Cuenta una antigua leyenda que, frente a Bara, un depravado gigante llamado Tozal de Guara, tenía estremecidos a los aldeanos del contorno. Pues, el licencioso titan, exigía el sacrificio anual de una doncella... Por este motivo, la zona se estaba despoblando. Reunieronse los habitantes de Bara, Miz, Bibán y Binueste, para poner coto a los desmanes del engendro. Y, después de darle muchas vueltas, decidieron contratar los servicios de un paladín para que les librara de aquella maldición. Con este propósito contrataron a un escuálido ermitaño llamado Urbez, que tenía fama de librar grandes proezas Al día siguiente de firmar el contrato, el anacoreta pidió cita para hablar con la bestia: quería convencerla por las buenas de que entrara en razón. Y, tan poderosos fueron los argumentos que Urbez esgrimió, que no le quedó otra al cíclope que rendirse. Dijo de este modo: "No puedo más, no sigas con este suplicio, ¡por el amor de Dios! Prefiero que hagas croquetas conmigo”. Mas, blandiendo sus razonamientos cual espada de doble filo; Urbez, dijo: "Está bien, no te martirizaré por más tiempo, pero, me has de jurar que no te pasarás un ápice con la gente”. En ese momento, el endriago cayó de rodillas suplicando compasión de esta guisa:" Té lo juro por la gloria de mi madre!” A partir de aquel día, a Urbez lo hicieron santo. No obstante, debido a la revolución industrial, la poca juventud que quedaba en aquellas aldeas emigró a las grandes urbes. Quedando así la Sierra de Guara deshabitada. Cumpliéndose así el famoso apotegma; que dice:" No hay más monstruo que lo inevitable".