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Los que no salimos a la calle a gritar somos más

Cada grupo que enarbola una pancarta y corea un eslogan, no percibo que se preocupe de otra cosa que no sean sus propios intereses
Francisco Rodríguez
lunes, 13 de mayo de 2013, 09:53 h (CET)
Me gustaría creer que las personas que se manifiestan, que protestan, que hacen huelgas, están movidos por el deseo de construir una sociedad mejor, más justa, más solidaria, respetuosa siempre del bien común y de los derechos de los demás, pero me temo que no es así.

Las imágenes que nos ofrecen los telediarios hablan de otra cosa. Cada grupo que enarbola una pancarta y corea un eslogan, no percibo que se preocupe de otra cosa que no sean sus propios intereses, que reclaman de malos modos, sin importarles lo más mínimo vulnerar de los derechos de los demás.

No hablemos de las bandas de revoltosos con los rostros tapados que se dedican al vandalismo, destrozando el mobiliario urbano, pintorreando las fachadas con sus horribles grafitis, quemando contenedores de basura, o apedreando y provocando a la policía, para acusarlos de represivos.

Minorías de agitadores, pertenecientes a los colectivos que han visto recortados sus sueldos o ampliada su jornada de presencia en el trabajo, aprovechan la protesta para imponer y difundir sus ideas desfasadamente revolucionarias. En el sector de la enseñanza, que tiene tan pocas cosas de enorgullecerse, hay quienes manipulan descaradamente a los alumnos y a sus padres. En lugar de educar para la libertad, la responsabilidad, el esfuerzo y el mérito, buscan secuaces ideológicos.

En la sanidad hay CCAA en las que se protesta por medidas que hace tiempo se pusieron en marcha con éxito en otras CCAA, pero se alimenta el descontento, no en beneficio de los pacientes, sino contra el gobierno.

Las huelgas en los medios de transporte o la ocupación de los espacios públicos me parecen acciones radicalmente vituperables por la agresión que reciben los demás ciudadanos.

Si escuchamos a los políticos, todos parecen estar muy interesados en el bienestar de los ciudadanos e hilvanan discursos bastante vacíos, como si a fuerza de palabras pudieran añadir un codo a su estatura. Alguien dijo que un estadista actúa pensando en las próximas generaciones, el que no lo es actúa pensando en las próximas elecciones.

Quisiera creer que hablan movidos por conseguir el bien común, pero se les nota que están pensando en las próximas elecciones. Quisiera creer que dicen la verdad, pero es “su verdad” lo que airean, no una verdad que pueda ser compartida por todos y en la que asentar de forma justa nuestra convivencia.

Todas las movilizaciones se cuantifican por el número de seguidores. Nunca hay coincidencia entre lo que dicen los organizadores y la policía, pero es igual: por muchos que salgan a la calle con camisetas de colores, pitos y pancartas, los que no vamos a tales algaradas somos más, muchos más.

Tampoco debemos olvidar que las cosas no son verdad o mentira, justas o injustas, porque lo diga la mayoría. Los acuerdos por mayoría sirven para decidir en senados, parlamentos, comunidades de propietarios o juntas de accionistas, sin que garanticen nunca que sea lo mejor para todos.

De los líderes ocasionales que se creen algo por armar ruido, salir en la tele y agitar las redes sociales, ya habrá lugar de comentar, como de los bancos y las destrozadas cajas de ahorro y sus obras sociales. Francisco Rodríguez Barragán

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