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Regresando a lo verdadero

Habitamos en un mundo que necesita contestar a la pregunta: ¿Y tú, por qué no lees?
Gabriel Lanswok
viernes, 6 de agosto de 2021, 08:29 h (CET)

¿Qué haces? Las coincidencias hacían que siempre contestara con un libro entre las manos. Entonces alguien me preguntó la razón al tiempo que en mi mente surgía la pregunta contraria: ¿Y tú, por qué no lees?


La lectura ha tomado una imagen ritualista en mi círculo cercano, algo arcaico, místico en lo profundo; como lo conté en mi ensayo sobre poesía contemporánea, mi familia mira -incluso- con desagrado el hábito de leer, crecí en un ambiente de bailarines y artistas, pero, no de escritores, así que, la lectura tampoco era de mi agrado. Al observar lo que me rodea veo un mundo alejado de todo aquello que en la antigüedad se hubo valorado; los avances tecnológicos y científicos, así como la igualdad y globalización del conocimiento han permitido que muchos de nosotros saciemos nuestra curiosidad con un solo clic; sin embargo, las redes sociales y videojuegos, las películas y plataformas de series han logrado que el sedentarismo -tanto intelectual como físico- semejante a la gangrena vaya inutilizando la razón, ahora la falacia ad populum es por la mayoría aceptada.


¿Por qué lees tanto? Mi mente solitaria divagó al periodo Helenístico, a la biblioteca más importante del mundo antiguo. Nos encontramos en el siglo III a. e. c., el gran imperio de Alejandro Magno se fragmenta dejando a Tolomeo I a cargo de uno de los cuatro estados, tiempo después se funda la mítica biblioteca de Alejandría. Enseñanzas y textos primigenios, 500.000 a 700.000 manuscritos ocupan las estancias de aquel edificio que más tarde se extinguiría entre rumores. Tolomeo II, militar en desgracia que al morir su padre y ser derrotado en las fronteras del reino decide poner sus fuerzas en la gran biblioteca y en una gran torre en lo alto de la isla de Faros como guía para los que lleguen al gigantesco puerto. Algunas embarcaciones llevan en sus lomos grandes rollos de papiro con volúmenes de filosofía, medicina, teatro, etc.


En medio de esta historia surge la figura de Zenodoto que fue encomendado por el rey Tolomeo II para ocuparse de la biblioteca que al haber sido ampliada había adquirido proporciones descomunales; su trabajo, ordenar todo aquello… Después de que en un primer momento se mostrarse reticente, recordó que, en su estudio del gran Homero, poeta cuyas formas eran complejas y de difícil significado, había seleccionado cada grupo de palabras para agilizar el proceso, primero las que empezaban con la A, la B; usando la misma lógica logró aquella misión hercúlea al tiempo que había inventado el orden alfabético.


Es extraño como, mientras alguien me preguntaba sobre la razón de mi afición por la lectura, en mi mente manara esta historia imposible de detener una vez al agua echada. Aquel gran monumento de lo que son los antiguos saberes fue tan solo un reflejo de lo que antes, como sociedad, valorábamos.


Los libros, la naturaleza, la virtud, el teatro, la poesía, el detenernos y pensar acerca de lo que nos rodeaba, acerca de nosotros mismos. Aquel volverse a lo real más allá de lo digital, perdido entre las conversaciones de WhatsApp y los textos monosilábicos. Ya no existe ese pensar, reescribir una carta, el mancharse los dedos de tinta y pintar aquello que alguna vez perteneció a la memoria. Habitamos en un mundo que necesita contestar a la pregunta: ¿Y tú, por qué no lees?

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