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Etiquetas | Ennio Morrione | Compositor | Música clásica
La película se estrenó en pleno verano en un cine florentino, destinada a morirse allí de asco

Una historia de Ennio: sobre mitos, leyendas y comienzos

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En 1964 Ennio Morricone se llamaba Dan Savio, y trabajaba a las órdenes de un tal Bob Robertson. Ambos intentaban darle un tono diferente al proyecto en el que andaban enfrascados, un western rodado en España y encabezado por dos actores semidesconocidos. Solo el protagonista, Clint Eastwood, no era nativo de Italia. Este frenesí de romanos que americanizaban sus nombres tenía mucho de complejo, y una necesidad de competir en un género que parecía solo dar el pego si se desarrollaba bajo patente USA.

Ennio era un virtuoso que para dar de comer a su pequeña familia se había metido en el mundillo de las bandas sonoras. Si alguna vez en sus comienzos pensó que se rebajaba con ello, el trabajo que le iba llegando en cantidad creciente redujo a la nada cualquier escrúpulo. Y así hasta que había llegado a sus manos el proyecto de “Por un puñado de dólares”, proporcionado por un antiguo compañero de clase que se había estancado en su oficio de director de películas de romanos (romanos antiguos).

Ennio se fijó enseguida en lo inusual de este western, en sus estallidos de violencia histérica, en su desarrollo estrafalario, casi de cómic. Dio rienda a sus improvisaciones y contó con colaboradores brillantes que ayudaron a crear su sonido característico, esa mezcla de lírica, epopeya y travesura. Nadie le ató en corto. Su director adaptó de hecho escenas a la longitud de las piezas, el mejor homenaje posible a un compositor. En el camino se acabó el dinero y todos los participantes del proyecto pensaron que habían apostado por un caballo perdedor.

La película se estrenó en pleno verano en un cine florentino, destinada a morirse allí de asco. Seis meses después era el milagro que prometía salvar una industria decadente. En el camino Ennio dejó por última vez de ser Ennio. Robertson se quitó su disfraz para vestirse de Sergio Leone. Los encargos llegaron como una avalancha para el compositor. Durante 5 años facturó la friolera de 100 bandas sonoras. Si hubiera querido o podido, habría musicado el spaghetti western en su totalidad.

Una historia de Ennio: sobre mitos, leyendas y comienzos

La película se estrenó en pleno verano en un cine florentino, destinada a morirse allí de asco
Ángel Pontones Moreno
viernes, 10 de julio de 2020, 08:39 h (CET)

En 1964 Ennio Morricone se llamaba Dan Savio, y trabajaba a las órdenes de un tal Bob Robertson. Ambos intentaban darle un tono diferente al proyecto en el que andaban enfrascados, un western rodado en España y encabezado por dos actores semidesconocidos. Solo el protagonista, Clint Eastwood, no era nativo de Italia. Este frenesí de romanos que americanizaban sus nombres tenía mucho de complejo, y una necesidad de competir en un género que parecía solo dar el pego si se desarrollaba bajo patente USA.

Ennio era un virtuoso que para dar de comer a su pequeña familia se había metido en el mundillo de las bandas sonoras. Si alguna vez en sus comienzos pensó que se rebajaba con ello, el trabajo que le iba llegando en cantidad creciente redujo a la nada cualquier escrúpulo. Y así hasta que había llegado a sus manos el proyecto de “Por un puñado de dólares”, proporcionado por un antiguo compañero de clase que se había estancado en su oficio de director de películas de romanos (romanos antiguos).

Ennio se fijó enseguida en lo inusual de este western, en sus estallidos de violencia histérica, en su desarrollo estrafalario, casi de cómic. Dio rienda a sus improvisaciones y contó con colaboradores brillantes que ayudaron a crear su sonido característico, esa mezcla de lírica, epopeya y travesura. Nadie le ató en corto. Su director adaptó de hecho escenas a la longitud de las piezas, el mejor homenaje posible a un compositor. En el camino se acabó el dinero y todos los participantes del proyecto pensaron que habían apostado por un caballo perdedor.

La película se estrenó en pleno verano en un cine florentino, destinada a morirse allí de asco. Seis meses después era el milagro que prometía salvar una industria decadente. En el camino Ennio dejó por última vez de ser Ennio. Robertson se quitó su disfraz para vestirse de Sergio Leone. Los encargos llegaron como una avalancha para el compositor. Durante 5 años facturó la friolera de 100 bandas sonoras. Si hubiera querido o podido, habría musicado el spaghetti western en su totalidad.

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