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No dice nada de la falta de alimentos para los niños pero pide banderas en los balcones en honor al nuevo Rey

De mayor no quiero ser Ana Botella

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De mayor NO quiero ser Ana Botella. No tengo nada personal en su contra, ni contra sus gustos ideológicos, físicos, éticos y estéticos. Lo que me desagrada es su notable falta de sensibilidad, algo de lo que ya tuvimos noticia aquella aciaga noche de Halloween de 2012, en la que perdieron la vida cinco chicas muy jóvenes, por la avaricia de la empresa organizadora de la fiesta de marras y la dejadez e irresponsabilidad del equipo de Gobierno que se supone que dirige la propia Botella.

Ahora, cuando España se desangra, cuando la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, una mujer del PP de toda la vida, ha obligado a su partido a reconocer aquello que no quería ver, que miles de niños pueden pasar hambre durante las vacaciones de verano si no se actúa, la inefable alcaldesa nos sale por peteneras pidiendo a los madrileños que engalanen sus balcones con banderas nacionales, con motivo la proclamación del príncipe Felipe como nuevo Rey de España.

Tampoco tengo nada contra el ya inminente Felipe VI, ni me va a desasosegar la irrupción de enseñas rojigualdas en los edificios de la capital, algo que últimamente ocurre cada dos años, con motivo de la celebración de Eurocopas o mundiales de fútbol. Además, no me extrañaría que incluso algunos se animaran a colgar banderas republicanas.

Lo que me subleva de la señora alcaldesa es lo que no dice y lo que no hace. Que no adopte medidas que ayuden a aliviar la situación de necesidad por la que están atravesando tantos madrileños. Y que no sea capaz de ejercer la autoridad moral que debería conferirle su cargo, para alzar la voz en defensa de los más desfavorecidos, para decirle a Rajoy que por encima de las cifras están las personas y que es obligación de los poderes públicos garantizar sus derechos básicos. Sorprende que quienes se pasan la vida hablando de las familias, sean tan insensibles ante el dolor que éstas experimentan.

Pero ya se sabe que hay familias y familias. Y que no todas tienen la suficiente categoría como para que una alcaldesa renuncie a su relajante puente festivo de placer en un spa de lujo en Lisboa. Ni para que la primera autoridad de la capital se digne a alzar la voz contra su propio partido, no vaya a ser que peligre el cargo que ejerce desde que a finales de 2011 le llegara como caído del cielo “por ser vos quien sois”, sin refrendo en las urnas mediante.

Como diría el maestro José María García: “ni Ana Botella podía llegar a más, ni la ciudad de Madrid, a menos. Buenas noches y saludos cordiales”.

De mayor no quiero ser Ana Botella

No dice nada de la falta de alimentos para los niños pero pide banderas en los balcones en honor al nuevo Rey
Rafa García
miércoles, 18 de junio de 2014, 07:07 h (CET)
De mayor NO quiero ser Ana Botella. No tengo nada personal en su contra, ni contra sus gustos ideológicos, físicos, éticos y estéticos. Lo que me desagrada es su notable falta de sensibilidad, algo de lo que ya tuvimos noticia aquella aciaga noche de Halloween de 2012, en la que perdieron la vida cinco chicas muy jóvenes, por la avaricia de la empresa organizadora de la fiesta de marras y la dejadez e irresponsabilidad del equipo de Gobierno que se supone que dirige la propia Botella.

Ahora, cuando España se desangra, cuando la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, una mujer del PP de toda la vida, ha obligado a su partido a reconocer aquello que no quería ver, que miles de niños pueden pasar hambre durante las vacaciones de verano si no se actúa, la inefable alcaldesa nos sale por peteneras pidiendo a los madrileños que engalanen sus balcones con banderas nacionales, con motivo la proclamación del príncipe Felipe como nuevo Rey de España.

Tampoco tengo nada contra el ya inminente Felipe VI, ni me va a desasosegar la irrupción de enseñas rojigualdas en los edificios de la capital, algo que últimamente ocurre cada dos años, con motivo de la celebración de Eurocopas o mundiales de fútbol. Además, no me extrañaría que incluso algunos se animaran a colgar banderas republicanas.

Lo que me subleva de la señora alcaldesa es lo que no dice y lo que no hace. Que no adopte medidas que ayuden a aliviar la situación de necesidad por la que están atravesando tantos madrileños. Y que no sea capaz de ejercer la autoridad moral que debería conferirle su cargo, para alzar la voz en defensa de los más desfavorecidos, para decirle a Rajoy que por encima de las cifras están las personas y que es obligación de los poderes públicos garantizar sus derechos básicos. Sorprende que quienes se pasan la vida hablando de las familias, sean tan insensibles ante el dolor que éstas experimentan.

Pero ya se sabe que hay familias y familias. Y que no todas tienen la suficiente categoría como para que una alcaldesa renuncie a su relajante puente festivo de placer en un spa de lujo en Lisboa. Ni para que la primera autoridad de la capital se digne a alzar la voz contra su propio partido, no vaya a ser que peligre el cargo que ejerce desde que a finales de 2011 le llegara como caído del cielo “por ser vos quien sois”, sin refrendo en las urnas mediante.

Como diría el maestro José María García: “ni Ana Botella podía llegar a más, ni la ciudad de Madrid, a menos. Buenas noches y saludos cordiales”.

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