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La caricia en la cara que regaló la corrupción política

De una anciana en la mejilla de su marido
José Luis Heras Celemín
miércoles, 29 de octubre de 2014, 07:56 h (CET)
Ayer lunes, por la mañana, fui a cortarme el pelo a la peluquería de siempre. El ambiente y las conversaciones de allí también eran las de siempre. Algo de fútbol, con la victoria del Real Madrid frente al Barcelona y el regalo arbitral al Atlético de Madrid frente al Getafe. Y la actualidad política, ayer cargada con los tintes corruptos del mo-mento: La “Operación Púnica”, de policía y de pánico, con las detenciones de Paco Granados, del Presidente de la Diputación de León, algunos políticos y media docena de alcaldes.

- ¡No hay pan para tanto chorizo! – soltó el chascarrillo un hombre joven, al que el peluquero le recortaba una melena greñuda y canalla.

En esas estábamos, cuando en la peluquería entró el señor José, un viejecillo que, jubilado, pasa por el local y ayuda, o hace como que ayuda, pasando un cepillo con el que limpia el suelo de pelos; y que le permite salir de casa, hacer como que hace algo, y mezclarse con la vida de la calle y del barrio.

- ¿Fue usted ayer?- le preguntó el peluquero.

- Claro.- contestó agobiado.

- ¿Cómo está ella?

- Igual, aunque esta vez sí que me conoció. Sí, esta vez me conoció. No habla, por el alzhéimer del alemán, pero me conoció. El alzhéimer me la ha llevado. Casi. Le ha llevado el habla, y el sentido, y todo… Me la ha llevado. Pero ayer me conoció.

- Vaya.- contestó el peluquero.

Y la conversación común, de todos, sobre fútbol y corrupciones políticas, cesó y dejó paso a la realidad humana del señor José. No fue necesario nada. El alzhéimer lle-nó la peluquería y en la mente de todos, en silencio, apareció la evidencia humana de una anciana enferma.

- Sí me conoció.- siguió el hombre – Le llevé unos caramelos, como hago los domingos cuando voy a verla. Son los de café con leche que le gustan. Le enseñé uno, me sonrió, se lo pelé y se lo metí en la boca. Ella me cogió la cabeza y me acarició la cara con la mano. Estaba llorando. Lloraba. Por eso sé que me conoció. Lloraba.

En la peluquería seguimos en silencio, escuchando el grito sordo, humano y de amor, de un hombre viejo.

Hasta que el de la melena greñuda y canalla, ya con el pelo cortado, se levantó y pagó. Antes de salir, dejó el periódico sobre una mesilla, junto al perchero vacío, como el que deja las cosas secundarias (de política y deportes). Antes de salir, puso una mano en el hombro del viejo. Su comentario, compacto, no sonó a despedida.

- Para llenar la semana, recuerde que ella ayer le acarició la cara con la mano.

- Sí.

Aceptó el hombre, que buscaba unos pelos debajo de uno de los sillones.

Con el rabillo del ojo, vi la mano vuelta del señor José, que pasaba por la cara y limpiaba una mezcla de lágrimas, sudor y mocos: Maravillosos y humanos mocos de viejo.

El periódico siguió abandonado en la mesilla, con unas noticias que parecían importantes y ya no interesaban.

Nadie lo cogió.

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