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Nicolás Carrera señala que "como el mundo se ha olvidado del pueblo, nos traemos el mundo hasta aquí". Es uno de los poco más de cien habitantes que viven en la pedanía leonesa de Villar de los Barrios. El noventa por ciento de su población es mayor de ochenta años. Tan sólo hay cuatro niños. Dos de ellos hijos de Nicolás. Su propuesta ha generado expectación en un intento de hacer resurgir del olvido a su pueblo. Ha organizado el festival de arte y música Villar de los Mundos. Según los datos del Instituto Nacional de Estadísticas, en los últimos quince años han desaparecido aproximadamente 1000 pueblos en España. Otra de las propuestas del vecino de Villar de los Barrios es la edición de un libro con la participación de fotógrafos, pintores y vecinos.
Su conciencia revolucionaria les llevó a implicarse en la guerra de independencia italiana. Fue en en 1855, en Florencia, cuando estos jóvenes pintores decidieron adoptar otra visión de la realidad, rehusar de la academicista y proponer un rumbo artísitico diferenciador. El mecenas Diego Martinelli les apoyo en esta tentativa de resultados sorprendentes y rompedores. La brillantez de sus composiciones destila un uso realmente exquisito de cuanto desvela la atmósfera que trata. La pintura posee un encanto que magnetiza la mirada y la interroga. La realidad se nos muestra sin pretensiones, pero con aguda introspección nihilista que se equilibra con las manchas en ese ansia por encontar la definición del color y los claroscuros, luz y sombra.
La novedosa perspectiva, la modulación de los colores según la luz y la aguda penetración en el cuerpo social al que remitían constantemente, sin desmerecer las escenas intimistas, definen someramente una pintura embebida en la fijación de la realidad. Los precursores de lo que fue el impresionismo francés poseían un altísimo concepto de la involucración social del artista pero sin desvariar hacia un arte ideológico. Hay un apartamiento de lo esténtoreo y monumental sin, en cierta manera, dejar de serlo. Porque ese efecto es tratado con el aplomo pigmentado de conciencia artística. Es un principio transgresor en cuanto a que requiere de la naturalidad para experimentar sobre ella misma. Hay un fondo de desencanto que abruma e hipnotiza al espectador. Las pinturas cantan su soledad en el silencio de quien las contempla. Todo un prodigioso efecto tan real como la vida misma. En los tiempos que vivimos, la apreciación en el compromiso social y la estética pictórica, como lo fue en los Macchaioili, sería como maná caído del cielo. El arte nos salva del embrutecimiento y consagra al ser humano en la búsqueda de su identidad.
María Herreros es una ilustradora valenciana que termina de publicar ‘Un barbero en la guerra’ (Ed. Lumen), un trabajo que no resulta fácil de catalogar. No es un cómic. No es un libro ilustrado. Es otra cosa. Una hibridación, un cruce, una suma de. Al final las hibridaciones van a consolidarse como género. ‘Un barbero en la guerra’ cuenta la historia del abuelo de la propia María, Domingo Evangelio, un hombre que con diecinueve años hubo de incorporarse a la lucha.
La demencia, más allá de una simple pérdida de memoria asociada a la vejez, representa un complejo conjunto de trastornos que afecta a la vida de quienes la padecen y supone un camino repleto de dudas y obstáculos para familiares y amigos. Este libro proporciona una completa mirada sobre los diferentes tipos de demencias, más allá del conocido alzhéimer, y revela cómo afectan y se manifiestan en cada persona.
El intrepidísimo navegante solitario, boca abajo sobre una tabla que en absoluto es más que la tabla de una mesa, con brazos y piernas abiertos y extendidos y, sin rigor, usando estos miembros a modo de remos, surca la inmensidad del océano. Se divierte, hace ruidos con la boca, farfulla.
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