A día de hoy, hay en las programaciones de dos televisiones españolas dos teleseries argentinas que pelean por una palabra. El término que las define incluso en sus nombres (rebelde) se utiliza para enmarcar situaciones casi idénticas, localizadas ambas en colegios privados de prestigio. Los protagonistas, todos ellos, son rebeldes por el hecho de no seguir la moda que se les impone socialmente.
Es decir, todos ellos son rebeldes por no adherirse a la moda dominante y unirse, en cambio, a la moda no menos extendida de ir contra la moda. Efectivamente, incluso caminar contracorriente, dejar a un lado las convenciones sociales, incluso eso es una moda que funciona exactamente igual que la moda de vestirse con camisas de flores. ¿A qué se debe?
Prestemos atención a un fragmento de una de las canciones de aquellas teleseries de más arriba. Dice: ‘soy rebelde cuando no sigo a los demás’. De veras hay gente que piensa que no sigue a los demás cuando actúa, que son los primeros, los pioneros. Esta tendencia se puede observar en los adolescentes, dentro de un comportamiento que puede considerarse como relativamente común a la edad.
Pero, y esto me parece más preocupante, puede observarse -y muy claramente- en personas que dejaron atrás la adolescencia hace unos años, que han decidido alargar ésta hasta mañana.
No se puede ir en contra de toda la sociedad cuando una gran parte de ella piensa y afirma que va en contra de toda la sociedad. Se trata entonces de ir en contra de una parte más o menos grande del total, algo así como lo que hacen todas las otras modas: diferenciarse del resto por unas señas de identidad que les unen entre sí y les diferencian de los otros.
Y no es necesario el contacto físico entre los componentes de cada grupo. A este respecto Gabriel Tarde, contemporáneo de Durkheim, diferencia entre ‘multitud’ y ‘público’, siendo el primero un conjunto de personas físicamente unidas -una masa humana- cuya finalidad pocas veces está definida (es más, las ocasiones de mayor definición son aquéllas que vienen precedidas de un éxito anterior de público disperso). El público, en cambio, tiene la fuerza del fin común aunque sus individuos estén esparcidos por el espacio lo que, al mismo tiempo, permite que su número pueda llegar a ser mayor por la no-limitación de los espacios físicos. La multitud se encuentra caminando en el centro de Barcelona. El público lee el mismo diario cada día.
Ambas reuniones -multitud y público- dotan de fama al objeto de su unión. Pero la definición poco consistente del objeto de adoración de la multitud supone que pequeña es la fama que pueda aportar en comparación a la que pueda aportar el público. Es decir, si hay algo que realmente hace eficaz una moda, es la gente que la sigue.
No son pocas, es cierto, las personas que se etiquetan a sí mismas con la leyenda de ‘independiente’. No es menos cierto que hasta la música independiente tiene su sección en la FNAC.