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Destruyendo la cultura I

Somos los jugadores de un juego del que no conocemos las reglas
Carlos Rodríguez
viernes, 19 de septiembre de 2014, 07:08 h (CET)
El mundo se encuentra en una carrera de consumo desmedido. El pan de cada día se paga con intereses y entre mas nos alimentamos mas hambre tenemos, es un alimento embrujado que nos tiene poseídos para seguir consumiendo. El limite lo imponen los medios publicitarios. Somos el objetivo de una guerra mediática que no comenzamos. La persona promedio aspira a consumir mas de lo que sus posibilidades económicas se lo permiten, y entre mayores sean sus posibilidades mas es su ansia de consumo.

Nos han programado para ser maquinas insaciables de consumo. Nuestras vidas, incluso en nuestros sueños estamos en sintonía con esa tonada de "¡más, más, más!" que nos cantan a diario en la televisión, la radio y los medios impresos.

Nuestros modelos de Dios son los productos que aparecen en las portadas de las revistas, esos cuerpos hermosos, retocados con filtros y efectos de fotografía. El arte, la ciencia, la ideología, todo está a la venta. Nos educan para ponerle precio a nuestras vidas: estudias un posgrado para vender más caro tu trabajo, trabajas para tener una mayor capacidad de consumo, consumes para poder alcanzar la imagen de Dios con la que nos bombardean todos los días los medios de comunicación. Somos el objetivo de un atentado terrorista contra nuestros sentidos, las armas son las señales de radio y televisión, periódicos y revistas, los panorámicos que tapizan las grandes avenidas son sus armas de destrucción masiva.

La tercera guerra mundial será una cuestión de quien hace el mejor marketing, quién te convence mejor de consumir su producto, así funcionan las cosas en un mundo donde hasta las ideas tienen precio. ¿Que gobierno, que partido político, que ideología política o religiosa, que corriente científica, que estilo de vida ha resultado mejor vendedor?. ¿Quien ha ganado la guerra mediática? ¿Oriente u occidente?. De eso se trata todo en estos días.

La ciencia, el arte, la religión, la política, todos buscan convencerte de que su camino te guiará a Dios. La ideología que contiene a todas las ideologías es el consumo: consumir ideas, productos, fe, conocimiento, talento, competencias. Y todo se respalda en slogans seductores: "¡Vive!, ¡aprende!, ¡se libre!, ¡se feliz!". Sólo somos un numero más. Todo intercambio es una cuestión económica.

"¡El conocimiento es poder!", nos gritan con euforia, pero al firmar el contrato las letras pequeñas exclaman: "El conocimiento que nosotros te indiquemos". A eso es a lo que se refieren, y les perteneces, porque el propósito de todas las instituciones que te gritan estas ideas, que te venden estos caminos hacia Dios no es otro mas que conservar las cosas como están, mantener y reproducir las cadenas de consumo. La verdad te hará libre, pero te encadenará a esta nueva forma de libertad.

Tu mente y tu cuerpo al servicio de la ideología en turno, incluso la contracultura esta vendiéndote una imagen de Dios, pero "mejorada", adaptada a las necesidades de quienes predican esta nueva libertad. Y te liberan solo para encadenarte a su idea de libertad.

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A lo largo de mi infancia viví en una calle malagueña con ciertas pretensiones de vía principal. Por la parte de atrás, lindaba con la zona más típica del Perchel repleta de corralones. El lenguaje que provenía de sus dimes y diretes habituales era de lo más “florido y versallesco”.

Tenemos que hablar. Cuando uno crece en familia, la charla sobre sexo es uno de esos rituales de paso por el que se ha de transitar, primero como hijos y, después, cuando se madura y se avanza hacia el otro lado del espejo, como padres, actualizando la fórmula y haciéndola más llevadera. Siempre es un momento incómodo, pero esencial para mostrar la realidad a la que se enfrentan durante la adolescencia y, en consecuencia, el resto de su vida.

 
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