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Ayer leí un viejo libro que comentaba como “enseñar con autoridad”

Enseñar con autoridad

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Muchos de los que se consideran progresistas desprecian olímpicamente todas las ideas que no hayan salido recientemente de los “gurús” de nuestro tiempo. A cualquiera se le ocurre una chorrada, la sube a las redes sociales y se clasifica inmediatamente como “tendencia”. Todo lo anterior es “vintage”.

Los responsables del país se escudan en unos “comités de expertos”, que nadie sabe quien los compone ni de donde sale su experiencia. Esto les autoriza a dictar sentencias y determinaciones que luego no se cumplen porque a alguien se le ocurren otras distintas. No dudan en decir “donde dije digo, quise decir Diego”. Y se quedan tan panchos.

Hace unos días leíamos un trozo del Evangelio de San Marcos en el que se proclama que Jesús “enseñaba con autoridad”. Con tanta, que dos mil años después no hay quien le coja en un renuncio. Su autoridad nacía de la reflexión, de la oración y de la prudencia.

Me agradaría que aquellos que tienen la misión de enseñarnos y de educar a las nuevas generaciones, tomaran la determinación de adquirir la experiencia suficiente para hacerlo con la autoridad que nace de una formación e información seria, y no imbuidos por un partidismo que diluye cuanto de sensato quieren indicarnos.

Cuando se tiene la humildad suficiente para dejarse informar y aconsejar por aquellos que tienen más vida recorrida, más experiencia vital, nacidas del trabajo y el sacrificio, se adquiere la categoría de autoridad. No mediante unas elecciones o un real decreto. Aquí estriba la diferencia entre autoridad y autoritarismo. Con esa escasa capacidad de discernir nos están volviendo locos.

Enseñar con autoridad

Ayer leí un viejo libro que comentaba como “enseñar con autoridad”
Redacción
lunes, 18 de enero de 2021, 11:35 h (CET)

Muchos de los que se consideran progresistas desprecian olímpicamente todas las ideas que no hayan salido recientemente de los “gurús” de nuestro tiempo. A cualquiera se le ocurre una chorrada, la sube a las redes sociales y se clasifica inmediatamente como “tendencia”. Todo lo anterior es “vintage”.

Los responsables del país se escudan en unos “comités de expertos”, que nadie sabe quien los compone ni de donde sale su experiencia. Esto les autoriza a dictar sentencias y determinaciones que luego no se cumplen porque a alguien se le ocurren otras distintas. No dudan en decir “donde dije digo, quise decir Diego”. Y se quedan tan panchos.

Hace unos días leíamos un trozo del Evangelio de San Marcos en el que se proclama que Jesús “enseñaba con autoridad”. Con tanta, que dos mil años después no hay quien le coja en un renuncio. Su autoridad nacía de la reflexión, de la oración y de la prudencia.

Me agradaría que aquellos que tienen la misión de enseñarnos y de educar a las nuevas generaciones, tomaran la determinación de adquirir la experiencia suficiente para hacerlo con la autoridad que nace de una formación e información seria, y no imbuidos por un partidismo que diluye cuanto de sensato quieren indicarnos.

Cuando se tiene la humildad suficiente para dejarse informar y aconsejar por aquellos que tienen más vida recorrida, más experiencia vital, nacidas del trabajo y el sacrificio, se adquiere la categoría de autoridad. No mediante unas elecciones o un real decreto. Aquí estriba la diferencia entre autoridad y autoritarismo. Con esa escasa capacidad de discernir nos están volviendo locos.

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Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.

El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".

 
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