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Opinión
Etiquetas | Pablo Iglesias | Julio Anguita | Izquierda Unida

El silencio de Anguita

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Tuve la suerte de conocer a Julio Anguita hace ya bastantes años. Ya no estaba en eso que llaman “primera línea política”, pero, pleno de facultades, lideraba una corriente crítica desde cierta izquierda ilustrada y genuina que actuaba como “Pepito Grillo” de esa otra izquierda, oportunista, “new age”, que no se distingue en nada, ni por su modo de hacer ni por sus aspiraciones materiales de esos “liberales burgueses” a los que denuestan desde el pedestal de barro mal cocido donde cacarean la supuesta superioridad moral que se arrogan por ser ellos… tan “guay”

Nunca le oculté mis preferencias conservadoras, y en las tres largas entrevistas que me concedió -dos en Madrid y una en Córdoba- charlamos largo y tendido; también a micrófono cerrado. Y no sólo de política, sino de la vida. Siempre que pude asistí a sus conferencias y presentaciones de libros. La última vez en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tras la presentación de su obra Atraco a la memoria. Rodeado de gente que venía a que le firmara un ejemplar, me dijo: “Usted no se vaya sin despedirse” Recuerdo la cara de sorpresa de Tania Sánchez ( por entonces todavía se creía “primera dama”) que andaba por allí, seguramente preguntándose quién demonios sería yo. A la media hora quedó resuelto el misterio, pues nos hallábamos unos cuantos tomando un refresco con don Julio en la amplia cafetería del Círculo.

Pocas semanas antes había salido la entrevista que le hice a raíz de la publicación de su libro (trabajo que apareció en estas mismas páginas virtuales) Mientras apurábamos la bebida (eran ya cerca de las once de la noche) me dijo: “¿Sabe? Me ha gustado la entrevista. Ha reflejado muy bien mis ideas; lo que trato de expresar. Las preguntas eran las adecuadas para ello” Y añadió con socarronería: “Lástima que no sea usted de izquierdas” Todos los presentes nos reímos. Esa fue la última vez que lo vi.

Uno o dos meses después de aquella escena se produjo algo que no llegué a comprender. Me refiero a aquel famoso abrazo efusivo (que se hizo “viral”, dirían algunos) entre Julio Anguita y Pablo Iglesias al concluir un multitudinario mitin de Podemos; lo que, a mi modo de ver, equivalía a dar el espaldarazo a aquella nueva formación de izquierdas, un partido hecho de retales, que acabaría engullendo a su muy querida Izquierda Unida, de la que había sido coordinador durante muchos años. Me pareció incomprensible precisamente por algo que me dijo en aquella entrevista y que no fue publicado (aunque conservo la grabación íntegra por si a alguien le interesa comprobarlo)

Afirmaba sentirse partidario de la corriente crítica surgida tras las protestas del 15M (la aparición de Podemos fue una de sus consecuencias) pero no llegaba a comprender por qué el nuevo partido (liderado todavía por Iglesias, Errejón y Monedero) no mostraba el menor interés en colaborar con el Foro Somos Mayoría, del que Anguita era principal inspirador. Lo noté asombrado por la total indiferencia mostrada por los nuevos lideres de aquella izquierda que se consideraba auténtica (no de lo que quedaba del PSOE, que ya no lo era) junto con Izquierda Unida y el mismo Foro, que no era un partido sino una plataforma para el diálogo. Era evidente la decepción del viejo líder comunista sólo unos meses antes de aquel célebre abrazo.

¿Qué ocurrió en apenas cinco meses para que todo cambiara?


No lo sabemos con seguridad; aunque lo que ofrece pocas dudas es que Izquierda Unida no tenía posibilidades de sobrevivir debido a las deudas que acuciaban a la plataforma; ésas que asumiría Podemos al integrarla (diluirla) en su formación.

Lo cierto es que, a partir de ese momento, el ex dirigente de Izquierda Unida apenas concedió entrevistas, siendo sus apariciones públicas escasísimas. Hubo quien habló de problemas de salud (y es indudable que los tenía) pero a mí se me antoja (es mi opinión y éste es al fin y al cabo un artículo de opinión) que con su prolongado silencio, Anguita trataba de sugerir sin palabras que aquel famoso abrazo no había sellado ninguna adhesión incondicional con el nuevo statu quo de aquella izquierda surgida del 15M, que, con el paso del tiempo, se fue mostrando contraria al ideario que siempre defendió el viejo político: sustituir el grito por la reflexión (son sus propias palabras) y votar siempre en conciencia y al político honrado… “aunque sea de derechas” (y entrecomillo porque se trata de una cita literal)

¿Habría sido aquel silencio una suerte de protesta sin palabras?

Sospecho que sí. Y no sólo eso:


¿Cómo pudo encajar aquel que había hecho de la austeridad una bandera, la irresistible ascensión de los recién llegados que en cuanto pudieron se regalaron mansiones y se procuraron canonjías de todo tipo? ¿Era esa la izquierda que quería don Julio; la de la corrupción, la amenaza y el nepotismo más descarado?


Aquel abrazo entre Pablo Iglesias y Anguita fue algo así como el del oso: letal de necesidad. Cerraba una época entre “lo viejo y “lo nuevo”.

Que esa izquierda bananera, radical y antidemocrática, adopte su figura como referente es una obscenidad, una impostura que no debe empequeñecer su talla humana y política. Ya no puede defenderse ni con el elocuente silencio y los que lo respetamos desde posiciones ideológicas muy diferentes, no sólo debemos recordar su “programa, programa, programa” (del que esa nueva izquierda carece) sino la grave sentencia de Ortega con la que manifestó su desencanto con el derrotero que tomaba aquella II República que él mismo había ayudado a traer: “No es eso; no es eso”

El silencio de Anguita

Luis del Palacio
viernes, 22 de mayo de 2020, 08:38 h (CET)

Tuve la suerte de conocer a Julio Anguita hace ya bastantes años. Ya no estaba en eso que llaman “primera línea política”, pero, pleno de facultades, lideraba una corriente crítica desde cierta izquierda ilustrada y genuina que actuaba como “Pepito Grillo” de esa otra izquierda, oportunista, “new age”, que no se distingue en nada, ni por su modo de hacer ni por sus aspiraciones materiales de esos “liberales burgueses” a los que denuestan desde el pedestal de barro mal cocido donde cacarean la supuesta superioridad moral que se arrogan por ser ellos… tan “guay”

Nunca le oculté mis preferencias conservadoras, y en las tres largas entrevistas que me concedió -dos en Madrid y una en Córdoba- charlamos largo y tendido; también a micrófono cerrado. Y no sólo de política, sino de la vida. Siempre que pude asistí a sus conferencias y presentaciones de libros. La última vez en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tras la presentación de su obra Atraco a la memoria. Rodeado de gente que venía a que le firmara un ejemplar, me dijo: “Usted no se vaya sin despedirse” Recuerdo la cara de sorpresa de Tania Sánchez ( por entonces todavía se creía “primera dama”) que andaba por allí, seguramente preguntándose quién demonios sería yo. A la media hora quedó resuelto el misterio, pues nos hallábamos unos cuantos tomando un refresco con don Julio en la amplia cafetería del Círculo.

Pocas semanas antes había salido la entrevista que le hice a raíz de la publicación de su libro (trabajo que apareció en estas mismas páginas virtuales) Mientras apurábamos la bebida (eran ya cerca de las once de la noche) me dijo: “¿Sabe? Me ha gustado la entrevista. Ha reflejado muy bien mis ideas; lo que trato de expresar. Las preguntas eran las adecuadas para ello” Y añadió con socarronería: “Lástima que no sea usted de izquierdas” Todos los presentes nos reímos. Esa fue la última vez que lo vi.

Uno o dos meses después de aquella escena se produjo algo que no llegué a comprender. Me refiero a aquel famoso abrazo efusivo (que se hizo “viral”, dirían algunos) entre Julio Anguita y Pablo Iglesias al concluir un multitudinario mitin de Podemos; lo que, a mi modo de ver, equivalía a dar el espaldarazo a aquella nueva formación de izquierdas, un partido hecho de retales, que acabaría engullendo a su muy querida Izquierda Unida, de la que había sido coordinador durante muchos años. Me pareció incomprensible precisamente por algo que me dijo en aquella entrevista y que no fue publicado (aunque conservo la grabación íntegra por si a alguien le interesa comprobarlo)

Afirmaba sentirse partidario de la corriente crítica surgida tras las protestas del 15M (la aparición de Podemos fue una de sus consecuencias) pero no llegaba a comprender por qué el nuevo partido (liderado todavía por Iglesias, Errejón y Monedero) no mostraba el menor interés en colaborar con el Foro Somos Mayoría, del que Anguita era principal inspirador. Lo noté asombrado por la total indiferencia mostrada por los nuevos lideres de aquella izquierda que se consideraba auténtica (no de lo que quedaba del PSOE, que ya no lo era) junto con Izquierda Unida y el mismo Foro, que no era un partido sino una plataforma para el diálogo. Era evidente la decepción del viejo líder comunista sólo unos meses antes de aquel célebre abrazo.

¿Qué ocurrió en apenas cinco meses para que todo cambiara?


No lo sabemos con seguridad; aunque lo que ofrece pocas dudas es que Izquierda Unida no tenía posibilidades de sobrevivir debido a las deudas que acuciaban a la plataforma; ésas que asumiría Podemos al integrarla (diluirla) en su formación.

Lo cierto es que, a partir de ese momento, el ex dirigente de Izquierda Unida apenas concedió entrevistas, siendo sus apariciones públicas escasísimas. Hubo quien habló de problemas de salud (y es indudable que los tenía) pero a mí se me antoja (es mi opinión y éste es al fin y al cabo un artículo de opinión) que con su prolongado silencio, Anguita trataba de sugerir sin palabras que aquel famoso abrazo no había sellado ninguna adhesión incondicional con el nuevo statu quo de aquella izquierda surgida del 15M, que, con el paso del tiempo, se fue mostrando contraria al ideario que siempre defendió el viejo político: sustituir el grito por la reflexión (son sus propias palabras) y votar siempre en conciencia y al político honrado… “aunque sea de derechas” (y entrecomillo porque se trata de una cita literal)

¿Habría sido aquel silencio una suerte de protesta sin palabras?

Sospecho que sí. Y no sólo eso:


¿Cómo pudo encajar aquel que había hecho de la austeridad una bandera, la irresistible ascensión de los recién llegados que en cuanto pudieron se regalaron mansiones y se procuraron canonjías de todo tipo? ¿Era esa la izquierda que quería don Julio; la de la corrupción, la amenaza y el nepotismo más descarado?


Aquel abrazo entre Pablo Iglesias y Anguita fue algo así como el del oso: letal de necesidad. Cerraba una época entre “lo viejo y “lo nuevo”.

Que esa izquierda bananera, radical y antidemocrática, adopte su figura como referente es una obscenidad, una impostura que no debe empequeñecer su talla humana y política. Ya no puede defenderse ni con el elocuente silencio y los que lo respetamos desde posiciones ideológicas muy diferentes, no sólo debemos recordar su “programa, programa, programa” (del que esa nueva izquierda carece) sino la grave sentencia de Ortega con la que manifestó su desencanto con el derrotero que tomaba aquella II República que él mismo había ayudado a traer: “No es eso; no es eso”

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