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Pese a ello, votaré.

¡A las urnas, ciudadanos!

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Reconozco que votaré sin ilusión. A estas alturas no he visto candidatura alguna que presente un proyecto de gobierno para los municipio o Comunidad Autónoma en que estoy empadronado. Todos se limitan a promesas, al espectáculo… Es, sin embargo muy fácil; tienen que mostrarme su capacidad de gestión de “lo que hay” y de activar lo que no hay; no me basta con la proclamación de su firme voluntad de hacerlo. Pese a ello, votaré. Lo haré porque no estoy dispuesto a renunciar a uno de esos derechos que nos están arrebatando; porque siento un cada vez mayor hartazgo y letargo en mis entornos y porque si esto sigue así, nos veremos cada vez más despojados. Para ejercer ese derecho es necesario que mi voto influya en algo, y desde luego, mi voto se diluye en una urna. Bien poco vale; pero lo poco que valga tiene que ser en la dirección de mis “esperanzas perdidas”. No soy yo solamente quien reclama un plan de gobierno; lo hacemos muchos; tantos como los “cabreaos” que me encuentro cada día. Somos muchos, pero también son muchos los instalados en lo que hay, que se resignan, aunque protesten. Ellos irán, en bloque, a votar como si creyeran firmemente que lo que hay, con sus defectos, es mejor que el riesgo de la “utopía”. Es un falso, debate, lo sabemos. Si hay proyectos de gobierno no cabe la tramoya de la “utopía”. Hay, felizmente, un hartazgo que no se resigna. Lo estamos viendo en la calle. Votaré con las tripas, claro, a las promesas que me parezcan más cercanas. Pero mi abstención no servirá los intereses de los poderosos.

¡A las urnas, ciudadanos!

Pese a ello, votaré.
Carlos Ortiz de Zárate
lunes, 18 de mayo de 2015, 23:24 h (CET)
Reconozco que votaré sin ilusión. A estas alturas no he visto candidatura alguna que presente un proyecto de gobierno para los municipio o Comunidad Autónoma en que estoy empadronado. Todos se limitan a promesas, al espectáculo… Es, sin embargo muy fácil; tienen que mostrarme su capacidad de gestión de “lo que hay” y de activar lo que no hay; no me basta con la proclamación de su firme voluntad de hacerlo. Pese a ello, votaré. Lo haré porque no estoy dispuesto a renunciar a uno de esos derechos que nos están arrebatando; porque siento un cada vez mayor hartazgo y letargo en mis entornos y porque si esto sigue así, nos veremos cada vez más despojados. Para ejercer ese derecho es necesario que mi voto influya en algo, y desde luego, mi voto se diluye en una urna. Bien poco vale; pero lo poco que valga tiene que ser en la dirección de mis “esperanzas perdidas”. No soy yo solamente quien reclama un plan de gobierno; lo hacemos muchos; tantos como los “cabreaos” que me encuentro cada día. Somos muchos, pero también son muchos los instalados en lo que hay, que se resignan, aunque protesten. Ellos irán, en bloque, a votar como si creyeran firmemente que lo que hay, con sus defectos, es mejor que el riesgo de la “utopía”. Es un falso, debate, lo sabemos. Si hay proyectos de gobierno no cabe la tramoya de la “utopía”. Hay, felizmente, un hartazgo que no se resigna. Lo estamos viendo en la calle. Votaré con las tripas, claro, a las promesas que me parezcan más cercanas. Pero mi abstención no servirá los intereses de los poderosos.

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