Hace aproximadamente un mes, con motivo de la festividad de San José aproveché para releer la exhortación apostólica Amoris Laetitia, con la que el Papa Francisco nos invita a reflexionar sobre los más diversos frentes que se le planean a la familia en un tiempo convulso fruto de la posmodernidad. Y como sigue tristemente sobre la mesa el debate público de la nueva Ley de Educación propuesta por la ministra Celáa, norma restrictiva de los derechos y libertades, llama especialmente la atención la claridad con la que la Iglesia nos recuerda tres principios fundamentales para los padres, hoy puestos constantemente en entredicho.
Uno, el primero, es casi de cajón, pero la sociedad se empeña en ocultarlo: el amor conyugal que, además, está abierto a la vida, fruto de esa entrega de hombre y mujer el uno por el otro. No son buenos tiempos para el amor. La sociedad de la “hiperfelicidad” ha con fundido los fines últimos de la persona, que cada vez se vuelve más egoísta en una búsqueda perpetua de lo que cree felicidad y es en realidad alegría momentánea o placer efímero. Y como el matrimonio no es un camino de rosas, aunque sea camino feliz, uno de los primeros aspectos en el que ya no confiamos es el amor “para siempre”.