación del sueño, nos golpeaban, nos sometían a la práctica del ahogamiento simulado”.


Con grilletes y encapuchado, Adayfi fue trasladado en avión desde Afganistán a Guantánamo, en un viaje de 40 horas de duración. Sus captores le colgaron un letrero alrededor del cuello con la leyenda “Golpéenme” y los guardias a bordo obedecieron y lo golpearon durante todo el viaje. En la cárcel de Guantánamo, el maltrato continuó. Con el tiempo, los reclusos se organizaron y comenzaron una huelga de hambre.


“Nuestros cuerpos eran el campo de batalla, porque los estadounidenses nos torturaban, nos maltrataban y nos golpeaban en el cuerpo; y nosotros también castigamos nuestros propios cuerpos con la huelga de hambre, tratando de resistir. Era un viaje lento hacia la muerte”.


Mansoor Adayfi sufrió innumerables golpizas y horrendos interrogatorios a manos de los guardias de la prisión. Aún así sentía compasión por quienes regresaban de la guerra en Irak o Afganistán: “Vi cómo volvían esos guardias, muchos de ellos estaban mentalmente destruidos. Ver a una persona quebrantada es más doloroso que cualquier otra cosa”. Una de las guardias lo conmovió profundamente cuando se rehusó a acatar una orden directa de llevar a Mansoor a un interrogatorio.

“Era una cuestión de vida o muerte, pero tienes que mantener viva la esperanza”, reflexionó Mansoor. “Ese lugar fue diseñado para quitarte toda esperanza”.


Mansoor Adayfi lleva puesta —en una actitud desafiante— una bufanda naranja, a pesar de que un psicólogo de la prisión de Guantánamo y un representante del Comité Internacional de la Cruz Roja le dijeron que usar el color naranja podría desencadenarle una situación de estrés postraumático.

“En Guantánamo aprendí que nunca te debes quedar callado”, dijo Mansoor Adayfi, el detenido 441, a Democracy Now!. “Si guardas silencio, el opresor te oprimirá aún más. Así que nunca me quedaré callado”.

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