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Nada

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Me preguntan unos y otros: ¿qué te pasa?, aseguro que nada; pero es mentira… o tal vez sea verdad, pues nada es lo peor que puede ocurrirle a alguien.



Algo así como si no desease vivir. Un día y otro más en un pastoso tedio insoportable. No sé si podría afirmar que he perdido todo vestigio de ilusión, algo así como el ocaso del guerrero que llega en cualquier momento o el saber que la vejez reina en toda mi persona.



Por uno años creí que era capaz de comerme al mundo y sin embargo he sido pasto de él. He perdido todo el interés por mí y por lo que me rodea; todo me sabe igual, o sea: a espera. Y ya tarda demasiado esta espera de lo desconocido.



Los amigos se fueron deshojando la margarita y me dejaron sin alas; ella no está bien, aunque hace esfuerzos por mejorar; escribo para pasar el tiempo e impedir que él acabe conmigo; sé que el mundo no se puede transformar y que nada de lo que hecho, mucho o poco, ha merecido la pena, pues todo sigue igual que ayer y que antier.



Introduzco algún pensamiento en mis escritos, pero el gentío -salvo raras excepciones- está por lo frívolo o por lo demasiado trascendental, una forma como otra de autoengaño; con lo delgado echamos un rato lúdico, pero no estoy para demasiados juegos porque me canso de ellos y todo lo grueso que podría decir ya lo he dicho.



Y todo sigue monótono, fríamente al mismo ritmo que ayer y que mañana. Ya es hora del café de la tarde, de la copa del anochecer, de rastrear algo en la tele que consiga que me olvide de mí, del comprimido para dormir y de colocarme los auriculares para oír, no escuchar, una voz lejana que habla de soledades.



Y mañana todo volverá a ser terriblemente igual y sin posible escapatoria; todo lo que ocurra está perfectamente milimetrado pero sin tiza de esperanza con la que pueda escribir una nueva ilusión. Tampoco puedo, como alguna vez he escrito, invertir el orden de las agujas del reloj e iniciar la vuelta a lo que fui.



Solo, terriblemente solo; sin posible escapatoria.

Nada

José García Pérez
sábado, 12 de julio de 2014, 05:42 h (CET)

Me preguntan unos y otros: ¿qué te pasa?, aseguro que nada; pero es mentira… o tal vez sea verdad, pues nada es lo peor que puede ocurrirle a alguien.



Algo así como si no desease vivir. Un día y otro más en un pastoso tedio insoportable. No sé si podría afirmar que he perdido todo vestigio de ilusión, algo así como el ocaso del guerrero que llega en cualquier momento o el saber que la vejez reina en toda mi persona.



Por uno años creí que era capaz de comerme al mundo y sin embargo he sido pasto de él. He perdido todo el interés por mí y por lo que me rodea; todo me sabe igual, o sea: a espera. Y ya tarda demasiado esta espera de lo desconocido.



Los amigos se fueron deshojando la margarita y me dejaron sin alas; ella no está bien, aunque hace esfuerzos por mejorar; escribo para pasar el tiempo e impedir que él acabe conmigo; sé que el mundo no se puede transformar y que nada de lo que hecho, mucho o poco, ha merecido la pena, pues todo sigue igual que ayer y que antier.



Introduzco algún pensamiento en mis escritos, pero el gentío -salvo raras excepciones- está por lo frívolo o por lo demasiado trascendental, una forma como otra de autoengaño; con lo delgado echamos un rato lúdico, pero no estoy para demasiados juegos porque me canso de ellos y todo lo grueso que podría decir ya lo he dicho.



Y todo sigue monótono, fríamente al mismo ritmo que ayer y que mañana. Ya es hora del café de la tarde, de la copa del anochecer, de rastrear algo en la tele que consiga que me olvide de mí, del comprimido para dormir y de colocarme los auriculares para oír, no escuchar, una voz lejana que habla de soledades.



Y mañana todo volverá a ser terriblemente igual y sin posible escapatoria; todo lo que ocurra está perfectamente milimetrado pero sin tiza de esperanza con la que pueda escribir una nueva ilusión. Tampoco puedo, como alguna vez he escrito, invertir el orden de las agujas del reloj e iniciar la vuelta a lo que fui.



Solo, terriblemente solo; sin posible escapatoria.

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