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Etiquetas | Política | España
La casualidad o el destino han querido que nuestro primer presidente de gobierno en democracia nos haya dicho adiós en plenas fiestas de la Magdalena de Castelló

El Adolfo Suárez del CDS

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Qué difícil es querer poder compendiar, comprimir, en unas pocas líneas, la gigantesca figura y proyecto político de Adolfo Suárez. Nunca, en nuestra más reciente Historia, dos palabras han sido pronunciadas o escritas tantas veces en tan pocas horas, con tanto respeto, cariño, admiración y nostalgia (cinismo e hipocresía también), como el nombre y apellido del más importante artífice de la Transición política española.

Y la casualidad o el destino, o ambos juntos, han querido que nuestro primer presidente de gobierno en la etapa democrática, que tanto y también cumplió su trabajo por España y los españoles, encomendado por el rey, nos haya dicho adiós en plenas fiestas de la Magdalena de Castelló, con la que ha estado estrechamente vinculado, primero por su amistad y posterior afecto al ministro castellonense franquista, Fernando Herrero Tejedor, su mentor político y también por sus múltiples viajes a la Escuela de Formación Política de Peñíscola, en la que coincidiría, en alguna ocasión por aquella época, con un entonces adicto veraneante a la ciudad amurallada e incipiente triunfador como cantante, Julio Iglesias.

Pero volviendo a su trayectoria política, para mí han existido dos etapas suaristas, la de la Transición, encarnada entonces por la UCD –a la que los más jóvenes, siempre más impacientes, le exigíamos cambios más drásticos y ágiles en políticas sociales y de libertades– y una vez dimitido como presidente del gobierno y de aquel partido, la etapa del CDS.


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Adolfo Suárez siempre al lado de sus militantes.
Independientemente de los errores que pudo cometer, que también los hubo, pues no era un superdiós, sino un humano, en ambas fue atribulado, maltratado y zarandeado injustamente por propios y extraños después de su exitoso cometido de reformas. En el primer caso, y por estar más preocupado de las tareas de gobierno y de Estado que del partido –sabiendo diferenciar, como ningún otro, lo que era una cosa y la otra–, se cruzó internamente con demasiados ambiciosos que, encumbrados y relanzados por él mismo a la vida pública, le asestaron bastantes más puñaladas traperas que Bruto al César. Esto, junto a los problemas por los que atravesaba el país (paro –con la vuelta de un par de millones de emigrantes expulsados de otros países–, terrorismo, inflación económica…) unido a un acoso implacable, descarnado y cainita de la oposición, con calumnias, falsedades e insultos, que no hace falta reproducir porque podemos encontrarlos en cualquier hemeroteca, más el eterno odio jurado por los poderes fácticos de la época (empresarios, banca, militares, Iglesia…), así como la recalcitrante y ultramontana derecha (el búnker) –inadaptada al nuevo sistema–, que nunca le perdonó el cambio, o la acertada y necesaria legalización del Partido Comunista de Carrillo, le llevaron a un escenario de incomprensión y soledad rematado por la payasada de Tejero el 23-F de 1981.

El legado del CDS
En su segunda etapa, la del Centro Democrático y Social (CDS), partido que fundó para presentarse a las elecciones del 28 de octubre de 1982, y en las que obtuvo tan solo dos diputados al Congreso, él mismo y Agustín Rodríguez Sahagún (604.309 votos; el 2,87%), aguantó y soportó, contra viento y marea, una dura travesía del desierto. Es la época –la que a mí personalmente más me atrae de Suárez– en la que, una vez se desprendió del plomo en sus alas que significó su trascendental figura de estadista para la reforma política, se nos presenta el Suárez más político de calle, cercano, amable, simpático, atractivo (“ahora me toca torear en todas las plazas de tercera”), progresista, casi socialdemócrata –o sin casi– totalmente convencido de la importancia que tenía para nuestro país un centro político y sociológico, dialogante y moderador, más homogéneo que el que presidió, para que hiciese de colchón entre una izquierda y una derecha desbocadas por el poder. Y sin perder nunca su gran sentido de Estado –adquirido, trabajado y reafirmado con los Pactos de la Moncloa, sociales y políticos–. Pactos que él luego pidió reeditar a todos los partidos, fundamentalmente en materia de Educación, Sanidad y Política Exterior, pero que nadie quiso escucharle para restarle el protagonismo que se merecía.

En 1986, con un programa electoral innovador y adelantado en propuestas al resto de partidos, elaboradas por un elenco de cabezas perfectamente amuebladas y con experiencia política: el vasco Chus Viana (su álter ego en el partido), el propio Agustín, Ramón Tamames, Antonio de Senillosa, Eduardo Punset, Rafael Calvo Ortega, José Ramón Caso…, entre otros, el CDS obtenía en las Generales un grupo de 19 diputados (1.861.912 votos; 9,22%), en un importante avance cuantitativo que lo convirtió en la tercera fuerza política del país.

En el programa, por primera vez y abiertamente, el centrismo suarista –irrepetible por más que otros se disfracen– se comprometía con las listas abiertas en los procesos electorales; por primera vez también se demandaba el ejército profesional (“esos locos del CDS”, nos decían a izquierda y derecha…); el fortalecimiento de la sociedad civil: con la elección de miembros del Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, Consejo de RTVE, Tribunal de Cuentas, Gobernador del Banco de España y Defensor del Pueblo, a propuesta en número superior de Instituciones, Universidades, Asociaciones Representativas y Colegios Profesionales, lo que garantizaba la independencia de estos poderes; una Ley Anticorrupción que controlase las adjudicaciones administrativas y estableciese la obligatoriedad contable de los partidos políticos y la obligación de auditorías externas (¿le suena a Ud. de algo esto, en estos momentos, querido lector?); la regulación por ley de la cláusula de conciencia y el secreto profesional, así como los consejos de redacción, en defensa de los profesionales de la información que garantizasen la pluralidad informativa; una política decidida sobre vivienda en la que se primaba e incentivaba el alquiler para los jóvenes y se les reservaba el 30% de las viviendas sociales; inversiones públicas y privadas para la I+D; apuesta clara por la sanidad y la educación públicas, respetando la privada…

Con estos mimbres, resultados y programa electoral, Suárez seguía siendo el hombre a batir por unos y por otros. “Puedo prometer y prometo”, que de haber ganado las elecciones o cogobernado, el hijo adoptivo de Ávila habría cumplido, uno tras otros, todos los puntos de sus propuestas electorales sin la ayuda de Santa Teresa y desmontando a la par la bipolarización y sectarismo de los actuales clones (en los dos sentidos) que representan a los Cánovas y Sagasta del siglo XIX como ya predije por escrito hace 25 años.

La travesía del desierto
Durante estos años, en esa dura travesía, soportó carros y carretas, y todas las barrabasadas políticas habidas y por haber, para borrarlo del mapa: derecha e izquierda, así como los poderosos medios de comunicación que controlaban, apoyaron la esperpéntica y fracasada “Operación Roca” (0,96% de votos en 1986) con un secretario general sui géneris, el ambicioso presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, que fue concejal suarista (¿?) del Ayuntamiento de Madrid en 1979. La Banca, mientras le negaba el pan y la sal a Suárez –créditos para campañas electorales y para sustentar el partido– le perdonaba al PRD 3.000.000 millones de las antiguas pesetas (18 millones de euros de hoy, un capitalazo en aquella época). Les salió mal la jugada de acoso y derribo. A la par, se le negaba al CDS su presencia democrática en los medios públicos, tanto centrales como de las distintas autonomías, entre ellas la hoy finiquitada RTVV, Canal-9, con el castellonense Amadeu Fabregat de director general, echándole el muerto de la exclusión del CDS en los informativos a los sindicatos CCOO y UGT.

A pesar de las jugadas sucias, artimañas y marrullerías, a pesar de que iban a por él una vez más, Suárez jamás perdió la compostura, ni una palabra más alta que la otra, ni un solo reproche o descalificación del rival, a la patronal o a la Banca. En 1987, elecciones municipales y autonómicas, el CDS, con otro programa electoral innovador, se reafirma como tercera fuerza política (1.902.293 votos; el 9,87%) y obtenía 5.952 concejales convirtiéndose en la llave para gobernar centenares de ayuntamientos en toda España. Con esos resultados ascendentes, Suárez, en las reuniones que manteníamos nos decía, para animarnos y continuar en la lucha: “Hemos pasado del rechazo (1982), a la indiferencia (1983-1986) y de la indiferencia a la aceptación (1986/87). Vamos a tocar poder”. Suárez nunca ocultó, como otros, su “legítima ambición de poder” puesta al servicio de los ciudadanos como ya había demostrado anteriormente.


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Visita a Castellón en 1985 en la Asamblea Constituyente del CDS.
Tal vez aquí llegó otro de los errores cometidos por Suárez en su vida política o no fue entendido por el electorado, que ya bien se preocupaban de confundirlo tanto PSOE como AP, en función de sus intereses y conveniencias.

La orden fue taxativa –como aquella que prohibió, con gran sentido de la responsabilidad y generosidad, aprovechar en las campañas electorales las imágenes de valentía de un Suárez erguido ante la pistola de Tejero, en el Congreso de los Diputados, exigiéndole a éste que se retirase con las fuerzas asaltantes–: allá donde se nos necesitase para gobernar y con el objetivo de no forzar o violentar la voluntad democrática del electorado, y en el legítimo juego de minorías mayoritarias o mayorías minoritarias, había que apoyar las listas más votadas que entendíamos era el mandato de los electores.

Se conformaron ayuntamientos “multicolores”, e incluso gobiernos autonómicos de distinto signo político, con el apoyo del CDS. La minoración de un poder absoluto, por parte de los dos grandes partidos en las corporaciones locales e instituciones autonómicas, supuso una nuevo ejercicio de acoso y derribo con una atroz campaña mediática donde muchos mercenarios de la información, a sueldo de uno y otro partido, hicieron la campaña mediática más sucia inimaginable de nuevo en contra de Suárez. Hasta Alfonso Guerra, con poderosos altavoces a su alcance y enrabietado por la pérdida de poder político, negaba la existencia del centro político: “Ezo que hé. Zi er sentro no ezizte”, mensaje que fue calando en el electorado progresivamente, al propio tiempo que la CEOE, con José María Cuevas de presidente –sin haber sido nunca empresario– apostaba fuerte por la derecha poniendo a su servicio el poder económico de la organización.

El CDS en Castelló
Fue la misma travesía del desierto la que realizamos un grupo de animosos e ilusionados militantes del CDS Castelló cuando, en aquel junio de 1982, recibía la llamada de Luis Herrero Tejedor, quien había sido mi director un año antes en el Diario Mediterráneo, para encomendarme la tarea –por encargo de Adolfo Suárez a él– de buscarle gente en Castellón y, al mismo tiempo, a pesar de mis primeras reticencias, me invitaba a participar en el proyecto explicándome la nueva orientación del nuevo partido con respecto a la UCD. Uno de los primeros nombres que le facilité fue el de Pedro Gozalbo, un joven político entonces que formó parte del sector crítico de la UCD, en la que había militado, mostrando sus discrepancias en los medios de comunicación. Después de contactar con más personas, en 1982 presentamos la candidatura del CDS que se acabó de formalizar delante del antiguo Palacio de Justicia, en Borrull, sentados en unos bancos, cinco minutos antes de las 12 de la noche el día en que acababa el plazo establecido para obtener, más o menos, los mismos votos que había obtenido el CDS en otras zonas geográficas de nuestro país, al igual que en 1983 y en 1986.

Pero lo indescriptible es como en las elecciones locales y autonómicas de 1987, sin recursos económicos, ni otro tipo de recursos –como los propios medios de comunicación, con un periódico Mediterráneo escorado a la izquierda y un Castellón Diario, montado por los empresarios para la derecha–, pero a base de ilusión, imaginación, ingenio, esfuerzo, poniendo dinero de nuestros bolsillos, pero sobre todo a base de convicción en el proyecto suarista, obtuvimos para la candidatura encabezada por Hipólito Beltrán, 5 concejales para el ayuntamiento de Castellón (10.412 votos; el 16,47% de los votos), convirtiéndonos en la llave (luego nos decían la percha) de la Corporación Local y, cumpliendo con el mandato de Suárez, apoyando la candidatura más votada que en aquella ocasión fue la del PSOE, encabezada por Daniel Gozalbo, con el que se cogobernó durante ese mandato municipal (1987-1991). En la provincia se consiguieron 60 concejales y algunas alcaldías.


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Con Carlos Laguna en uno de los actos del CDS Castellón.
Algo parecido ocurrió con la candidatura autonómica de ese mismo año, encabezada por el castellonense Pedro Gozalbo (que además en esa campaña era el candidato a la Generalitat Valenciana), que obtuvo en el cómputo total de la Comunidad Valenciana, un total de 225.663 votos, el 11,36%, con 10 diputados en las Cortes Valencianas, siendo elegidos por Castellón el propio Pedro Gozalbo, el farmacéutico de La Vall, Vicente Bueso, y yo mismo, para repetir la fórmula política del Ayuntamiento de Castellón, dejando gobernar el Consell al PSPV-PSOE de Joan Lerma que era la formación que más votos había obtenido, faltándole 3 diputados para gobernar en mayoría. Muchas poblaciones de Castellón, sus alcaldes y concejales, sería prolijo enumerarlo aquí y ahora, saben el buen trabajo que se realizó entonces de una grupo parlamentario minoritario.

Después, y por muchas circunstancias que solo se podrían analizar en un libro, vino la decadencia. Pero cuando hoy, con motivo del fallecimiento de Adolfo Suárez, escuchamos reivindicar un partido de centro, para la actual situación política, por parte de Felipe González, con el fin de ensalzar la figura del político centrista, no cabe más que rasgarse las vestiduras. Felipe, junto a otros, queriendo o sin querer, por activa o por pasiva y aunque ahora pueda estar arrepentido, fue uno de los artífices de la destrucción del líder centrista. Y, por supuesto, no quiero ni valorar, por indignas, las declaraciones del ex líder de la derecha, José María Aznar, arrogándose el “legado político” de Adolfo Suárez. Por favor…

Pero sobre todo, porque la historia la suelen escribir los vencedores, creo que ha sido injusta con el CDS –tal vez como lo fue también, en alguna manera, con la UCD– y que nunca se ha analizado, adecuadamente, la importante labor que llevó a cabo el CDS en la mayoría de poblaciones o autonomías donde tuvo representación, más presto al diálogo y al consenso, entre todas las fuerzas políticas, como ocurrió en las Cortes Valencianas la legislatura de 1987-1991, que a intereses propios.

Y a la vista de las actuales circunstancias políticas, crisis, corrupción, pérdidas de valores políticos, incumplimientos sistemáticos de promesas electorales, etc., uno ya no sabe si la enfermedad neurodegenerativa de Suárez (todo indica que Alzheimer) con la pérdida de la memoria y su identidad, desde hace muchos, ha sido un castigo o premio divino.

El Adolfo Suárez del CDS

La casualidad o el destino han querido que nuestro primer presidente de gobierno en democracia nos haya dicho adiós en plenas fiestas de la Magdalena de Castelló
Carlos Laguna
martes, 15 de abril de 2014, 06:48 h (CET)
Qué difícil es querer poder compendiar, comprimir, en unas pocas líneas, la gigantesca figura y proyecto político de Adolfo Suárez. Nunca, en nuestra más reciente Historia, dos palabras han sido pronunciadas o escritas tantas veces en tan pocas horas, con tanto respeto, cariño, admiración y nostalgia (cinismo e hipocresía también), como el nombre y apellido del más importante artífice de la Transición política española.

Y la casualidad o el destino, o ambos juntos, han querido que nuestro primer presidente de gobierno en la etapa democrática, que tanto y también cumplió su trabajo por España y los españoles, encomendado por el rey, nos haya dicho adiós en plenas fiestas de la Magdalena de Castelló, con la que ha estado estrechamente vinculado, primero por su amistad y posterior afecto al ministro castellonense franquista, Fernando Herrero Tejedor, su mentor político y también por sus múltiples viajes a la Escuela de Formación Política de Peñíscola, en la que coincidiría, en alguna ocasión por aquella época, con un entonces adicto veraneante a la ciudad amurallada e incipiente triunfador como cantante, Julio Iglesias.

Pero volviendo a su trayectoria política, para mí han existido dos etapas suaristas, la de la Transición, encarnada entonces por la UCD –a la que los más jóvenes, siempre más impacientes, le exigíamos cambios más drásticos y ágiles en políticas sociales y de libertades– y una vez dimitido como presidente del gobierno y de aquel partido, la etapa del CDS.


laguna1
Adolfo Suárez siempre al lado de sus militantes.
Independientemente de los errores que pudo cometer, que también los hubo, pues no era un superdiós, sino un humano, en ambas fue atribulado, maltratado y zarandeado injustamente por propios y extraños después de su exitoso cometido de reformas. En el primer caso, y por estar más preocupado de las tareas de gobierno y de Estado que del partido –sabiendo diferenciar, como ningún otro, lo que era una cosa y la otra–, se cruzó internamente con demasiados ambiciosos que, encumbrados y relanzados por él mismo a la vida pública, le asestaron bastantes más puñaladas traperas que Bruto al César. Esto, junto a los problemas por los que atravesaba el país (paro –con la vuelta de un par de millones de emigrantes expulsados de otros países–, terrorismo, inflación económica…) unido a un acoso implacable, descarnado y cainita de la oposición, con calumnias, falsedades e insultos, que no hace falta reproducir porque podemos encontrarlos en cualquier hemeroteca, más el eterno odio jurado por los poderes fácticos de la época (empresarios, banca, militares, Iglesia…), así como la recalcitrante y ultramontana derecha (el búnker) –inadaptada al nuevo sistema–, que nunca le perdonó el cambio, o la acertada y necesaria legalización del Partido Comunista de Carrillo, le llevaron a un escenario de incomprensión y soledad rematado por la payasada de Tejero el 23-F de 1981.

El legado del CDS
En su segunda etapa, la del Centro Democrático y Social (CDS), partido que fundó para presentarse a las elecciones del 28 de octubre de 1982, y en las que obtuvo tan solo dos diputados al Congreso, él mismo y Agustín Rodríguez Sahagún (604.309 votos; el 2,87%), aguantó y soportó, contra viento y marea, una dura travesía del desierto. Es la época –la que a mí personalmente más me atrae de Suárez– en la que, una vez se desprendió del plomo en sus alas que significó su trascendental figura de estadista para la reforma política, se nos presenta el Suárez más político de calle, cercano, amable, simpático, atractivo (“ahora me toca torear en todas las plazas de tercera”), progresista, casi socialdemócrata –o sin casi– totalmente convencido de la importancia que tenía para nuestro país un centro político y sociológico, dialogante y moderador, más homogéneo que el que presidió, para que hiciese de colchón entre una izquierda y una derecha desbocadas por el poder. Y sin perder nunca su gran sentido de Estado –adquirido, trabajado y reafirmado con los Pactos de la Moncloa, sociales y políticos–. Pactos que él luego pidió reeditar a todos los partidos, fundamentalmente en materia de Educación, Sanidad y Política Exterior, pero que nadie quiso escucharle para restarle el protagonismo que se merecía.

En 1986, con un programa electoral innovador y adelantado en propuestas al resto de partidos, elaboradas por un elenco de cabezas perfectamente amuebladas y con experiencia política: el vasco Chus Viana (su álter ego en el partido), el propio Agustín, Ramón Tamames, Antonio de Senillosa, Eduardo Punset, Rafael Calvo Ortega, José Ramón Caso…, entre otros, el CDS obtenía en las Generales un grupo de 19 diputados (1.861.912 votos; 9,22%), en un importante avance cuantitativo que lo convirtió en la tercera fuerza política del país.

En el programa, por primera vez y abiertamente, el centrismo suarista –irrepetible por más que otros se disfracen– se comprometía con las listas abiertas en los procesos electorales; por primera vez también se demandaba el ejército profesional (“esos locos del CDS”, nos decían a izquierda y derecha…); el fortalecimiento de la sociedad civil: con la elección de miembros del Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, Consejo de RTVE, Tribunal de Cuentas, Gobernador del Banco de España y Defensor del Pueblo, a propuesta en número superior de Instituciones, Universidades, Asociaciones Representativas y Colegios Profesionales, lo que garantizaba la independencia de estos poderes; una Ley Anticorrupción que controlase las adjudicaciones administrativas y estableciese la obligatoriedad contable de los partidos políticos y la obligación de auditorías externas (¿le suena a Ud. de algo esto, en estos momentos, querido lector?); la regulación por ley de la cláusula de conciencia y el secreto profesional, así como los consejos de redacción, en defensa de los profesionales de la información que garantizasen la pluralidad informativa; una política decidida sobre vivienda en la que se primaba e incentivaba el alquiler para los jóvenes y se les reservaba el 30% de las viviendas sociales; inversiones públicas y privadas para la I+D; apuesta clara por la sanidad y la educación públicas, respetando la privada…

Con estos mimbres, resultados y programa electoral, Suárez seguía siendo el hombre a batir por unos y por otros. “Puedo prometer y prometo”, que de haber ganado las elecciones o cogobernado, el hijo adoptivo de Ávila habría cumplido, uno tras otros, todos los puntos de sus propuestas electorales sin la ayuda de Santa Teresa y desmontando a la par la bipolarización y sectarismo de los actuales clones (en los dos sentidos) que representan a los Cánovas y Sagasta del siglo XIX como ya predije por escrito hace 25 años.

La travesía del desierto
Durante estos años, en esa dura travesía, soportó carros y carretas, y todas las barrabasadas políticas habidas y por haber, para borrarlo del mapa: derecha e izquierda, así como los poderosos medios de comunicación que controlaban, apoyaron la esperpéntica y fracasada “Operación Roca” (0,96% de votos en 1986) con un secretario general sui géneris, el ambicioso presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, que fue concejal suarista (¿?) del Ayuntamiento de Madrid en 1979. La Banca, mientras le negaba el pan y la sal a Suárez –créditos para campañas electorales y para sustentar el partido– le perdonaba al PRD 3.000.000 millones de las antiguas pesetas (18 millones de euros de hoy, un capitalazo en aquella época). Les salió mal la jugada de acoso y derribo. A la par, se le negaba al CDS su presencia democrática en los medios públicos, tanto centrales como de las distintas autonomías, entre ellas la hoy finiquitada RTVV, Canal-9, con el castellonense Amadeu Fabregat de director general, echándole el muerto de la exclusión del CDS en los informativos a los sindicatos CCOO y UGT.

A pesar de las jugadas sucias, artimañas y marrullerías, a pesar de que iban a por él una vez más, Suárez jamás perdió la compostura, ni una palabra más alta que la otra, ni un solo reproche o descalificación del rival, a la patronal o a la Banca. En 1987, elecciones municipales y autonómicas, el CDS, con otro programa electoral innovador, se reafirma como tercera fuerza política (1.902.293 votos; el 9,87%) y obtenía 5.952 concejales convirtiéndose en la llave para gobernar centenares de ayuntamientos en toda España. Con esos resultados ascendentes, Suárez, en las reuniones que manteníamos nos decía, para animarnos y continuar en la lucha: “Hemos pasado del rechazo (1982), a la indiferencia (1983-1986) y de la indiferencia a la aceptación (1986/87). Vamos a tocar poder”. Suárez nunca ocultó, como otros, su “legítima ambición de poder” puesta al servicio de los ciudadanos como ya había demostrado anteriormente.


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Visita a Castellón en 1985 en la Asamblea Constituyente del CDS.
Tal vez aquí llegó otro de los errores cometidos por Suárez en su vida política o no fue entendido por el electorado, que ya bien se preocupaban de confundirlo tanto PSOE como AP, en función de sus intereses y conveniencias.

La orden fue taxativa –como aquella que prohibió, con gran sentido de la responsabilidad y generosidad, aprovechar en las campañas electorales las imágenes de valentía de un Suárez erguido ante la pistola de Tejero, en el Congreso de los Diputados, exigiéndole a éste que se retirase con las fuerzas asaltantes–: allá donde se nos necesitase para gobernar y con el objetivo de no forzar o violentar la voluntad democrática del electorado, y en el legítimo juego de minorías mayoritarias o mayorías minoritarias, había que apoyar las listas más votadas que entendíamos era el mandato de los electores.

Se conformaron ayuntamientos “multicolores”, e incluso gobiernos autonómicos de distinto signo político, con el apoyo del CDS. La minoración de un poder absoluto, por parte de los dos grandes partidos en las corporaciones locales e instituciones autonómicas, supuso una nuevo ejercicio de acoso y derribo con una atroz campaña mediática donde muchos mercenarios de la información, a sueldo de uno y otro partido, hicieron la campaña mediática más sucia inimaginable de nuevo en contra de Suárez. Hasta Alfonso Guerra, con poderosos altavoces a su alcance y enrabietado por la pérdida de poder político, negaba la existencia del centro político: “Ezo que hé. Zi er sentro no ezizte”, mensaje que fue calando en el electorado progresivamente, al propio tiempo que la CEOE, con José María Cuevas de presidente –sin haber sido nunca empresario– apostaba fuerte por la derecha poniendo a su servicio el poder económico de la organización.

El CDS en Castelló
Fue la misma travesía del desierto la que realizamos un grupo de animosos e ilusionados militantes del CDS Castelló cuando, en aquel junio de 1982, recibía la llamada de Luis Herrero Tejedor, quien había sido mi director un año antes en el Diario Mediterráneo, para encomendarme la tarea –por encargo de Adolfo Suárez a él– de buscarle gente en Castellón y, al mismo tiempo, a pesar de mis primeras reticencias, me invitaba a participar en el proyecto explicándome la nueva orientación del nuevo partido con respecto a la UCD. Uno de los primeros nombres que le facilité fue el de Pedro Gozalbo, un joven político entonces que formó parte del sector crítico de la UCD, en la que había militado, mostrando sus discrepancias en los medios de comunicación. Después de contactar con más personas, en 1982 presentamos la candidatura del CDS que se acabó de formalizar delante del antiguo Palacio de Justicia, en Borrull, sentados en unos bancos, cinco minutos antes de las 12 de la noche el día en que acababa el plazo establecido para obtener, más o menos, los mismos votos que había obtenido el CDS en otras zonas geográficas de nuestro país, al igual que en 1983 y en 1986.

Pero lo indescriptible es como en las elecciones locales y autonómicas de 1987, sin recursos económicos, ni otro tipo de recursos –como los propios medios de comunicación, con un periódico Mediterráneo escorado a la izquierda y un Castellón Diario, montado por los empresarios para la derecha–, pero a base de ilusión, imaginación, ingenio, esfuerzo, poniendo dinero de nuestros bolsillos, pero sobre todo a base de convicción en el proyecto suarista, obtuvimos para la candidatura encabezada por Hipólito Beltrán, 5 concejales para el ayuntamiento de Castellón (10.412 votos; el 16,47% de los votos), convirtiéndonos en la llave (luego nos decían la percha) de la Corporación Local y, cumpliendo con el mandato de Suárez, apoyando la candidatura más votada que en aquella ocasión fue la del PSOE, encabezada por Daniel Gozalbo, con el que se cogobernó durante ese mandato municipal (1987-1991). En la provincia se consiguieron 60 concejales y algunas alcaldías.


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Con Carlos Laguna en uno de los actos del CDS Castellón.
Algo parecido ocurrió con la candidatura autonómica de ese mismo año, encabezada por el castellonense Pedro Gozalbo (que además en esa campaña era el candidato a la Generalitat Valenciana), que obtuvo en el cómputo total de la Comunidad Valenciana, un total de 225.663 votos, el 11,36%, con 10 diputados en las Cortes Valencianas, siendo elegidos por Castellón el propio Pedro Gozalbo, el farmacéutico de La Vall, Vicente Bueso, y yo mismo, para repetir la fórmula política del Ayuntamiento de Castellón, dejando gobernar el Consell al PSPV-PSOE de Joan Lerma que era la formación que más votos había obtenido, faltándole 3 diputados para gobernar en mayoría. Muchas poblaciones de Castellón, sus alcaldes y concejales, sería prolijo enumerarlo aquí y ahora, saben el buen trabajo que se realizó entonces de una grupo parlamentario minoritario.

Después, y por muchas circunstancias que solo se podrían analizar en un libro, vino la decadencia. Pero cuando hoy, con motivo del fallecimiento de Adolfo Suárez, escuchamos reivindicar un partido de centro, para la actual situación política, por parte de Felipe González, con el fin de ensalzar la figura del político centrista, no cabe más que rasgarse las vestiduras. Felipe, junto a otros, queriendo o sin querer, por activa o por pasiva y aunque ahora pueda estar arrepentido, fue uno de los artífices de la destrucción del líder centrista. Y, por supuesto, no quiero ni valorar, por indignas, las declaraciones del ex líder de la derecha, José María Aznar, arrogándose el “legado político” de Adolfo Suárez. Por favor…

Pero sobre todo, porque la historia la suelen escribir los vencedores, creo que ha sido injusta con el CDS –tal vez como lo fue también, en alguna manera, con la UCD– y que nunca se ha analizado, adecuadamente, la importante labor que llevó a cabo el CDS en la mayoría de poblaciones o autonomías donde tuvo representación, más presto al diálogo y al consenso, entre todas las fuerzas políticas, como ocurrió en las Cortes Valencianas la legislatura de 1987-1991, que a intereses propios.

Y a la vista de las actuales circunstancias políticas, crisis, corrupción, pérdidas de valores políticos, incumplimientos sistemáticos de promesas electorales, etc., uno ya no sabe si la enfermedad neurodegenerativa de Suárez (todo indica que Alzheimer) con la pérdida de la memoria y su identidad, desde hace muchos, ha sido un castigo o premio divino.

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