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La democracia directa corre el riesgo de convertirse en el poder de los pocos que realmente tienen vocación política

¿Es la representatividad el mejor sistema de democracia?

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La democracia directa se enfrenta a una clara cuestión: ¿Qué porcentaje de participación es legítimo? Hay que tener en cuenta, que una de las grandes críticas surgidas en determinadas elecciones es la poca participación, teniendo en consideración que se vota cada cuatro años. Una de las explicaciones a este hecho es clara: muchos ciudadanos no están interesados en la vida política. Si aplicamos este fenómeno a una democracia directa, en la cual cada poco tiempo hay asambleas, referéndums, entre otros mecanismos, buena parte de la población se desvinculará de tener una actitud política activa.

De este modo, teóricamente la democracia directa supone una mayor calidad democrática, o en otras palabras, un mayor poder por parte del pueblo. No obstante, si la participación disminuye progresivamente se pierde la noción de poder del pueblo, convirtiéndose en el poder de los pocos que realmente tienen vocación política.

Además, la democracia directa permite que cualquier persona, sin importar su formación académica, cultural, política, económica, entre otras, pueda decidir el destino de su país directamente con su voto. Y es que, los ciudadanos tendrían que decidir sobre temas de los cuales no son expertos. Es cierto, que un presidente no es experto sobre la totalidad de temas de la vida política, ni tampoco los miembros de un gobierno. No obstante, la diferencia es que ellos tienen a su disposición asesores o expertos sobre las diferentes materias.

Cabe destacar, que una posible refutación a esta idea mencionada sería la de proclamar que los ciudadanos pueden buscar información sobre cada tema que se tenga que debatir o votar. Sin embargo, volvemos a repetir que no todos los ciudadanos tienen vocación política, y en consecuencia, no es un coste de oportunidades que pretendan asumir. Por lo tanto, continuarían habiendo una multitud de individuos que participarían en procesos de votación directa partiendo desde un gran desconocimiento.

Por otro lado, la democracia representativa facilita el proceso de elaboración de una ley, ya que el trabajo en comisiones es complejo y de larga duración. Por este motivo, hay unos diputados que trabajan específicamente en este tipo de procesos. En cambio, desde la democracia directa se entraría en un caos profundo, ya que el principal problema sería la organización, teniendo en cuenta que para superar este obstáculo quizás se tendría que renunciar a parte de la filosofía de la democracia directa.

Finalmente, los diputados que trabajan en comisiones acaban especializándose en la naturaleza de su procedimiento, así como en los diferentes temas que se discuten. Sin embargo, no podemos convertir a todos los ciudadanos en especialistas de este tipo de dinámica.

¿Es la representatividad el mejor sistema de democracia?

La democracia directa corre el riesgo de convertirse en el poder de los pocos que realmente tienen vocación política
Cude
martes, 3 de diciembre de 2013, 09:26 h (CET)
La democracia directa se enfrenta a una clara cuestión: ¿Qué porcentaje de participación es legítimo? Hay que tener en cuenta, que una de las grandes críticas surgidas en determinadas elecciones es la poca participación, teniendo en consideración que se vota cada cuatro años. Una de las explicaciones a este hecho es clara: muchos ciudadanos no están interesados en la vida política. Si aplicamos este fenómeno a una democracia directa, en la cual cada poco tiempo hay asambleas, referéndums, entre otros mecanismos, buena parte de la población se desvinculará de tener una actitud política activa.

De este modo, teóricamente la democracia directa supone una mayor calidad democrática, o en otras palabras, un mayor poder por parte del pueblo. No obstante, si la participación disminuye progresivamente se pierde la noción de poder del pueblo, convirtiéndose en el poder de los pocos que realmente tienen vocación política.

Además, la democracia directa permite que cualquier persona, sin importar su formación académica, cultural, política, económica, entre otras, pueda decidir el destino de su país directamente con su voto. Y es que, los ciudadanos tendrían que decidir sobre temas de los cuales no son expertos. Es cierto, que un presidente no es experto sobre la totalidad de temas de la vida política, ni tampoco los miembros de un gobierno. No obstante, la diferencia es que ellos tienen a su disposición asesores o expertos sobre las diferentes materias.

Cabe destacar, que una posible refutación a esta idea mencionada sería la de proclamar que los ciudadanos pueden buscar información sobre cada tema que se tenga que debatir o votar. Sin embargo, volvemos a repetir que no todos los ciudadanos tienen vocación política, y en consecuencia, no es un coste de oportunidades que pretendan asumir. Por lo tanto, continuarían habiendo una multitud de individuos que participarían en procesos de votación directa partiendo desde un gran desconocimiento.

Por otro lado, la democracia representativa facilita el proceso de elaboración de una ley, ya que el trabajo en comisiones es complejo y de larga duración. Por este motivo, hay unos diputados que trabajan específicamente en este tipo de procesos. En cambio, desde la democracia directa se entraría en un caos profundo, ya que el principal problema sería la organización, teniendo en cuenta que para superar este obstáculo quizás se tendría que renunciar a parte de la filosofía de la democracia directa.

Finalmente, los diputados que trabajan en comisiones acaban especializándose en la naturaleza de su procedimiento, así como en los diferentes temas que se discuten. Sin embargo, no podemos convertir a todos los ciudadanos en especialistas de este tipo de dinámica.

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