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Pelayo López

El pre y, ahora, el post-proceso electoral de turno

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Han pasado 15 días de auténtico vértigo. ¡Ya está!. ¡Ya han pasado!. ¡Qué sufrimiento!. No para ellos, los políticos quiero decir –quizás sí para algunos poco habituados a convivir con la sociedad de a pie-, sino para el resto de mortales que tenemos que padecerles en cualquier lugar por remoto que parezca. ¡En esas fechas sí que llegan!. Si calibramos períodos temporales de 4 años, estoy seguro de que casi todos coincidiremos en la opinión, contrastada con los hechos, de que los políticos parecen haber tomado cualquiera de esas bebidas isotónicas del mercado para mostrarnos un dinamismo fuera de lo común, común entiéndase en relación al resto de las jornadas que forman parte de ese plazo.

Si fuese nuestro caso, si estuviésemos en su pellejo, nosotros, a buen seguro, estaríamos marcados, a estas alturas de la batalla electoral, por las agujetas y/o la resaca. Pero no, ellos no. O sí, pero lo disimulan muy bien –como siempre, unos más que otros-. A ellos les toca ahora celebrar la victoria en unos casos, celebrar la derrota en otros –ya saben que los políticos parecen no perder nunca y ganar siempre-, y sentarse a dialogar en el resto, aunque sea a regañadientes, con los hasta hace unos minutos adversarios y rivales, antagonistas a más no poder e incluso figuras cercanas al improperio enajenado. La política no es una profesión, no conlleva carrera, pero las matemáticas deben mostrar una matrícula de honor en los expedientes de los susodichos. Nada de cábalas aleatorias o iluminadas. La cuenta de la lechera de toda la vida es la que prevalece. Un sillón es un sillón, y la comodidad propia prima sobre la del resto.

Y a nosotros, ¿qué nos queda?. Pues nada, lo de siempre. Mientras unos vuelven al ostracismo democrático -¡qué fiesta!-, los demás, la mayoría, pasamos a ser de nuevo convidados de piedra, ignoradas estatuas de sal crédulas que, cada x tiempo, nos dejamos encantar por el flautista de paso y somos abandonados al puntual letargo democrático. Él pasa, pero, cada 4 años, nosotros caemos en la trampa tejida con hilos de farsa, entre el pre y, ahora, el post-proceso electoral de turno.

El pre y, ahora, el post-proceso electoral de turno

Pelayo López
Pelayo López
martes, 29 de mayo de 2007, 00:11 h (CET)
Han pasado 15 días de auténtico vértigo. ¡Ya está!. ¡Ya han pasado!. ¡Qué sufrimiento!. No para ellos, los políticos quiero decir –quizás sí para algunos poco habituados a convivir con la sociedad de a pie-, sino para el resto de mortales que tenemos que padecerles en cualquier lugar por remoto que parezca. ¡En esas fechas sí que llegan!. Si calibramos períodos temporales de 4 años, estoy seguro de que casi todos coincidiremos en la opinión, contrastada con los hechos, de que los políticos parecen haber tomado cualquiera de esas bebidas isotónicas del mercado para mostrarnos un dinamismo fuera de lo común, común entiéndase en relación al resto de las jornadas que forman parte de ese plazo.

Si fuese nuestro caso, si estuviésemos en su pellejo, nosotros, a buen seguro, estaríamos marcados, a estas alturas de la batalla electoral, por las agujetas y/o la resaca. Pero no, ellos no. O sí, pero lo disimulan muy bien –como siempre, unos más que otros-. A ellos les toca ahora celebrar la victoria en unos casos, celebrar la derrota en otros –ya saben que los políticos parecen no perder nunca y ganar siempre-, y sentarse a dialogar en el resto, aunque sea a regañadientes, con los hasta hace unos minutos adversarios y rivales, antagonistas a más no poder e incluso figuras cercanas al improperio enajenado. La política no es una profesión, no conlleva carrera, pero las matemáticas deben mostrar una matrícula de honor en los expedientes de los susodichos. Nada de cábalas aleatorias o iluminadas. La cuenta de la lechera de toda la vida es la que prevalece. Un sillón es un sillón, y la comodidad propia prima sobre la del resto.

Y a nosotros, ¿qué nos queda?. Pues nada, lo de siempre. Mientras unos vuelven al ostracismo democrático -¡qué fiesta!-, los demás, la mayoría, pasamos a ser de nuevo convidados de piedra, ignoradas estatuas de sal crédulas que, cada x tiempo, nos dejamos encantar por el flautista de paso y somos abandonados al puntual letargo democrático. Él pasa, pero, cada 4 años, nosotros caemos en la trampa tejida con hilos de farsa, entre el pre y, ahora, el post-proceso electoral de turno.

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