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Sintió una paz interior y pudo, por fin, volar

El sexo y el amor son para disfrutar de ellos, no para sufrimientos amargos

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Matías trabajaba en un boys. Se había dedicado toda su vida al culto a su cuerpo. Iba cuatro veces al gimnasio a levantar pesas y comía siete u ocho veces al día. Hacía halterofilia.

Él era muy guapo y muy alto, medía aproximadamente dos metros y pico y hacía strip-tease en la barra. Ganaba al mes cinco mil euros más propina, lo que se le ponía a siete mil euros la cuota mensual por su trabajo.

Venían chicas y chicos al ver el despelote de todas partes del mundo. Bailaba en el cabaret “La Rosa Compartida”.

Pero Matías tenía un gran problema, vivía en un apartamento con una habitación sin ventanas. No tenía vistas y era interior. Además, tenía una pequeña cocina con un gas y un cuarto de baño mínimo.

Todos los días, regresaba muy entrada la madrugada a su casa. Se sentaba a mirar la pared. Se sentía ahogado en vida, le faltaba el aire. Añoraba tener una casita con una salida exterior para poder respirar aire fresco. Su cuarto era como su yo interno, estaba hueco, vacío y no tenía posibilidad de escapatoria.

Contaban las rendijas de unión de los ladrillos interiores del habitáculo. No tenía amigos y la única diversión que tenía era las pesas y su oficio.

Un día decidió ir al propietario del cabaret y le comentó:

- Me interesa la proposición que me dijiste como prostituto de lujo.

- Empezarás dentro de dos semanas. Son doce mil al mes - contestó el dueño - ¿cuál ha sido el motivo del cambio de decisión?.

- Quiero una habitación con vistas - le contestó con la mirada perdida.

En el gimnasio se habían enterado, el propietario se adentró en las instalaciones y se acercó a la banda andadora donde corría. Su mano detuvo lentamente la máquina y le dijo a Matías al oído:

- Sí quieres, te hago socio de mi local. Con tres meses que trabajes en el prostíbulo tienes suficiente para las acciones de negocio. Yo seré tu balcón y podrás por ahí escapar. Será tu puerta de salida.

Nuestro protagonista tenía que tener sexo dos veces al día, mientras hacía el amor pensaba en su ventana, tanto la interna como la de su habitación. Pasados los tres meses se asoció con el dueño del local de máquinas y ejercicios. Se mudó a un apartamento donde había un ventanal. Daba al parque del pueblo y respiraba el aroma de los pinos de ahí. Sintió una paz interior y pudo, por fin, volar.

El sexo y el amor son para disfrutar de ellos, no para sufrimientos amargos

Sintió una paz interior y pudo, por fin, volar
Esther Videgain
lunes, 26 de mayo de 2014, 07:48 h (CET)
Matías trabajaba en un boys. Se había dedicado toda su vida al culto a su cuerpo. Iba cuatro veces al gimnasio a levantar pesas y comía siete u ocho veces al día. Hacía halterofilia.

Él era muy guapo y muy alto, medía aproximadamente dos metros y pico y hacía strip-tease en la barra. Ganaba al mes cinco mil euros más propina, lo que se le ponía a siete mil euros la cuota mensual por su trabajo.

Venían chicas y chicos al ver el despelote de todas partes del mundo. Bailaba en el cabaret “La Rosa Compartida”.

Pero Matías tenía un gran problema, vivía en un apartamento con una habitación sin ventanas. No tenía vistas y era interior. Además, tenía una pequeña cocina con un gas y un cuarto de baño mínimo.

Todos los días, regresaba muy entrada la madrugada a su casa. Se sentaba a mirar la pared. Se sentía ahogado en vida, le faltaba el aire. Añoraba tener una casita con una salida exterior para poder respirar aire fresco. Su cuarto era como su yo interno, estaba hueco, vacío y no tenía posibilidad de escapatoria.

Contaban las rendijas de unión de los ladrillos interiores del habitáculo. No tenía amigos y la única diversión que tenía era las pesas y su oficio.

Un día decidió ir al propietario del cabaret y le comentó:

- Me interesa la proposición que me dijiste como prostituto de lujo.

- Empezarás dentro de dos semanas. Son doce mil al mes - contestó el dueño - ¿cuál ha sido el motivo del cambio de decisión?.

- Quiero una habitación con vistas - le contestó con la mirada perdida.

En el gimnasio se habían enterado, el propietario se adentró en las instalaciones y se acercó a la banda andadora donde corría. Su mano detuvo lentamente la máquina y le dijo a Matías al oído:

- Sí quieres, te hago socio de mi local. Con tres meses que trabajes en el prostíbulo tienes suficiente para las acciones de negocio. Yo seré tu balcón y podrás por ahí escapar. Será tu puerta de salida.

Nuestro protagonista tenía que tener sexo dos veces al día, mientras hacía el amor pensaba en su ventana, tanto la interna como la de su habitación. Pasados los tres meses se asoció con el dueño del local de máquinas y ejercicios. Se mudó a un apartamento donde había un ventanal. Daba al parque del pueblo y respiraba el aroma de los pinos de ahí. Sintió una paz interior y pudo, por fin, volar.

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