Como indicaba años ha el irrepetible, genial y malogrado cuenta chistes catalán, Eugenio, para demostrar nuestra cultura sobre Rusia –in albis todavía– decíamos aquello de: “Mucho ruso en Rusia, ¿eh?...; mucha ensaladilla rusa en Rusia, ¿eh?”.
Y normal que eso fuese así, para el común de los españolitos, habiendo vivido en la reserva occidental del anticomunismo hasta el punto de que el antiguo régimen, para inmunizarnos de posibles veleidades o contactos indeseados –que ya se sabe por dónde “muere el pez”, además de por la boca–, nos decía que las rusas eran una especie de osos que, encima, no se depilaban las piernas. Luego ves a María Sharapova o algunas de sus compatriotas, que hicieron estragos hace años entre el boyante empresariado del invernadero hortofrutícola andaluz, y coliges cuan embustero era el régimen.
Pues ahora resulta que por estos lares nos hemos echado en brazos de los rusos/as –aunque mi primera referencia haya sido femenina, también habrá apuestos cosacos– para intentar repuntar nuestro otrora esplendoroso turismo con la intención de que el PIB castellonense y renta per cápita alcance las cotas que tuvimos y que alguien, o la burrería colectiva, se ha encargado de triturar. ¡Qué cosas!, quien lo iba a decir, a costa de los rusos.
Así, el flamante presidente de la patronal turística Ashotur, Carlos Escorihuela, ha señalado que “el turismo ruso puede ser el más importante para Castellón, cara a la apertura del aeropuerto. Ya conocen Barcelona y Castellón es un nuevo destino de sol y playa, atractivo”, anunciando 60.000 pernoctaciones a partir de este mes de abril, superando las 25.075 del pasado año (¡si Franco y Nikita Kruschev levantasen la cabeza!).
Pues bien, independientemente del ¡albricias, que vengan!, digo yo si no estamos jugando a la ruleta rusa con el turismo, por la crisis ucraniana, y si no dependeremos demasiado del tenor pactante o no entre Obama, (Ras)Putin, y los comparsa de la UE, con el tema de las sanciones comerciales a la antigua URSS y puedan verse frustradas algunas expectativas. Algo que también ocupa y preocupa, aunque no lo crea ni lo diga, al conseller de Economía (y tres carteras más), Máximo Buch. Pero lo que está claro, como el agua clara, es que la mayoría de los euroasiáticos no llegarán por el AVE ni vía “aeropuerto del abuelito”, sino que lo harán por el de Reus (gracias a Artur Mas).
Además, dicen que se pueden gastar 1.800 euros del ala por cabeza y viaje. Una pasta, tú. Por eso, hay que culturalizarlos y fidelizarlos a nuestros usos y costumbres sin intentar anularles su identidad, siendo amables y serviciales, como lo hacíamos en los tiempos de Paco Martínez Soria y que tan buenos resultados nos dio.
Como cambian las cosas. Hace 40 años, los jóvenes de la época nos deleitábamos con la llegada de rubias francesas, nacionalidad turística predominante por excelencia, que aterrizaban por aquí –es un decir, porque tampoco había aeropuerto– precedidas de cierta aureola de libertad y libertinaje (propaganda mediática del Mayo francés del 68) y el macho ibérico bajaba hasta de las montañas para admirar aquellas jóvenes blanquecinas que, en pocos días, se ponían como la gamba roja de Denia y ya mostraban descocados escotes. Ligar con las francesas era como una especie de deporte nacional y se contaban mil historias, unas verdaderas, otras más falsas que un euro de chocolate. Porque esto es como lo de las estadísticas del consumo de pollos, tocaremos a X cada uno de nosotros, pero hay quien se come diez y muchos ninguno.
Eso sí, con el contacto, los que viajaban a la vendimia, podían reforzar su francés para la campaña venidera. Ventajas del intercambio cultural e idiomático, sobre todo entre lenguas románicas, más fáciles de aprender.
Las discotecas de la época, que salieron como champiñones, al ritmo frenético de Mick Jagger y sus Rolling Stones; o la otra banda de rock, Creedence Clearwater Revival; los Bee Gees; o el más pausado James Brown, con su “Sex Machine”, o la sugerente canción "Je t'aime... moi non plus" –que oías pensando más en su intérprete, Jane Birkin, que en tu pareja de baile–, fueron un auténtico vivero para la alianza de las culturas, anticipándose en el tiempo a las propuestas zapateristas.
Pues ahora lo van a tener más complicado nuestros hijos con los idiomas euroasiáticos o asiáticos, más embrollados que los románicos o anglosajones reforzados en un Erasmus. Aunque cierto es que también cuentan con una ventaja porque hoy en día, gracias a las NNTT, casi todo se basa en la simbología y nuestros jóvenes se comunican por emoticonos. Dígase que una cara de alegría, de pena, de sorpresa, de indiferencia…, o deseo, ay el deseo… será igual para los chinos, los rusos, los congoleños o los de Bollullos del Condado. Por ahí pueden llegar a entenderse y fundirse.
También creo que es el momento –además de especializarnos en la ensaladilla rusa a la que aludía al principio–, de rebuscar otro icono, abanderado de nuestro turismo, al estilo del bueno de Luis Aguilé, o como el otrora embajador de Zaplana, Julio Iglesias, que impacte, atraiga y enganche a más rusos. Pienso en Georgie Dann, con su Kasatchok; la Balalaika, Moscou, el Chiringuito, el Bimbó… Me da en la nariz que triunfaría por lo paseíllo militar. En cualquier caso, cuantos más rusos vengan, mejor. ¡Viva Rusia! (si esto lo hubiese gritado yo hace 40 años, hoy no habría escrito este artículo). Todo cambia, hasta el turismo.
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