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Para levantar el vuelo es preciso cuidar el semillero de las actitudes sociales, desde la franqueza personal

Voces coherentes

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Solemos adherirnos a unas lógicas determinadas al son de las circunstancias

acumuladas alrededor. Los cambios y la diversidad motivaron comportamientos

orientados por un sinfín de tendencias. Desde luego uno puede pensar lo que quiera,

decir sus ocurrencias y hacer cuanto pueda; eso es una realidad andante. Pero

cuando me paro a pensar y observo las andanzas sociales, aparecen rasgos

neuróticos por doquier, porque no se dice lo que se piensa, ni se hace según lo dicho y

pensado, en un alarde de incongruencias. Quizá aún estamos a tiempo de impulsar la

belleza de una lógica coherente en los funcionamientos de la sociedad. ¿Seremos

capaces de pensarla? ¿De decirla? ¿De llevarla a la práctica?

La inercia de la pasividad, junto a la intemperante frivolidad, no sirven para este

proyecto renovador. Como en cualquier cultivo estimado, el esmero de los cuidados es

una condición principal. Puestos a la búsqueda de la coherencia entre las acciones y

las personas, entre todos hemos de escoger las semillas convenientes, las mejor

cuajadas para convertirlas en un buen punto de partida. Ahí estarían la franqueza, las

ganas de aprender, la camaradería, el respeto a las diferencias asumido en buena

dialéctica, la belleza o la excelencia, junto a muchas otras maravillas. Desde ese

semillero, con el esmero citado, el entusiasmo impulsará las diferentes ramas del

cultivo sin exclusiones sectarias.

No se trata de mi idea ni de la tuya, ni de la única ni de las principales; el sentimiento

parte de las profundas raíces, de realidades todavía incontaminadas, de percepciones

emergentes sin dueños posesivos. Son brotes de energía potente, cuyas ondas

luminosas circulan en los límites de la captación, a la vez perceptibles e inasibles, para

el bien de quien desee verlas y para el reconcomio de quienes pretendieran

manipularlas. Digamos que adelantan el eco de una resonancia intuida y

apreciada; pero con el formato de una tarea incipiente, sin ningún parecido con las

obras contrastadas ya entregadas al pasado. Todo un inicio subyugante de

vibraciones sin parangón, dispuestas a construir caminos.

Las sombras y los vericuetos extraños suelen alejarse de las personas; engaños,

ocultamientos, malversaciones y maquinaciones, son patrañas embrutecedoras. Por

eso clamamos por el viraje resolutivo, partiendo de los semilleros propuestos,

ampliando los ecos de sus mensajes. Para superar el ámbito personal se impone la

comunicación eficaz con el resto, en un afán de colaboración esclarecedora. A base

de sinceridad, nitidez expresiva y empatía, precisamos de las palabras idóneas,

incandescentes, capaces de transfundir esos impulsos de nuevos aires convivenciales.
Aunque los silencios son elocuentes, para intentar ese contagio son imprescindibles

las orientaciones oportunas en la elección de los recursos.

Aunque parezca increíble, estas palabras francas con poder de convencimiento

desligado de intenciones opresoras; son necesarias como nunca. Por mucho alarde en

contrario, transitamos por unos ambientes propensos a las sectorizaciones

excluyentes, saturados de férreos compartimentos estanco, gobernados por su núcleo

de promotores o por el mandamás empoderado. En ese sentido, no nos queda otra, la

de ser rompedores de cara a esos confinamientos artificiosos. No es tarea ligera,

pero ya asumimos su carácter portador de una nueva lógica de funcionamiento,

contraria a la erección de trabas caprichosas, favoreciendo la salida impetuosa de

participaciones ilusionantes.

La causa común asoma, pero por sí sola no emerge, no es un ente autónomo, sino la

agrupación de participaciones con el distintivo centrado en la naturaleza de sus

aspiraciones. Surgirán diferentes causas comunes; con la consiguiente multiplicación

de las disyuntivas, configurando el escaparate de las opciones. No se trata de un

muestrario cerrado, porque la condición humana lleva consigo una vocación alquimista

de trabajar en los bordes del camino, experimentando con las opciones. Esos límites

son reales, pero a la vez son auténticos horizontes abiertos a la experimentación

directa de las cualidades de cuantos se acerquen a ellos. Por eso diremos con sorna y

altivez: ¿Quién se atreve a sellar esas aberturas?

El vivir es vibrante, a no ser que renunciemos, entregándonos como mercancías para

las vidas ajenas. Esa pérdida de protagonismo es frustrante de por sí, nos elimina de

las decisiones cruciales, nos conduce a un seguidismo plegado a las consecuencias

de los funcionamientos ajenos. Con esa dejación, el carácter reivindicativo posterior

queda en entredicho, desvituado de raíz. En el contraste brilla el destello del

revulsivo; encaminado a bosquejar el simulacro de lo deseado para la posteridad,

para convertir el sueño en realidad; cuando las aspiraciones nos transformen en

sembradores. Será el procedimiento eficaz para la creación de un panorama

gratificante.

Un sentimiento esporádico, un simple resalte en el camino, apenas acaba teniendo

ninguna significación, se sobrepasarán como anécdotas ligeras. Podemos aprender de

los árboles en varios aspectos interesantes, su recia estirpe expuesta a los elementos,

la irradiación de vitalidad desprendida desde su savia y la adaptación al medio,

además de su carga genética como es lógico. Se hacia referencia a su firmeza al decir

que mueren de pie, pero en el tema de hoy me permito insistir en las situaciones

previas a la muerte, ese discernimiento necesario, en las cuales disponemos de las

oportunidades para expresarnos como seres humanos, es decir, vivir de pie, sin

abdicar de nuestra personalidad e idiosincrasia.

Como quien precisa pellizcarse para comprobarse despierto, en estas lógicas de

entrañables atmósferas impolutas, no es suficiente la palabrería, ni la erudición con el

acopio de conceptos y teorías. Los vuelos del pensamiento, la imaginación puesta en

funcionamiento, pudieran perderse por las altas estratosferas. Eso sí, esas

disquisiciones son un preámbulo conveniente, aunque para su eficacia requiere de un

correcto aterrizaje en las proximidades de los problemas vitales. Haciendo

hincapié en la idea comunitaria, en la cual un beneficio o un sufrimiento particular

afecta sin remedio a todo el conjunto, entrelazando las respuestas con indudable

proyección colaboradora.

El espíritu deportivo puesto en esos empeños, introduce el componente lúdico como

socio importante de los razonamientos en los sucesivas deliberaciones. Junto al

entusiasmo lanzado hacia las metas propuestas, al fondo bien intencionado de una

convivencia gratificante, le añadiremos el disfrute de una labor agradable. El rasgo

placentero como derivación de las actitudes renovadoras constituirá sin duda un

notable refuerzo nada desdeñable ante las dificultades.

En plan quijotesco si se quiere, como implicación personal irrenunciable, así como

elementos comunitarios de fuste; disponemos de múltiples resortes para mantener

enhiesto el estandarte de unas convicciones firmes, no por su fijación, sino por su

ambiciosa aspiración evolutiva.

Voces coherentes

Para levantar el vuelo es preciso cuidar el semillero de las actitudes sociales, desde la franqueza personal
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 7 de agosto de 2020, 08:17 h (CET)

Solemos adherirnos a unas lógicas determinadas al son de las circunstancias

acumuladas alrededor. Los cambios y la diversidad motivaron comportamientos

orientados por un sinfín de tendencias. Desde luego uno puede pensar lo que quiera,

decir sus ocurrencias y hacer cuanto pueda; eso es una realidad andante. Pero

cuando me paro a pensar y observo las andanzas sociales, aparecen rasgos

neuróticos por doquier, porque no se dice lo que se piensa, ni se hace según lo dicho y

pensado, en un alarde de incongruencias. Quizá aún estamos a tiempo de impulsar la

belleza de una lógica coherente en los funcionamientos de la sociedad. ¿Seremos

capaces de pensarla? ¿De decirla? ¿De llevarla a la práctica?

La inercia de la pasividad, junto a la intemperante frivolidad, no sirven para este

proyecto renovador. Como en cualquier cultivo estimado, el esmero de los cuidados es

una condición principal. Puestos a la búsqueda de la coherencia entre las acciones y

las personas, entre todos hemos de escoger las semillas convenientes, las mejor

cuajadas para convertirlas en un buen punto de partida. Ahí estarían la franqueza, las

ganas de aprender, la camaradería, el respeto a las diferencias asumido en buena

dialéctica, la belleza o la excelencia, junto a muchas otras maravillas. Desde ese

semillero, con el esmero citado, el entusiasmo impulsará las diferentes ramas del

cultivo sin exclusiones sectarias.

No se trata de mi idea ni de la tuya, ni de la única ni de las principales; el sentimiento

parte de las profundas raíces, de realidades todavía incontaminadas, de percepciones

emergentes sin dueños posesivos. Son brotes de energía potente, cuyas ondas

luminosas circulan en los límites de la captación, a la vez perceptibles e inasibles, para

el bien de quien desee verlas y para el reconcomio de quienes pretendieran

manipularlas. Digamos que adelantan el eco de una resonancia intuida y

apreciada; pero con el formato de una tarea incipiente, sin ningún parecido con las

obras contrastadas ya entregadas al pasado. Todo un inicio subyugante de

vibraciones sin parangón, dispuestas a construir caminos.

Las sombras y los vericuetos extraños suelen alejarse de las personas; engaños,

ocultamientos, malversaciones y maquinaciones, son patrañas embrutecedoras. Por

eso clamamos por el viraje resolutivo, partiendo de los semilleros propuestos,

ampliando los ecos de sus mensajes. Para superar el ámbito personal se impone la

comunicación eficaz con el resto, en un afán de colaboración esclarecedora. A base

de sinceridad, nitidez expresiva y empatía, precisamos de las palabras idóneas,

incandescentes, capaces de transfundir esos impulsos de nuevos aires convivenciales.
Aunque los silencios son elocuentes, para intentar ese contagio son imprescindibles

las orientaciones oportunas en la elección de los recursos.

Aunque parezca increíble, estas palabras francas con poder de convencimiento

desligado de intenciones opresoras; son necesarias como nunca. Por mucho alarde en

contrario, transitamos por unos ambientes propensos a las sectorizaciones

excluyentes, saturados de férreos compartimentos estanco, gobernados por su núcleo

de promotores o por el mandamás empoderado. En ese sentido, no nos queda otra, la

de ser rompedores de cara a esos confinamientos artificiosos. No es tarea ligera,

pero ya asumimos su carácter portador de una nueva lógica de funcionamiento,

contraria a la erección de trabas caprichosas, favoreciendo la salida impetuosa de

participaciones ilusionantes.

La causa común asoma, pero por sí sola no emerge, no es un ente autónomo, sino la

agrupación de participaciones con el distintivo centrado en la naturaleza de sus

aspiraciones. Surgirán diferentes causas comunes; con la consiguiente multiplicación

de las disyuntivas, configurando el escaparate de las opciones. No se trata de un

muestrario cerrado, porque la condición humana lleva consigo una vocación alquimista

de trabajar en los bordes del camino, experimentando con las opciones. Esos límites

son reales, pero a la vez son auténticos horizontes abiertos a la experimentación

directa de las cualidades de cuantos se acerquen a ellos. Por eso diremos con sorna y

altivez: ¿Quién se atreve a sellar esas aberturas?

El vivir es vibrante, a no ser que renunciemos, entregándonos como mercancías para

las vidas ajenas. Esa pérdida de protagonismo es frustrante de por sí, nos elimina de

las decisiones cruciales, nos conduce a un seguidismo plegado a las consecuencias

de los funcionamientos ajenos. Con esa dejación, el carácter reivindicativo posterior

queda en entredicho, desvituado de raíz. En el contraste brilla el destello del

revulsivo; encaminado a bosquejar el simulacro de lo deseado para la posteridad,

para convertir el sueño en realidad; cuando las aspiraciones nos transformen en

sembradores. Será el procedimiento eficaz para la creación de un panorama

gratificante.

Un sentimiento esporádico, un simple resalte en el camino, apenas acaba teniendo

ninguna significación, se sobrepasarán como anécdotas ligeras. Podemos aprender de

los árboles en varios aspectos interesantes, su recia estirpe expuesta a los elementos,

la irradiación de vitalidad desprendida desde su savia y la adaptación al medio,

además de su carga genética como es lógico. Se hacia referencia a su firmeza al decir

que mueren de pie, pero en el tema de hoy me permito insistir en las situaciones

previas a la muerte, ese discernimiento necesario, en las cuales disponemos de las

oportunidades para expresarnos como seres humanos, es decir, vivir de pie, sin

abdicar de nuestra personalidad e idiosincrasia.

Como quien precisa pellizcarse para comprobarse despierto, en estas lógicas de

entrañables atmósferas impolutas, no es suficiente la palabrería, ni la erudición con el

acopio de conceptos y teorías. Los vuelos del pensamiento, la imaginación puesta en

funcionamiento, pudieran perderse por las altas estratosferas. Eso sí, esas

disquisiciones son un preámbulo conveniente, aunque para su eficacia requiere de un

correcto aterrizaje en las proximidades de los problemas vitales. Haciendo

hincapié en la idea comunitaria, en la cual un beneficio o un sufrimiento particular

afecta sin remedio a todo el conjunto, entrelazando las respuestas con indudable

proyección colaboradora.

El espíritu deportivo puesto en esos empeños, introduce el componente lúdico como

socio importante de los razonamientos en los sucesivas deliberaciones. Junto al

entusiasmo lanzado hacia las metas propuestas, al fondo bien intencionado de una

convivencia gratificante, le añadiremos el disfrute de una labor agradable. El rasgo

placentero como derivación de las actitudes renovadoras constituirá sin duda un

notable refuerzo nada desdeñable ante las dificultades.

En plan quijotesco si se quiere, como implicación personal irrenunciable, así como

elementos comunitarios de fuste; disponemos de múltiples resortes para mantener

enhiesto el estandarte de unas convicciones firmes, no por su fijación, sino por su

ambiciosa aspiración evolutiva.

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