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Andan las izquierdas debatiendo su futuro y a punto de haber realizado cambios de gobernantes durante esta evocación semanal del dolor

La izquierda andaluza y la Semana Santa

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No sé si Jesús de Nazaret, en caso de que realmente existiese, podría definirse en la actualidad como un hombre de izquierdas. Durante el tiempo que va de los años 60 del pasado siglo a los 70, se estudió la figura histórica y legendaria de Jesús desde muy distintos perfiles que iban del anatómico al político. Algunos consideraron que fue un rebelde al putrefacto estado teocrático que le había tocado vivir, otros, por el contrario, que fue un perfecto rabí amante de que la Ley se cumpliese en su totalidad; los hay que lo creyeron un nacionalista galileo y, por ello, un luchador contra el imperio romano. Juicios que nada dicen, porque el auténtico Jurado, o sea, los que lo juzgaron de verdad, los poderes religiosos y políticos de su tiempo, lo tuvieron claro: los primeros lo consideraron blasfemo y los segundos, Pilatos y subsecretarios, culpable de querer implantar un reino en contra del César.

Andan las izquierdas, esencialmente la andaluza, debatiendo su futuro y a punto de haber realizado cambios de gobernantes durante esta evocación semanal del dolor. Y si ya, la misma tragicomedia religiosa y cultural que significa la Semana Santa, uniendo en un mismo escenario un limón cascarúo con un cirio regando cera, o un legionario armado con un hombre de trono miembro de una organización no gubernamental, o un hermano mayor medalleando a cara descubierta al tiempo que un policía municipal retira un cristo mendigo de calle Larios; y, si ya decía, esta tragicomedia, u otra cualquiera, no hace pensar a las izquierdas que esta sociedad ha cambiado, pues apaga y vámonos, aunque sea de procesión.

Abocados los hombres y mujeres de izquierdas a la posibilidad de perder un buen trozo de la tarta de poder que mantienen, se alían con cristos y vírgenes dolorosas, con el beneplácito de mayordomos y hermanos mayores, a pasear sus esperanzas por el centro de esta ciudad, Málaga, que todo lo acoge y todo lo silencia, a fin de conjugar muerte y resurrección y salir de este atolladero en que se encuentran.

Pero no hay por qué escandalizarse, ya que todo ese conglomerado de oficiales y suboficiales, de cirios y fusiles, de obispos y ateos, de turismo y hoteles, de políticos y contribuyentes, de venta y reventa de sillas, de mendigos y ricos, forma parte de la religiosidad.

La fe es harina de otro costal.

La izquierda andaluza y la Semana Santa

Andan las izquierdas debatiendo su futuro y a punto de haber realizado cambios de gobernantes durante esta evocación semanal del dolor
José García Pérez
jueves, 17 de abril de 2014, 07:09 h (CET)
No sé si Jesús de Nazaret, en caso de que realmente existiese, podría definirse en la actualidad como un hombre de izquierdas. Durante el tiempo que va de los años 60 del pasado siglo a los 70, se estudió la figura histórica y legendaria de Jesús desde muy distintos perfiles que iban del anatómico al político. Algunos consideraron que fue un rebelde al putrefacto estado teocrático que le había tocado vivir, otros, por el contrario, que fue un perfecto rabí amante de que la Ley se cumpliese en su totalidad; los hay que lo creyeron un nacionalista galileo y, por ello, un luchador contra el imperio romano. Juicios que nada dicen, porque el auténtico Jurado, o sea, los que lo juzgaron de verdad, los poderes religiosos y políticos de su tiempo, lo tuvieron claro: los primeros lo consideraron blasfemo y los segundos, Pilatos y subsecretarios, culpable de querer implantar un reino en contra del César.

Andan las izquierdas, esencialmente la andaluza, debatiendo su futuro y a punto de haber realizado cambios de gobernantes durante esta evocación semanal del dolor. Y si ya, la misma tragicomedia religiosa y cultural que significa la Semana Santa, uniendo en un mismo escenario un limón cascarúo con un cirio regando cera, o un legionario armado con un hombre de trono miembro de una organización no gubernamental, o un hermano mayor medalleando a cara descubierta al tiempo que un policía municipal retira un cristo mendigo de calle Larios; y, si ya decía, esta tragicomedia, u otra cualquiera, no hace pensar a las izquierdas que esta sociedad ha cambiado, pues apaga y vámonos, aunque sea de procesión.

Abocados los hombres y mujeres de izquierdas a la posibilidad de perder un buen trozo de la tarta de poder que mantienen, se alían con cristos y vírgenes dolorosas, con el beneplácito de mayordomos y hermanos mayores, a pasear sus esperanzas por el centro de esta ciudad, Málaga, que todo lo acoge y todo lo silencia, a fin de conjugar muerte y resurrección y salir de este atolladero en que se encuentran.

Pero no hay por qué escandalizarse, ya que todo ese conglomerado de oficiales y suboficiales, de cirios y fusiles, de obispos y ateos, de turismo y hoteles, de políticos y contribuyentes, de venta y reventa de sillas, de mendigos y ricos, forma parte de la religiosidad.

La fe es harina de otro costal.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

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Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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