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La policía del pensamiento

La era digital ha revolucionado la vida del hombre
Jorge Hernández Mollar
domingo, 15 de diciembre de 2019, 10:17 h (CET)

Se viene desarrollando en algunas redes una nueva “policía de pensamiento” que sin pudor alguno censura o pone cortapisas a opiniones que contradicen determinadas ideologías.


La era digital ha revolucionado la vida del hombre y será estudiada en un futuro como una de las edades que abre un nuevo ciclo de la historia de la humanidad a continuación de la era contemporánea, esto es tan cierto como que una simple palabra, relato o la expresión de un pensamiento circula por todo el globo terráqueo en una fracción de segundo gracias a las redes de comunicación que internet ha creado.


Suetonio escribe en la vida de Tiberio que en “una ciudad libre conviene que la mente y la lengua sean libres” (“in civitate liberta mentemque linguam libertas esse decet), pero esta nueva era digital ¿nos hace mas libres? ¿son nuestras ciudades más libres? ¿nuestras mentes y lenguas pueden expresarse más libremente?


No son baladíes estas preguntas a la vista de cómo se viene desarrollando en algunas de estas redes una nueva “policía de pensamiento” que sin pudor alguno censura o pone cortapisas a opiniones que contradicen determinadas ideologías. Simplemente la transcripción que he hecho en Facebook de los párrafos de un artículo sobre la utilización hoy de menores en parlamentos y cumbres como si fueran mayores, al estilo de la sobreactuación de Greta Thunberg en la COP25, ha originado una reacción inmediata de la red censurándola como “Información falsa” por considerar “objetivamente inexactas” las afirmaciones que se contenían en dicho artículo.


Es de extrema gravedad que por un lado se confunda la información y la opinión en cuanto esconde una peligrosa línea inquisitorial de limitar la libertad de expresión y pensamiento y por otra parte se va diluyendo subrepticiamente con esa censura, el aprecio y el gusto por la libertad dejando paso a un nuevo fundamentalismo que no respeta la “la libertad del otro” para opinar sobre temas discutidos o discutibles como ocurre con el cambio climático, el aborto, la eutanasia o la ideología de género.


Si a esto se le añade la perversión del lenguaje que se nos trata de imponer como es la insistente y a veces ridícula diferenciación de géneros masculino y femenino; llamar “interrupción del embarazo” al aborto; pre-embrión al embrión o incluso desterrar las palabras de padre o madre por progenitores estamos ante lo que se podría calificarse ya de un intento de la nueva progresía, de estatificar la libertad a la medida de una falaz dictadura cultural de pensamiento único.

La persecución inquisitorial está llegando ya al extremo de proponer penalizar la inadaptación a esta nueva cultura o incluso animar a la delación ante la opinión o pública o a las autoridades para represaliar tamañas desviaciones de la auténtica cultura. El gran Quevedo se hizo eco en su época de afán absolutista en estos conocidos tercetos. “¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”. 

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Suecia ha sido históricamente un ejemplo de bienestar social con una red de protección estatal admirada globalmente. Esta solidez ha contribuido a niveles de vida envidiables, y a una confianza ciudadana notable en sus instituciones. Sin embargo, en los últimos años, esta misma estructura ha empezado a mostrar fisuras.

Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar. A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.

 
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