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Mikel Agirregabiria

Rebaja de semana

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Cada lunes trabajado acredita que hemos disfrutado de un descansado fin de semana de dos días (y medio).

Algunos dicen que la actual semana laboral se hace pesada. Demuestran que desconocen la semana recortada que ahora tenemos, comparada con la de nuestros padres o abuelos. Hasta 1904, se trabajaba y había clases todos los días de la semana, incluidos los domingos. Fue la presión de la Iglesia la que consiguió que "el Día del Señor" no hubiera clases dominicales. Todavía hace cuarenta años, los días laborables eran seis, todos excepto el domingo. Y muy pocos disfrutaban de un pagado mes de vacaciones al año.

Quienes estudiábamos entonces conocimos clases de mañana y tarde, de lunes a sábado, con la tarde libre del jueves, conocido como “el día de globos”, única fecha en la que podíamos ir de compras, porque el domingo todas las tiendas estaban cerradas. Más tarde, hacia 1966, pasa la tarde libre del jueves a las dos tardes de miércoles y sábados. Sólo hace tres décadas, llegó el “fin de semana inglés” con sábado y domingo festivos. Ahora, en muchos centros educativos se benefician de jornada intensiva, con clases sólo de mañana.

La semana laboral de cinco días y el calendario de trabajo de once meses (o menos) son logros históricos que no conocieron nuestros antepasados. Mi padre trabajaba de lunes a sábado, y el domingo por la mañana debía pasar a comprobar su negocio. Junto a las obligaciones religiosas, de enero a diciembre sólo disfrutaba libre la tarde del domingo. Esa misma tarde que ahora muchos ocupan con la depresión del stress pre-laboral. Es un invento muy reciente ese síndrome post-vacacional, producido tras las dos jornadas festivas del week-end o tras el mes vacacional.

Rebaja de semana

Mikel Agirregabiria
Redacción
miércoles, 6 de febrero de 2008, 01:44 h (CET)
Cada lunes trabajado acredita que hemos disfrutado de un descansado fin de semana de dos días (y medio).

Algunos dicen que la actual semana laboral se hace pesada. Demuestran que desconocen la semana recortada que ahora tenemos, comparada con la de nuestros padres o abuelos. Hasta 1904, se trabajaba y había clases todos los días de la semana, incluidos los domingos. Fue la presión de la Iglesia la que consiguió que "el Día del Señor" no hubiera clases dominicales. Todavía hace cuarenta años, los días laborables eran seis, todos excepto el domingo. Y muy pocos disfrutaban de un pagado mes de vacaciones al año.

Quienes estudiábamos entonces conocimos clases de mañana y tarde, de lunes a sábado, con la tarde libre del jueves, conocido como “el día de globos”, única fecha en la que podíamos ir de compras, porque el domingo todas las tiendas estaban cerradas. Más tarde, hacia 1966, pasa la tarde libre del jueves a las dos tardes de miércoles y sábados. Sólo hace tres décadas, llegó el “fin de semana inglés” con sábado y domingo festivos. Ahora, en muchos centros educativos se benefician de jornada intensiva, con clases sólo de mañana.

La semana laboral de cinco días y el calendario de trabajo de once meses (o menos) son logros históricos que no conocieron nuestros antepasados. Mi padre trabajaba de lunes a sábado, y el domingo por la mañana debía pasar a comprobar su negocio. Junto a las obligaciones religiosas, de enero a diciembre sólo disfrutaba libre la tarde del domingo. Esa misma tarde que ahora muchos ocupan con la depresión del stress pre-laboral. Es un invento muy reciente ese síndrome post-vacacional, producido tras las dos jornadas festivas del week-end o tras el mes vacacional.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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