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Juncker y Rousseau

Carlos Ortiz de Zárate
viernes, 21 de noviembre de 2014, 23:49 h (CET)
Pensé en Rousseau cuando nuestros “representantes” en el Parlamento Europeo optaron por la Comisión Juncker. Nadie, en su sano juicio, puede defender un ejecutivo presidido por el hombre que redujo, hasta casi la nulidad, la fiscalidad de las multinacionales que han instalado su sede en Luxemburgo. Rousseau dejó muy claro, en el XVIII que la soberanía es intransferible y que la democracia participativa genera las lacras de la oligarquía. Han pasado los siglos y siguen usurpando la representación de nuestra soberanía, en beneficio de los intereses de la oligarquía.

Poco han, importado a nuestros representantes la grave crisis que sufre el proyecto europeo, el estancamiento de la eurozona y sobre todo el alarmante crecimiento de una deuda que se carga esencialmente a los ciudadanos, ya demasiado agobiados Aún menos importa a estos señores que han sido elegidos en las elecciones más abstencionistas de las que se realizan en los territorios de los Estados miembros, el deterioro que se está produciendo en la imagen de la UE, que revelan las encuestas de los últimos años. Les importa más la provocación, no solamente por la propuesta del presidente, sino por la de algunos comisarios, como es el caso de alguien vinculado a las petroleras, Matute que tendrá la tutela del Medioambiente, cuando cada vez son más alarmantes los enfados del planeta y de los que defendemos un desarrollo sostenible.

Estos señores no necesitan acreditar su representatividad, tienen la fuerza de los votos de un grupo compacto de partidos del poder; Partido Popular Europeo y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas. Entre ambos reúnen 55% de los escaños y están lo suficientemente unidos como para consensuar esta Comisión. Los opositores a la misma no se han unido a la moción de censura presentada por los “euroescépticos”; argumentan discrepancias con los presentadores. Yo sufrí el franquismo y tengo razones para sentirme repugnado y asustado por una extrema derecha que crece.

No veo por qué razón mi voto a una moción a una Comisión que no responde a las urgencias de la institución y aún menos a los intereses de los ciudadanos pudiera afectar a mi imagen o traicionar a los ciudadanos, si fuera su representante. Por el contrario me consideraría orgulloso por haber contribuido a evitar que los que usurpan mi soberanía se salgan con la suya.

Si la moción de censura hubiera sido apoyada por todos los representantes que se oponen a la misma, estaríamos ante otro escenario, porque no hubiera sido votada solamente por el mínimo de votos requeridos para la presentación de la moción y en ese caso, los poderosos se hubieran visto más comprometidos. Estoy seguro de que habría sorpresas en el resultado.

Hay otras cosas que podemos compartir con esos euroescépticos pestiferados, como es el caso de la auditoría de la deuda o de la equidad fiscal. Hay otros objetivos que compartimos y no veo razones para echar mano de la pestiferación de los ponentes. De sobra conocemos ambos nuestras confrontaciones para temer por nuestra virtud.

La cuestión no es la virtud; se trata de saber cuándo vamos a desembarazarnos de quienes, en nuestro nombre, toman decisiones que perjudican el proyecto de unión europea y que aumentan la deuda que nos toca pagar. De nada han servido las advertencias de Rousseau.

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