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Antes de entrar en materia considero que es conveniente y necesario que definamos que es futilidad y en qué consiste una cosa fútil.

La futilidad de los políticos

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El DIRAE, define futilidad como poca o ninguna importancia de una cosa, y una cosa fútil es aquello que merece poco aprecio o merecimiento.

¿A santo de qué viene este exordio o introducción? A que algunas veces me pongo a pensar y veo a ciertos, por no decir la mayoría de los humanos, sobre todo los políticos, que se consideran como personas importantes e imprescindibles para la Sociedad.

No puedo remediarlo pero inmediatamente se me viene a la cabeza la fábula que recoge en el Quijote nuestro siempre incomparable Cervantes y también narra un poeta griego casi olvidado, Babrio, quien posiblemente tomase esta corta alegoría de Esopo.

La narración es muy breve y sencilla:

Un majestuoso y corpulento buey paseaba tranquilamente por el campo y pasó junto a una diminuta rana que no mediría más de ocho centímetros, esta, al ver su cuerpo rutilante y hermoso, pensó que por qué no podría ser como él de corpulento y tener la prestancia que le acompañaba. Consideró que podría conseguirlo si, mediante la absorción de aire conseguía inflar su cuerpo, aumentar su tamaño y así llegaría a ser tan grande como él.

Fue pensarlo e intentar ponerlo en práctica, el insignificante e inane batracio, con este firme propósito, comenzó a absorber aire para llegar a ser como el espléndido buey. Mientras tanto les preguntaba a sus hermanas de la pestilente charca si, conforme captaba aire, se asemejaba al magnífico animal, a lo que le contestaban estas que, ni por asomo se parecía. Firme en su propósito y no falta de orgullo, continuó tragando aire, pues pensaba que nadie la impediría alcanzar el tamaño y la majestuosidad del noble astado.

Aunque sus hermanas le aconsejaban que cejase en su empeño, continuó, y siguió sorbiendo aire hasta que su piel, finalizada su elasticidad, estalló como un globo de feria, y hecha añicos pereció en tan descabellado e insensato propósito.

La moraleja es ilustrativa, el insignificante animal, olvidándose de quien era, una insignificante nadería, llena de soberbia, pereció por querer llegar a ser lo que no era, no teniendo en cuenta sus limitaciones.

Cervantes nos narra que, cuando Sancho se estaba preparando para gobernar la isla Barataria Alonso Quijano le aconsejó sobre la ardua y compleja tarea que debía emprender. “No atribuyas a tus merecimientos -le dijo- la merced recibida… Los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones… Has de poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey…”

No podemos olvidarnos de la parábola de los talentos. Nada tenemos, nada poseemos que nos pertenezca. Todo lo que administramos es solo un préstamo del que tendremos que rendir cuentas el día que lleguemos a nuestro final.

La gran equivocación de los humanos es creer que somos dueños del patrimonio que se nos ha encomendado. Desnudos nacimos y desnudos moriremos.

No soy un narrador de fábulas ni pretendo serlo, solo contemplo lo que está ocurriendo con nuestros políticos que huérfanos de contenido, raquíticos de ideas renovadoras, sin imaginación y creatividad, perdidos en una interminable confrontación y estancados en un debate rutinario y pedestre, abundan en mediocridades, satisfechos de sí mismos, que carecen de la virtud que lleva a intentar el difícil conocimiento personal. No sienten la urgencia de una vida humanamente superior y, regodeándose en una cotidianidad insulsa y monótona, pasean orondos y pomposos su complacencia infinita y su vulgaridad de oropel. No son conscientes de sus límites y se convencen sin fundamento de su capacidad para acometer las más complejas tareas. No dudan de su supuesta plenitud.

Es muy lamentable tener que reconocer que nuestro Presidente y Pablo Iglesias, muleta en la que se apoya, así como en los independentistas que quieren destruir la unidad de esta incomparable España, fraguada durante siglos; en su inconmensurable soberbia y futileza no deje de demostrarnos que es un insultador grotesco que carece de la elevación intelectual para superar sus pasiones y dignificar la función que ejerce. Queriendo ser ingenioso o mordaz, cae en la vulgaridad. Ofuscado por el poder y enredado en su verborrea incontenible, está convencido de que posee una intangibilidad inexistente. No ha llegado a comprender que tarde o temprano tendrá que rendir cuentas por sus excesos y sus atropellos. ¿Por qué no recordar entonces, con toda su sabiduría ancestral, la conocida y clásica fábula de Babrio? ¿Por qué no volver a pensar que la rana que se infla demasiado puede al fin explotar?

Cosa que, a no dudar ocurrirá cuando el pueblo en las urnas le haga pagar todos los desmanes cometidos.

La futilidad de los políticos

Antes de entrar en materia considero que es conveniente y necesario que definamos que es futilidad y en qué consiste una cosa fútil.
Manuel Villegas
miércoles, 17 de marzo de 2021, 12:24 h (CET)

El DIRAE, define futilidad como poca o ninguna importancia de una cosa, y una cosa fútil es aquello que merece poco aprecio o merecimiento.

¿A santo de qué viene este exordio o introducción? A que algunas veces me pongo a pensar y veo a ciertos, por no decir la mayoría de los humanos, sobre todo los políticos, que se consideran como personas importantes e imprescindibles para la Sociedad.

No puedo remediarlo pero inmediatamente se me viene a la cabeza la fábula que recoge en el Quijote nuestro siempre incomparable Cervantes y también narra un poeta griego casi olvidado, Babrio, quien posiblemente tomase esta corta alegoría de Esopo.

La narración es muy breve y sencilla:

Un majestuoso y corpulento buey paseaba tranquilamente por el campo y pasó junto a una diminuta rana que no mediría más de ocho centímetros, esta, al ver su cuerpo rutilante y hermoso, pensó que por qué no podría ser como él de corpulento y tener la prestancia que le acompañaba. Consideró que podría conseguirlo si, mediante la absorción de aire conseguía inflar su cuerpo, aumentar su tamaño y así llegaría a ser tan grande como él.

Fue pensarlo e intentar ponerlo en práctica, el insignificante e inane batracio, con este firme propósito, comenzó a absorber aire para llegar a ser como el espléndido buey. Mientras tanto les preguntaba a sus hermanas de la pestilente charca si, conforme captaba aire, se asemejaba al magnífico animal, a lo que le contestaban estas que, ni por asomo se parecía. Firme en su propósito y no falta de orgullo, continuó tragando aire, pues pensaba que nadie la impediría alcanzar el tamaño y la majestuosidad del noble astado.

Aunque sus hermanas le aconsejaban que cejase en su empeño, continuó, y siguió sorbiendo aire hasta que su piel, finalizada su elasticidad, estalló como un globo de feria, y hecha añicos pereció en tan descabellado e insensato propósito.

La moraleja es ilustrativa, el insignificante animal, olvidándose de quien era, una insignificante nadería, llena de soberbia, pereció por querer llegar a ser lo que no era, no teniendo en cuenta sus limitaciones.

Cervantes nos narra que, cuando Sancho se estaba preparando para gobernar la isla Barataria Alonso Quijano le aconsejó sobre la ardua y compleja tarea que debía emprender. “No atribuyas a tus merecimientos -le dijo- la merced recibida… Los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones… Has de poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey…”

No podemos olvidarnos de la parábola de los talentos. Nada tenemos, nada poseemos que nos pertenezca. Todo lo que administramos es solo un préstamo del que tendremos que rendir cuentas el día que lleguemos a nuestro final.

La gran equivocación de los humanos es creer que somos dueños del patrimonio que se nos ha encomendado. Desnudos nacimos y desnudos moriremos.

No soy un narrador de fábulas ni pretendo serlo, solo contemplo lo que está ocurriendo con nuestros políticos que huérfanos de contenido, raquíticos de ideas renovadoras, sin imaginación y creatividad, perdidos en una interminable confrontación y estancados en un debate rutinario y pedestre, abundan en mediocridades, satisfechos de sí mismos, que carecen de la virtud que lleva a intentar el difícil conocimiento personal. No sienten la urgencia de una vida humanamente superior y, regodeándose en una cotidianidad insulsa y monótona, pasean orondos y pomposos su complacencia infinita y su vulgaridad de oropel. No son conscientes de sus límites y se convencen sin fundamento de su capacidad para acometer las más complejas tareas. No dudan de su supuesta plenitud.

Es muy lamentable tener que reconocer que nuestro Presidente y Pablo Iglesias, muleta en la que se apoya, así como en los independentistas que quieren destruir la unidad de esta incomparable España, fraguada durante siglos; en su inconmensurable soberbia y futileza no deje de demostrarnos que es un insultador grotesco que carece de la elevación intelectual para superar sus pasiones y dignificar la función que ejerce. Queriendo ser ingenioso o mordaz, cae en la vulgaridad. Ofuscado por el poder y enredado en su verborrea incontenible, está convencido de que posee una intangibilidad inexistente. No ha llegado a comprender que tarde o temprano tendrá que rendir cuentas por sus excesos y sus atropellos. ¿Por qué no recordar entonces, con toda su sabiduría ancestral, la conocida y clásica fábula de Babrio? ¿Por qué no volver a pensar que la rana que se infla demasiado puede al fin explotar?

Cosa que, a no dudar ocurrirá cuando el pueblo en las urnas le haga pagar todos los desmanes cometidos.

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