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Hacerse valer y valorarse más

“Creo que nos falta ambición por sentirnos humanidad.”
Víctor Corcoba
jueves, 25 de julio de 2019, 07:27 h (CET)

Un problema que me preocupa mucho, es la falta de interés generacional por hacer familia, por generar vínculos que nos armonicen, pues el reencuentro de uno mismo con los demás, desde la propia identidad de cada cual, nos ayuda a levantarnos y a reconducir la relación entre análogos, a través del diálogo y la escucha. Desde luego, sí importante es que los líderes empresariales tomen medidas que ayuden a enfrentar la emergencia climática, también es vital que otros dirigentes, ya sean sindicales (dimensión social) o religiosos (dimensión espiritual), contribuyan a generar espacios de concordia en un mundo tan diverso, lo que requiere de la confluencia de todos sus moradores. Sea como fuere, nuestro prójimo ha de estar siempre próximo a nuestros andares. Realmente este es un valor humanístico que está ahí, dirigido a todo el linaje y que debe influir positivamente en nuestro diario de vida, tanto privada como pública. Al fin y al cabo, el porvenir es nuestro a poco que lo cultivemos en la unidad, el respeto y la consideración fraterna.

Precisamente, son estos esfuerzos pacientes y persistentes, los que nos ayudan a superar la división y cualquier confrontación que pueda surgir. El que veintiocho grandes firmas, con una capitalización de mercado total de 1,3 billones de dólares, hayan respondido conjuntamente a un llamamiento para que fijen objetivos ambiciosos antes de la celebración de la Cumbre sobre la Acción Climática, contribuye a esperanzarnos. Lo cierto es que resulta verdaderamente estimulante ver a tantas compañías y marcas diversas elevar con valentía sus objetivos. Sin duda, pienso que la especie humana tiene que hacerse valer más y aprender a valorarse. A mí, personalmente, siempre me ha parecido que a un semejante solo le puede salvar otro análogo. Aparte del pan de cada día, también necesitamos tener un hombro al menos, en el que apoyarnos cada amanecer, para no morir en la desesperación. De ahí la importancia de ser solidarios con los sufrimientos y anhelos de la gente, muchas veces amedrentados por nuestras propias miserias humanas, que nos impiden ser justos para activar esa reconciliación humana, tan necesaria como sublime.

Por desgracia, la humanidad no va en el camino correcto de actuar, a manera de fermento en la masa, para construir horizontes que nos fraternicen. Quizás tengamos que universalizar el cuestionarse cada cual consigo mismo, sobre todo a la hora de donarse, de administrar el poder y de procurar el bienestar colectivo, según un orden que refleje equidad y dicha. En efecto, ya es hora de que todos los seres humanos, habiten en el lugar que habiten, dejen a un lado el avasallamiento entre gremios, activando la gran revolución moral de organizarse en el amor, y no por la fuerza, ni por el interés egoísta y explotador. Lo esencial es que la cultura del abrazo sea auténtica y se active la conciliación entre los mil entusiasmos diversos. A veces uno también se pregunta, ¿para qué nos sirve progresar hacia un dominio cada vez mayor del mundo, si luego somos incapaces de alcanzar el objetivo de eliminar el sida como una amenaza de salud pública en 2030? Tal vez debamos repensar la respuesta a la epidemia, máxime cuando las nuevas infecciones de VIH registraron un aumento del 29% en Europa del Este y Asia Central, del 10% en Oriente Medio y África del Norte y del 7% en América Latina; lo que nos indica la falta de compromiso global que, en ocasiones, no pasa de las palabras, cuando se nos requieren acciones concretas.

En consecuencia, creo que nos falta ambición por sentirnos humanidad. Si la paz es la idea que dirige nuestro avance, el espíritu solidario es el símbolo que nos identifica en ese valor social, que nos hace un único corazón humanitario. Dicho lo cual, hemos de esforzarnos por asumir una actitud de entrega, sobre todo hacia aquellos que sufren discriminaciones y persecuciones, en virtud de esa dignidad que todos nos merecemos. No olvidemos que la centralidad de todo ha de radicar en el ser humano, jamás en los ídolos del dinero y del poder. Teniendo claro este empeño, seguramente tendremos una visión más ética de todas nuestras actividades y de las propias relaciones humanas. Lo importante, entonces, no radica tanto en la invención que podamos ofrecer al mundo, sino en nuestra capacidad de auxilio hacia nuestros equivalentes. Justo ahora se nos dice que América latina avanza lentamente en el terreno de la innovación; sin embargo, hay una nueva iniciativa solidaria de crear gobiernos locales más competentes y eficaces para ayudar a las comunidades rezagadas, acción que a mi juicio merece el mayor de los aplausos. Hay tantos territorios olvidados, que bien vale la pena esforzarse, repensar sobre este espíritu solidario, que va más allá de una mera asistencia limosnera, en la medida que nos compromete a todos a luchar por ese empleo que nos realice y dignifique. Sin duda, la peor de las pobrezas no está en mendigar, puesto que a todo se acostumbra uno, sino en el encontrarse con las puertas todas cerradas, sin poder ganarse el pan, excluido del sistema, y encima triturado socialmente con la indiferencia. Esto sí que es penar. 

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