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Dípsade, Ericto y Canidia

La brujería en la antigua Roma
Jesús Campos
miércoles, 13 de agosto de 2014, 07:31 h (CET)
El mundo de la magia en la antigua Roma está cargado de todo lo necesario para crear un paraíso de lo desconocido y lo extraño, un mundo donde los abracadabras, los elixires de amor y las maldiciones son cotidianos.

Los autores clásicos, ya sea Ovidio, Lucano, Horacio o Virgilio, presentaban en sus obras a los personajes conocidos como brujas; ancianas malévolas, capaces de controlar el clima, el curso de los ríos, hacer llorar al cielo e invertir el movimiento de estrellas. Lucano, en uno de sus poemas, describe a una bruja llamada Ericto, la cual era un personaje bastante terrorífico, que olía a putrefacción, con una melena desgreñada hasta los hombros, con las manos cubiertas de sangre humana debido a la exigencia de sus ritos mágicos y con una voz espeluznante. En definitiva, una bruja tal como las imaginamos hoy en día.

Horacio también expuso a este tipo de personaje en sus obras, en este caso nombraré a Canidia, quien secuestró a un niño para uno de sus rituales, el objetivo era preparar un elixir de amor. Se preguntarán ¿y para qué el niño? Pues pensaba destriparlo, extraerle las vísceras como ingrediente principal de la poción. La pócima era para ella misma y así lograr llegar al corazón de su amado. El ritual se llevó a cabo en la casa de la bruja, Canidia consiguió los demás ingredientes para la poción en un cementerio; las plumas y huevos de búho, sangre de sapo, hierbas y huesos, todo al fuego. Mientras tanto, el niño era enterrado hasta la barbilla por una de sus ayudantes, Veya. Con ello se lograba que el niño muriera de inanición. Tras todo esto, Canidia invocó a la diosa Diana y maldijo al desgraciado que no quiso amarla, y con él a sus amantes.

Otro autor como Ovidio, en su obra “Los amores”, evoca la figura de Dípsade, una mujer anciana con grandes poderes, una experta hechicera conocedora del poder oculto de las plantas. Así es como la presentaba Ovidio:

“Me sospecho que en vida revolotea entre las sombras de la noche con el cuerpo cubierto de plumas; lo sospecho, y es un rumor acreditado que en sus ojos brilla una doble pupila y de las dos lanza rayos de fuego. Evoca de los antiguos sepulcros a sus ascendientes y con sus canticos hiende la sólida corteza de la tierra.”

Más tipos de prácticas oscuras eran las maldiciones o el rito vudú contra los enemigos más personales. Las maldiciones solían ser escritas en pequeñas placas o láminas de oro, y luego se olvidaban en cementerios o en pozos, en asociación al inframundo. También era posible hallarlas en lugares donde la victima solía asistir. El rito del vudú también era muy común en estas épocas antiguas, y se usaban muñecos de arcilla o cera, a los cuales se les clavaban agujas.

Estos relatos literarios contienen muchos elementos de ficción, textos cargados de tópicos que los autores usaban como algo normal, se transmitían de unos a otros por ser los referentes para exponer a este tipo de personajes y sus situaciones. Pero es curioso como esos tópicos siguen perviviendo en nuestros días, en ningún momento se ha tratado de cambiar esa imagen de las brujas, ni tampoco se han añadido elementos nuevos. Decir que no todo lo que cuentan los autores era pura ficción, la brujería y hechicería eran una parte más de la vida cotidiana de los romanos. La imagen de las brujas como mujeres ancianas tiene su origen en las prácticas religiosas ortodoxas romanas. Mientras que los rituales cívicos se realizaban a plena luz del día, las brujas actuaban de noche, en los cementerios en vez de en templos, invocando a los dioses y profanando los altares con sangre humana.

“Yo te doy los labios y la lengua de Avonia para que no pueda decir donde sufre; sus dedos, para que no pueda ayudarse de nada; su vientre y su espalda, para que no pueda dormir; su vejiga, para que no pueda orinar; sus piernas, para que no pueda tenerse de pie.” (Maldición de una tablilla del siglo I a. C)

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