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Nacer en 2020

Si fuera político, a ser transparente y a obligarse a estar mejor preparado para proteger al pueblo que le vota
Nieves Fernández
miércoles, 28 de octubre de 2020, 13:01 h (CET)

Me llega de mi entorno cercano, aunque de muy lejos, la ilusionante noticia de que un niño nació ayer, un niño querido y esperado, crecerá en un punto del planeta concreto no libre de COVID, por desgracia. Sus padres están felices, quizá algo preocupados, pero totalmente embriagados, en su nebulosa de felicidad y satisfacción por ver cómo se desarrolla en sus necesidades físicas, sensoriales, psicológicas y sociales que su ambiente le permita.

Nacer hoy, ahora, en este año en el que vuelan los drones, que no hace sino darnos malos augurios, puede ser una gran noticia para muchos, porque la vida sigue y se renueva, pero no es en realidad venir, como se suele decir, con un pan bajo el brazo. Hay por ahí una campaña, de una conocida marca de salazones y curación de jamones, que ofrece a la mamá que comparta su perfil en redes sociales con ellos, y proclame el nacimiento de su hijo en este otoño de incertidumbre prenavideña, un sorteo o regalo directo: un jamón. ¡Así de fácil!, es como cuando compras ropa en otra conocida empresa y te descuentan un inesperado 20% por tu cumpleaños, mostrando el DNI con la fecha coincidente.

Nacer en 2020 y seguir viviendo feliz es mejor regalo que unos patucos, un peluche, un correpasillos o una chichonera. Esa felicidad será como demostrar al mundo que esta pandemia, presumiblemente creada en laboratorio para matar al ser humano, como se atreve a decir la viróloga china Li-Meng Yan, es agua pasada. Puede que hasta el niño, que ayer nació, se ría de adulto de todo esto, ¡ojalá!, porque son muchas las miserias que estamos pasando y pasaremos en este maldito año redondo de miedos y terrores.

Sin irnos de China, diríamos que el niño nació en el año de la Rata. Como tristemente nos recuerda su horóscopo, es símbolo de suerte y prosperidad. Los nacidos en este año serán encantadores, curiosos y con gran sentido del humor. Serán generosos, inteligentes, impacientes, familiares, apasionados, sociables y con talento. ¡Ahí es nada! Todo para el recién nacido que a un mundo inhóspito llega. Si fuera científico, para que el talento prometido nos lleve a detener pandemias, a hablarle claro al pueblo para bien o para mal, porque ya está bien de incertidumbres y mala saña. Si fuera historiador, a ser leal a la historia reciente que hoy es nuestro presente. Si fuera médico, a ser fiel a la memoria de los sanitarios que ahora nos salvan. Si fuera político, a ser transparente y a obligarse a estar mejor preparado para proteger al pueblo que le vota.

Cuando la historia hable de lo que estamos pasando que sea leve para este niño, y para los que han nacido en 2020, y en años anteriores, para todos los niños que lo son ahora y para los que aún están por nacer en los próximos meses. Toda la suerte y la mejor crianza.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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