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Aquellos que se burlan de los muertos son unos miserables

De muertes y mofas

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La semana pasada murió Margaret Thatcher. Hace mes y medio fue el turno de Hugo Chávez. Ambos fueron en vida personajes controvertidos, venerados y odiados a partes iguales. Suele ocurrir con los gobernantes que no titubean a la hora de llevar a la práctica su ideología, sobre todo cuando ésta resulta tan nítidamente definida que se acerca a su extremo.

La Dama de Hierro falleció a la provecta edad de 87 años, mientras que el Gorila Rojo se fue prematuramente a los 58. Pero la principal disparidad entre ambas muertes no estriba en la diferencia de edad con que se produjeron sino en la muy distinta reacción que causaron en sus respectivos pueblos.

Cuando el líder bolivariano falleció, una multitud de venezolanos tomó las calles de Caracas, quedando éstas convertidas en kilométricos regueros de lágrimas rojas. El fervor popular, particularmente exaltado cuando hablamos de aquellas latitudes, se manifestó durante varias jornadas. Nadie en aquellos días osó mancillar la memoria del presidente recién fallecido.

Algo muy distinto ha acontecido en Inglaterra tras conocerse la noticia de la muerte de Thatcher. El mismo día de su fallecimiento centenares de ciudadanos británicos se reunieron en las plazas de sus ciudades para celebrar la muerte de la antigua mandataria. A las botellas de champán se unieron pancartas y gritos que hacían mofa y burla del personaje desaparecido. Incluso se oyeron voces de personas influyentes, especialmente surgidas del mundo de la cultura y el espectáculo, despotricando de la difunta líder.

A la vista de los acontecimientos podría parecer que una inmensa mayoría de la cálida población de Venezuela adoraba a su presidente, mientras que en la fría y lluviosa Inglaterra no quedaba ni una pizca de admiración por la que fuera su gobernante durante toda una década. Nada más lejos de la realidad. Sabemos que Venezuela ha sido los últimos quince años un país profundamente dividido entre los partidarios y los detractores de Chávez, tal y como ha quedado patente en el resultado de estos últimos comicios. Y también sabemos que Thatcher ganó tres elecciones consecutivas en el Reino Unido, logro para el que se hace imprescindible tener un notable y sostenido apoyo ciudadano.

El motivo por el que en Caracas sólo se oyeron alabanzas al líder desaparecido mientras que en Londres lo que más sonó fueron las carcajadas de los enemigos de la antigua "premier" es una incógnita. Podríamos pensar que los venezolanos son más respetuosos con la muerte de sus semejantes que los ingleses. O que la derecha es más civilizada que la izquierda a la hora de actuar ante el fallecimiento de un oponente político. Pero no creo que se trate ni de una cosa ni de la otra. Quizá la respuesta esté en la diferencia existente entre el régimen semimilitar que padece un país y el centenario sistema de libertades que disfruta el otro.

No obstante, el rostro de parte de la ciudadanía inglesa que estos días hemos podido ver, gracias precisamente a ese sistema de libertades al que acabo de aludir, es un rostro muy poco aseado, incluso monstruoso. Celebrar a mandíbula batiente y a plena luz del día la muerte de un semejante siempre es un acto de cobardía y miseria moral. Ver esas imágenes festivas con el cuerpo de la difunta todavía caliente me provoca un profundo asco. Lo mismo me ocurrió al ver a aquellos paisanos libios fotografiándose risueños junto al cadáver de Gadafi. Puedo entender a quienes dieron muerte al tirano, pero jamás entenderé a quienes posaron descoyuntados de la risa junto a su cuerpo inerte.

De muertes y mofas

Aquellos que se burlan de los muertos son unos miserables
Carlos Salas González
martes, 16 de abril de 2013, 08:15 h (CET)
La semana pasada murió Margaret Thatcher. Hace mes y medio fue el turno de Hugo Chávez. Ambos fueron en vida personajes controvertidos, venerados y odiados a partes iguales. Suele ocurrir con los gobernantes que no titubean a la hora de llevar a la práctica su ideología, sobre todo cuando ésta resulta tan nítidamente definida que se acerca a su extremo.

La Dama de Hierro falleció a la provecta edad de 87 años, mientras que el Gorila Rojo se fue prematuramente a los 58. Pero la principal disparidad entre ambas muertes no estriba en la diferencia de edad con que se produjeron sino en la muy distinta reacción que causaron en sus respectivos pueblos.

Cuando el líder bolivariano falleció, una multitud de venezolanos tomó las calles de Caracas, quedando éstas convertidas en kilométricos regueros de lágrimas rojas. El fervor popular, particularmente exaltado cuando hablamos de aquellas latitudes, se manifestó durante varias jornadas. Nadie en aquellos días osó mancillar la memoria del presidente recién fallecido.

Algo muy distinto ha acontecido en Inglaterra tras conocerse la noticia de la muerte de Thatcher. El mismo día de su fallecimiento centenares de ciudadanos británicos se reunieron en las plazas de sus ciudades para celebrar la muerte de la antigua mandataria. A las botellas de champán se unieron pancartas y gritos que hacían mofa y burla del personaje desaparecido. Incluso se oyeron voces de personas influyentes, especialmente surgidas del mundo de la cultura y el espectáculo, despotricando de la difunta líder.

A la vista de los acontecimientos podría parecer que una inmensa mayoría de la cálida población de Venezuela adoraba a su presidente, mientras que en la fría y lluviosa Inglaterra no quedaba ni una pizca de admiración por la que fuera su gobernante durante toda una década. Nada más lejos de la realidad. Sabemos que Venezuela ha sido los últimos quince años un país profundamente dividido entre los partidarios y los detractores de Chávez, tal y como ha quedado patente en el resultado de estos últimos comicios. Y también sabemos que Thatcher ganó tres elecciones consecutivas en el Reino Unido, logro para el que se hace imprescindible tener un notable y sostenido apoyo ciudadano.

El motivo por el que en Caracas sólo se oyeron alabanzas al líder desaparecido mientras que en Londres lo que más sonó fueron las carcajadas de los enemigos de la antigua "premier" es una incógnita. Podríamos pensar que los venezolanos son más respetuosos con la muerte de sus semejantes que los ingleses. O que la derecha es más civilizada que la izquierda a la hora de actuar ante el fallecimiento de un oponente político. Pero no creo que se trate ni de una cosa ni de la otra. Quizá la respuesta esté en la diferencia existente entre el régimen semimilitar que padece un país y el centenario sistema de libertades que disfruta el otro.

No obstante, el rostro de parte de la ciudadanía inglesa que estos días hemos podido ver, gracias precisamente a ese sistema de libertades al que acabo de aludir, es un rostro muy poco aseado, incluso monstruoso. Celebrar a mandíbula batiente y a plena luz del día la muerte de un semejante siempre es un acto de cobardía y miseria moral. Ver esas imágenes festivas con el cuerpo de la difunta todavía caliente me provoca un profundo asco. Lo mismo me ocurrió al ver a aquellos paisanos libios fotografiándose risueños junto al cadáver de Gadafi. Puedo entender a quienes dieron muerte al tirano, pero jamás entenderé a quienes posaron descoyuntados de la risa junto a su cuerpo inerte.

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