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Algo que ya se sabía pero no se quería reconocer: el Rey y el 23F

“Las locuras de los reyes las pagan los aqueos”, Horacio
Miguel Massanet
miércoles, 2 de abril de 2014, 07:18 h (CET)
No es la señora Pilar Urbano la primera que pone en negro sobre blanco aquel episodio del 23 de febrero de 1.981, un hecho que tuvo lugar en el Congreso de los diputados cuando, en plena sesión, fue asaltado por unos golpistas. Un suceso sobre el que, a partir de dicha fecha, han corrido verdaderos mares de tinta y ha sido objeto de los más variados comentarios y especulaciones sin que, hasta la fecha, fuere por intereses políticos, por silencios interesados o por miedos justificables haya trascendido, en toda su crudeza y sordidez, cuales fueron las raíces y los inductores de que, un teniente coronel de la Guardia Civil, el señor Antonio Tejero, acompañado de un grupo de guardia civiles, irrumpiera en la sala del Parlamento, pistola en mano, y se apoderara, tras unos momentos de confusión y unos breves escarceos con el ministro de Defensa en funciones, general Gutierrez Mellado y el presidente en funciones del Gobierno, señor Adolfo Suárez, del hemiciclo del Congreso donde, sus señorías, amedrentados por los disparos que unos guardias hicieron, apuntando al techo de la cámara, demostraron su apego a la vida, escondiéndose detrás de las bancadas en las que, apenas unos segundos antes, asentaban sus posaderas; pero sí ha sido, con toda seguridad, la que más revuelo ha levantado con su libro: “La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar”, recientemente aparecido.

Parece evidente que las confidencias que Adolfo Suárez le hiciera, en su día, a la veterana periodista, le fueron hechas bajo la condición de que no fueran dadas a conocer al público antes del fallecimiento de su autor por razones que, a la vista de las revelaciones que se hacen, resulta algo sensato y comprensible. Como es natural, las reacciones a las extraordinarias revelaciones que se hacen en el libro acerca de aquellos lejanos y oscuros acontecimientos, han levantado ampollas entre los defensores de la monarquía y han confirmado muchas sospechas que permanecían latentes en la mente de muchos españoles, que nunca nos tragamos la versión oficial que se hizo de aquel trascendente acontecimiento. Hay que decir que, han sido numerosos los autores que han manifestado sus certezas o sospechas sobre la posible intervención, por activa o por pasiva, del Rey en aquel complot dirigido a acabar con la era del señor Suárez.

No obstante, nos cuesta creer que, una periodista de raza y prestigio como es doña Pilar Urbano, que siempre ha tenido por lema: “Informar con rigor, sin favor y sin temor” y que entre sus obras cuenta, precisamente, con una biografía de la reina titulada “La Reina”; sólo por vender más libros y conseguir fama y dinero, algo de lo que ya dispone, se haya inventado unas declaraciones de don Adolfo Suárez que, como es evidente, no puede hacerle más que complicarle la vida y engendrarle importantes problemas con la Casa Real que, sin duda, se encuentra, por diversos motivos, en uno de los períodos de menos popularidad de todo el reinado. La mera lectura de algunas parte de las declaraciones del que presidió la transición más complicada de la Historia de España –logrando que se pasara de una dictadura a una incipiente, pero sólida, tranquila y pacífica ( al menos hasta que, como todo ser humano, se equivocó creyéndose que podría legalizar impunemente al partido Comunista, con el señor Carrillo al frente) democracia parlamentaria – resulta de una frescura tal, de una verosimilitud tan diáfana y de una lógica tan aplastante que, el no creer en ellas, podría considerarse como un atentado contra el sentido común y un cerrazón mental tal, que sólo podría achacarse a aquellos que siguen obcecados en defender la Monarquía, aunque ello los lleve a pasar por alto una verdad tan sólida y creíble como es la que se desprende de ellas.

Todos los que tuvimos ocasión de vivir aquellos momentos de tensión ya éramos conscientes de que, las relaciones del señor Suárez con el Rey, no pasaban por su mejor momento. Lo que, en un principio, fue una franca camarería, incluso para algunos exageradamente compinchada; a medida que el Rey se dio cuenta de que, el nuevo presidente del Gobierno, empezaba a navegar por su cuenta; desoía los consejos que le daba; mantenía con firmeza sus opiniones sin dejarse influir por la categoría de quien pensaba poder manejarlo con facilidad y se iba haciendo tan popular que llegó a eclipsar en aprecio de los ciudadanos a la misma persona de don Juan Carlos, tenía visos de acabar mal. Evidentemente, el éxito de Suárez empezó a despertar recelos entre los miembros de su propio partido; su errónea apreciación de la influencia del PC en el exilio sobre los españoles, que le llevó a legalizarlo, le ganó la animadversión del estamento militar y de muchos de los antiguos directivos asociados a la dictadura que, en un principio, lo habían apoyado.

Son numerosos los autores que han venido atribuyendo al Rey una participación, con distintos matices, en aquella incruenta rebelión militar que tuvo lugar el 23F del año 1981. Todos coinciden en el protagonismo del general Armada en la organización, con ayuda de otros militares y la aquiescencia de otros, del complot por el que se excluiría al señor Suárez del gobierno y sería sustituido por un gobierno de coalición presidido por el propio general Armada con el señor Felipe González (también al tanto y supuesto cómplice en aquel suceso) de vicepresidente. El Rey daría por buena la nueva situación, con lo que se consolidaría al golpe de Estado sin que tuviera otros efectos que la supresión de los partidos político (entre ellos, el PCE) con lo que se restauraría lo que, si hubiera estado vivo el señor Carrero Blanco, hubiera sido el legado de lo que hubiera querido que fuera el difunto general Franco.

La situación que ha creado la aparición de las recientes revelaciones del testamento político del señor Suárez, no puede resultar más comprometida, más incómoda y más complicada para el Rey y la monarquía. Es obvio que, si no se produce una declaración de la Casa Real, si no se desmienten, categóricamente, las noticias sobre las causas del golpe del 23F; muchos españoles podrían pensar que, quién es la máxima autoridad del país, en quien radica la jefatura del Ejército español y goza de de la más preeminente posición como garante del cumplimiento de la Constitución; tuvo una intervención, al menos en apariencia, poco ejemplar. Por una parte, si tenía conocimiento previo a que se produjeran los hechos y no tomó las medidas para impedirlo, sin duda resulta una actitud poco explicable; si el general Armada utilizó, como parece, el señuelo de que el Rey apoyaba el golpe ( algo que no se ha aclarado) y con ello indujo a los generales, como el señor Milans del Bosch, un monárquico reconocido, a actuar como se hizo; entonces no se puede entender como se les aplicó, con tanta severidad, el código militar, como sublevados; si ellos, en todo momento, actuaron convencidos que seguían el mandato real.

Si es cierto que el Rey pretendió obligar a Suárez, excediéndose en sus facultades como Jefe del Estado, a actuar contra su voluntad, es evidente que algo debió de ocurrir para que, como se dice, Suárez le pidiera su dimisión como rey de España. Un feo asunto que debería obligar al Rey a una contundente aclaración, si quiere evitar que su hijo quede descartado como su sucesor al frente de la monarquía, en el supuesto de que logre sobrevivir a tantos traspiés. El Elefante Blanco considerado como el cerebro del golpe del 23F, no debiera tener relación alguna con el elefante gris del que se cayó el Rey, rompiéndose la cadera. Sería bueno para él y para España. O así es, señores, como lo veo a través de la óptica de un ciudadano de a pie.

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