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“El mundo progresa cuando realmente el esfuerzo social va en auxilio de los más pobres y necesitados”

Una oportunidad de crecimiento

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Es evidente el fuerte impacto del COVID-19, que está dejando en todos los sectores del globo, incluso ha situado al límite los sistemas sanitarios más avanzados, y nos ha expuesto a un aluvión de dificultades, acrecentando mucho más las desigualdades entre nosotros. Ojalá maduremos y en lugar de generar conflictos, que siempre nos dividen, ganemos tiempo para fortalecernos como humanidad y salir más unidos que nunca. En consecuencia, es importante que quienes ocupan cargos de gobierno, a todos los niveles, se esfuercen más y mejor por afrontar esta época de crisis, con la mejor disposición para el diálogo sincero y con la buena regla del servicio permanente, sobre todo hacia los más débiles.

Para empezar, será bueno dejar que la conciencia nos hable y establezcamos periodos de reflexión, de cercanía ciudadana, al menos para darnos fortaleza y no caer en la desesperación o crecer en la envidia. Naturalmente, la posición del desarrollo siempre va en proporción a la carga; y, en todo caso, el amor es el único que se multiplica: ¡Cuánto más se reparte, más se recibe! Nos conviene tenerlo en cuenta para mejorar, pues tan vital como el pan que nos alimenta, son los cuidados que nos damos como aliento entre sí.

Sin embargo, la realidad es la que es y, en toda continuidad viviente, siempre hay sus aprietos. Lo significativo es retornar a ese espíritu auténtico para salir fortalecidos y apelar a la unidad, que es lo que verdaderamente nos nutre para seguir avanzando. No olvidemos que los sueños se construyen juntos. Desde luego, la fuerte crisis mundial de la pandemia es una oportunidad única, para ese ansioso cambio de orientación de vida, puesto que nadie puede pelear aisladamente.

Nos necesitamos cada uno con su propia voz, pero hermanados en esa coherente lucha colectiva, sin obviar cumplir la tarea encomendada, por el mismo hecho de cohabitar como personas. Desde luego, en la misión de promover la salud, de preservar la seguridad mundial y de servir a los vulnerables; tenemos que ser cumplidores siempre. No hay mejor forma de ascender que proveer la rectitud, arrodillarse ante todo y hacer balance con la entereza que el deber de la seriedad exige, para aprender a reprenderse. Al final, uno descubre que es el principal reo de lo que sucede.

Ahora, precisamente con las ansiadas vacunas, se nos ofrece un horizonte de control de la pandemia. Dejemos de perder el tiempo, el mismo instante por sí mismo ya es vida. Indudablemente, no acabaremos con la epidemia del COVID-19 hasta que la derrota sea mundial y no quede lugar contaminado. Como tantas otras cosas de la tierra, todo es limitado, las vacunas como recurso también; de ahí, la necesidad de utilizarlas de la manera más justa y eficaz posible.

Sea como fuere, las brechas entre moradores no tienen sentido. Trabajemos haciendo comunidad, ahondado en la pertenencia y en la dependencia de unos y otros. Seguramente, entonces, descubriremos la universalidad de nuestra tarea aquí en la tierra. Tampoco tiene sentido la rivalidad entre análogos. Ambos nos requerimos en los esfuerzos de transformación, de dar pasos hacia adelante a pesar de nuestra innata fragilidad como seres humanos. Desde luego, siempre nos hemos dicho aquello “de renovarse o morir”, y realmente creo que esta crisis que hoy padecemos, propiciada por una emergencia de salud pública de importancia internacional por el brote provocado por el nuevo coronavirus, es una ventana más a la oportunidad de subsistencia. No la desaprovechemos.

Cualquier crisis es movimiento, fundamento de acción y reacción, motivo de valentía y de valor. Salgamos a sentirnos parte del camino. Comprometámonos a trabajar por un justo crecimiento de los pueblos, países y continentes. Asimismo, tomemos como objetivo el bien de todos y de cada uno. Ya está bien de privilegios. El mundo progresa cuando realmente el esfuerzo social va en auxilio de los más pobres y necesitados. Nunca dejemos de lado esa obligación moral de protegernos, y máxime con el COVID-19, porque ya no se trata de resguardar nuestra propia salud, también la de los demás. Al fin y al cabo, todos tenemos un deber de perseguir el bien colectivo. Seamos garantes y éticos; sabiendo que no hay mayor evolución que el propio ejercicio solidario de cada cual, hasta el punto que de no tomar este sentido responsable de vida, tal vez tampoco merezcamos ni existir.

Una oportunidad de crecimiento

“El mundo progresa cuando realmente el esfuerzo social va en auxilio de los más pobres y necesitados”
Víctor Corcoba
lunes, 8 de febrero de 2021, 12:03 h (CET)

Es evidente el fuerte impacto del COVID-19, que está dejando en todos los sectores del globo, incluso ha situado al límite los sistemas sanitarios más avanzados, y nos ha expuesto a un aluvión de dificultades, acrecentando mucho más las desigualdades entre nosotros. Ojalá maduremos y en lugar de generar conflictos, que siempre nos dividen, ganemos tiempo para fortalecernos como humanidad y salir más unidos que nunca. En consecuencia, es importante que quienes ocupan cargos de gobierno, a todos los niveles, se esfuercen más y mejor por afrontar esta época de crisis, con la mejor disposición para el diálogo sincero y con la buena regla del servicio permanente, sobre todo hacia los más débiles.

Para empezar, será bueno dejar que la conciencia nos hable y establezcamos periodos de reflexión, de cercanía ciudadana, al menos para darnos fortaleza y no caer en la desesperación o crecer en la envidia. Naturalmente, la posición del desarrollo siempre va en proporción a la carga; y, en todo caso, el amor es el único que se multiplica: ¡Cuánto más se reparte, más se recibe! Nos conviene tenerlo en cuenta para mejorar, pues tan vital como el pan que nos alimenta, son los cuidados que nos damos como aliento entre sí.

Sin embargo, la realidad es la que es y, en toda continuidad viviente, siempre hay sus aprietos. Lo significativo es retornar a ese espíritu auténtico para salir fortalecidos y apelar a la unidad, que es lo que verdaderamente nos nutre para seguir avanzando. No olvidemos que los sueños se construyen juntos. Desde luego, la fuerte crisis mundial de la pandemia es una oportunidad única, para ese ansioso cambio de orientación de vida, puesto que nadie puede pelear aisladamente.

Nos necesitamos cada uno con su propia voz, pero hermanados en esa coherente lucha colectiva, sin obviar cumplir la tarea encomendada, por el mismo hecho de cohabitar como personas. Desde luego, en la misión de promover la salud, de preservar la seguridad mundial y de servir a los vulnerables; tenemos que ser cumplidores siempre. No hay mejor forma de ascender que proveer la rectitud, arrodillarse ante todo y hacer balance con la entereza que el deber de la seriedad exige, para aprender a reprenderse. Al final, uno descubre que es el principal reo de lo que sucede.

Ahora, precisamente con las ansiadas vacunas, se nos ofrece un horizonte de control de la pandemia. Dejemos de perder el tiempo, el mismo instante por sí mismo ya es vida. Indudablemente, no acabaremos con la epidemia del COVID-19 hasta que la derrota sea mundial y no quede lugar contaminado. Como tantas otras cosas de la tierra, todo es limitado, las vacunas como recurso también; de ahí, la necesidad de utilizarlas de la manera más justa y eficaz posible.

Sea como fuere, las brechas entre moradores no tienen sentido. Trabajemos haciendo comunidad, ahondado en la pertenencia y en la dependencia de unos y otros. Seguramente, entonces, descubriremos la universalidad de nuestra tarea aquí en la tierra. Tampoco tiene sentido la rivalidad entre análogos. Ambos nos requerimos en los esfuerzos de transformación, de dar pasos hacia adelante a pesar de nuestra innata fragilidad como seres humanos. Desde luego, siempre nos hemos dicho aquello “de renovarse o morir”, y realmente creo que esta crisis que hoy padecemos, propiciada por una emergencia de salud pública de importancia internacional por el brote provocado por el nuevo coronavirus, es una ventana más a la oportunidad de subsistencia. No la desaprovechemos.

Cualquier crisis es movimiento, fundamento de acción y reacción, motivo de valentía y de valor. Salgamos a sentirnos parte del camino. Comprometámonos a trabajar por un justo crecimiento de los pueblos, países y continentes. Asimismo, tomemos como objetivo el bien de todos y de cada uno. Ya está bien de privilegios. El mundo progresa cuando realmente el esfuerzo social va en auxilio de los más pobres y necesitados. Nunca dejemos de lado esa obligación moral de protegernos, y máxime con el COVID-19, porque ya no se trata de resguardar nuestra propia salud, también la de los demás. Al fin y al cabo, todos tenemos un deber de perseguir el bien colectivo. Seamos garantes y éticos; sabiendo que no hay mayor evolución que el propio ejercicio solidario de cada cual, hasta el punto que de no tomar este sentido responsable de vida, tal vez tampoco merezcamos ni existir.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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