La primera vez que oí hablar de él fue a finales de los 80, en una reunión de jóvenes idealistas escondidos tras unas cervezas. Uno de nosotros había oído algo sobre un loco que en la India – hasta su ubicación exacta nos era desconocida – había fundado un banco en el que se prestaba dinero a los pobres, ¡Sin avales! Y para rematarlo, encima dijo que aquel negocio reportaba pingues beneficios. El resto cogimos nuestras cervezas y les dimos un sorbo mirando hacia otro lado. “Valiente batata”, pensamos en aquel momento. Lo cierto es que después de 30 años ese negocio de locos es uno de los más boyantes de su país, da trabajo a 20.000 personas, tiene 18 empresas anexas y es propietario de la mayor red de teléfonos móviles de Asia. Este hombre, del que oí hablar por primera vez a finales de los 80 detrás de una cerveza es Mahammad Yunus, conocido como el banquero de los pobres, al que se le ha otorgado este año el Premio Nobel de la Paz. Personalmente creo que es todo un Premio Nobel de Economía, pero el de la Paz también me vale.
No voy a ponerme aquí a hablar de su vida, sería una estupidez. Quiero hablar de lo que significa lo que ha hecho este hombre partiendo de una idea que resume él mismo al decir “Los pobres no son culpables de que exista pobreza, ni de ser pobres”. Una frase que contraría todo aquello que pregona el neoliberalismo, el FMI (Fondo Monetario Internacional), el BM (Banco Mundial) y la OMC (Organización Mundial del Comercio), no sólo desde sus palabras, sino con los hechos ciertos que las respaldan. Tiene más frases como esta, presten atención, “Los banqueros ejercen un apartheid escandaloso, dicen que dos terceras partes de la población mundial no tiene derecho a emplear sus servicios. Que no son solventes. Definen reglas y los demás las aceptamos porque son poderosos”.
Habrá que convenir que se le ha dado el premio Nobel de la Paz a un revolucionario, sí, sí, un revolucionario. Piénsenlo bien. Imaginen que cunda el ejemplo y apareciera un banco en España que diera préstamos hipotecarios para la compra de viviendas sin pedir avales y a la mitad de los intereses que están dando el resto de las entidades bancarias – no quiero hacer de abogado del diablo, pero me da la impresión de que a mucho ladrón de traje y corbata se le iba a acabar el chollo. Pero extrapolemos la situación a mayor escala. Me refiero a que en vez de hacerse dirigiéndose a los pobres se hiciera dirigiéndose a los países pobres. Que un país que quisiera, por ejemplo, crear una estructura sanitaria pública de la que carece encontrara un Banco que se la financiara cobrando una birria de intereses. O educación pública, o sistema de pensiones, todo menos armamento. Me da al impresión de que al Cheney le iba a dar un buen soponcio, ¡Quien lo vería vendiendo sus acciones en fábricas de armamento!
Tendremos que ir pensando en que existen de verdad formas de acabar con la pobreza y el hambre en el mundo, desde la realidad y sin echar mano de excusas neoliberales, que, a todas luces, no sólo es no sirvan para absolutamente nada, es que además le cuesta la vida a millones de seres humanos todos los años.
Esperemos que el ejemplo de este gran hombre cunda y aparezca gente que de verdad se preocupe por sus semejantes.
Que ya está bien.
Suena de fondo “If i were a richman”, de dos tercios de la población mundial.
Buenas noches, y buena suerte.