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Se quejan del éxodo de los campesinos hacia las grandes urbes y, en las grandes ciudades sobreocupadas, se fomenta la creación de vivienda pública para atraer la inmigración ¿por qué?

​¿Repoblaremos el campo fomentando el reclamo de las grandes urbes?

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El urbanita siempre ha sido más manejable, desde el punto de vista de los partidos políticos, por estar agrupado dentro de las grandes ciudades. Recordemos la proclamación manipulada de la República, la II República en el l4 de abril del año 1931, precisamente utilizando el truco de dar por buenos los resultados de las votaciones en las grandes capitales del Estado español, favorable a la supresión de la monarquía presidida por Alfonso XIII que, con toda seguridad, mal aconsejado por su gabinete de asesores, decidió renunciar y tomar camino del exilio hacia Italia; cuando, de haberse quedado y aguantado los primeros embates de los republicanos, hubiera podido comprobar que las elecciones, precisamente debido al voto campesino, las había vuelo a ganar la monarquía. Dimitió y el mal ya estaba hecho y sin remedio. De ahí que, en todos los partidos de las izquierdas exista un empeño especial en mimar el voto ciudadano y, como consecuencia de esta apetencia, siempre ha tenido un especial interés en trasladar de la periferia y desde las ciudades del campo al mayor número de migrantes para asegurarse con ellos, ya dentro de sus círculos de influencia y bajo el influjo de sus propaganda proselitista entre las clases menos favorecidas, una buena cantidad de votos en el momento de las elecciones, tanto locales como legislativas.

Ahora, en plena campaña electoral, se ha producido un nuevo fenómeno social. El campo, o lo que queda de aquellos pueblos de labradores, precisamente por la continua sangría ocasionada por aquella juventud que no ha encontrado trabajo que la satisficiera o por el atractivo que siempre han tenido las grandes capitales para jóvenes ansiosos de aventura, de conocer cosas nuevas y convencidos de que irse a buscar trabajo a una gran ciudad, siempre era más fácil, más rentable y enriquecedor que quedarse vegetando en sus lugares de origen, donde no había nada que pudiera retenerlos; se ha rebelado, se ha negado a ser considerado como un lugar abandonado por los políticos que, precisamente por lo reducidos que han ido quedando los núcleos de población en los pueblos rurales, consideran que no vale la pena gastarse el dinero público en escuelas, hospitales, ambulatorios, transportes, infraestructuras, ferrocarriles etc. La reciente y multitudinaria manifestación del sector agrario que tuvo lugar en Madrid, precisamente en pleno periodo electoral, no por lo que pueda haber significado en cuanto a tocar la fibra sensible de los miembros de los distintos partidos que intentan conseguir la mayoría en las próximas legislaturas del 28 de Abril, algo que, en otra época del año que no fuera el periodo pre-electoral, los hubiera dejado indiferentes; sino, más bien, por lo que los partidos en liza puedan pensar que les pudiera beneficiar el tomar la bandera de la repoblación agraria, en cuanto al número de votos que puedan conseguir en las pequeñas ciudades a las que puedan ir a votar toda esta masa desperdigada de votantes. Algo que no es pecata minuta si se tiene en cuenta la influencia del sistema D’Hondt tiene en los casos en los que, en dichos lugares, la dispersión del voto puede llegar a tener para los partidos aspirantes a ganar. Y eso la saben el PSOE, el PP, Ciudadanos, Podemos y, ahora, los señores de VOX.

Es obvio que, para parar el éxodo desde los pueblos en los que no hay trabajo, que no existen infraestructuras para atender las necesidades de sus pobladores y unas mínimas condiciones que les garanticen una vida digna, el simple anuncio de que se ha de fomentar que nadie abandone su localidad de origen, va a tener poca influencia en las decisiones de aquellos que han decidido que es mejor “jugársela” emigrando a las capitales que la simple llamada de las autoridades para que se queden y esperen a que el Estado les solucione sus problemas. Sentada esta base, parece que no hay más que dos soluciones que, por cierto, no parece que se excluyan mutuamente, sino que debieran ser complementarias. La primera y muy razonable, intentar convertir aquellos lugares despoblados en nuevos espacios en los que dar facilidades para que se instalen empresas, algo que requeriría mejorar las infraestructuras para la instalación de las nuevas industrias, la mejora de las comunicaciones (ferrocarriles y carreteras donde no los hubiere), garantizar la asistencia sanitaria cercana para sus pobladores y crear unas condiciones sociales que permitieran que la vida en dichas localidades no se convirtieran en un enclaustramiento monacal para los jóvenes que decidieran mudarse a ellas. Una labor de los consistorios respectivos que, naturalmente, necesitaría de la colaboración, especialmente económica, del Estado. Y nos preguntamos ¿Está España, en estos momentos de sus posibilidades económicas, en condiciones de acometer una tarea de esta magnitud que requeriría, sin lugar a duda, crear unos fondos importantes de los que se pudieran detraer los correspondientes préstamos a largo plazo para facilitar, a cada una de las respectivas localizaciones, los medios suficientes para poner en marcha sus respectivos planes de reformas? Es evidente que el señor Pedro Sánchez nos diría, sin titubear, que sí, si se lo preguntáramos mañana; lo que sería más problemática sería saber cuál sería su contestación si la misma pregunta se la hicieran al día siguiente de los comicios, si es que, como parece, consiguiera la mayoría para gobernar.

No obstante, y aquí es donde yo pondría el acento, existe el problema de la superpoblación en las grandes capitales del país. Faltan viviendas, en general, para cubrir la demanda que la masificación exige para poder facilitar alojamiento a todos los que, de una forma u otra, se ganan la vida y, naturalmente, para todos aquellos familiares con los que conviven. A cambio, como sucede en Barcelona y Madrid, debido a las especiales circunstancias de sus actuales equipos municipales, dominados por partidos de izquierdas y, en el de Barcelona, por raro que pueda parecer, con una alcaldesa antisistema que va por libre, se salta las leyes y está empeñada en convertir a la fulgurante Barcelona de hace unos años, en el lugar en el que recalen todos los personajes atrabiliarios que son capaces de crear toda esta turba de progresistas, vividores, drogatas, inconformistas y anticapitalistas que han formado parte del entorno en el que ella misma, la alcaldesa, se crio y del que, sólo aparentemente, se apartó cuando consiguió ( todavía no somos capaces de entender por qué lo consiguió) llegar a alcaldesa de Barcelona. Sin embargo, este partido que pretende gobernarnos en coalición con los señores de Podemos, que ya se le han ofrecido al señor Sánchez antes de que se culmine su anunciada debacle electoral, el PSOE, representado por su franquicia catalana, PSC, del señor Iceta, no le han hecho ascos a irle apoyando cuando les ha convenido, aunque ello supusiera pisar un terreno lo suficientemente peligroso como para quedar, varias veces, embarrados (¿No señor Colboni?) en los desaguisados cometidos por la señora Colau.

El empeño, de la señora Ada Colau, en convertir Barcelona en un refugio de cualesquiera que quieran vivir en la ciudad catalana, su empeño en coartar las libertades de los constructores obligándoles a pagar un peaje exigiéndoles construir un 30% de viviendas sociales para acoger a más solicitantes de alojamiento por cada proyecto de construcción de viviendas libres que decidan hacer; su pertinaz idea de incordiar a los propietarios de viviendas desocupadas, amenazándoles con más impuestos, sanciones, recargos y demás ocurrencias en el caso de que no estén dispuestos a alquilar dichas viviendas etc.; indica, señores, la intención manifiesta de convertir Barcelona, ella lo ha dicho en muchas ocasiones, en una ciudad refugio para inmigrantes, desocupados, okupas, manteros y demás “ciudadanos” que, por mucho que su gobierno intente disimularlo, no persigue otra cosa que conseguir una mayoría de votantes que le permita mantenerse en un puesto, el de alcaldesa, que ella misma se ha encargado de desprestigiar desde que se ocupa de administrar la ciudad de Barcelona. Y por si no bastara lo dicho ya ha recibido, por su forma absurda de conducir los temas municipales, la friolera de 8 recusaciones por parte del resto de ediles del consistorio.


Esta situación, este empeño en sobredimensionar la población de una ciudad, que ya padece los problemas de exceso de contaminación urbana, en la que la circulación se hace imposible, donde el espacio para construir está prácticamente agotado (está encerrada entre montañas) y en la que, las empresas industriales han ido sacando de ella todas sus fábricas, que antes formaban parte importante del panorama urbano de la ciudad; cuando hoy en día son las oficinas, los establecimientos de comercio, las grandes superficies, los hoteles, restaurantes y todos aquellos servicios más propios de una ciudad turística que de un centro industrial como fue, en realidad, hace muchos años. Un intento más de convertir Barcelona en una ciudad solamente atractiva para aquellos que, desde la lejanía de su localidad campestre sólo ven las ventajas pero que , una vez en la ciudad, se encuentran con problemas que, en muchas ocasiones, como está sucediendo con la inmigración, se convierten en graves cuando las necesidades, la falta de trabajo o el desarraigo y la desesperación, convierte a estos nuevos huéspedes de la ciudad en víctimas de las circunstancias convirtiéndoles en ladrones, atracadores, violadores o parte de este lumpen que vaga disperso por las calles, convertidos en mendicantes o delincuentes.

¿No existe una verdadera contradicción entre este afán de convertir a Barcelona, una de las principales urbes de toda Europa, considerada uno de los lugares más maravillosos para visitar, en un lugar donde los únicos que se pueden sentir a gusto viviendo en ella o visitándola son aquellos que viven fuera de la ley y que se pueden fácilmente lucrarse ejerciendo su profesión de carterista a costa de los turistas o de las personas honradas que ya no saben lo que hacer para poder vivir en la tranquilidad? El número de delitos cometidos por semejante calaña de sujetos en el primer trimestre de este año 2019, según datos de la policía, se estima en 81.000 en la ciudad de Barcelona, una cifra suficiente para espantar a cualquier persona que quisiera visitarla.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión, por supuesto de simple testigo de lo que ve, de que si se quiere fomentar la vida en el campo no estaría de más que se restringiera la súperocupación vida en las grandes urbes lo que, a la vez, redundaría en que los servicios de transporte público fueran más fluidos, los coches particulares no tuvieran que ser proscritos de las calles, lo que redundaría en beneficio de las fábricas de automóviles y no fuera tan necesario crear dificultades innecesarias estableciendo absurdas zonas peatonales sin tener en cuenta sus repercusiones en los comercios afectados por tales medidas, ni soliviantar a los propietarios de viviendas con amenazas y coartando sus libertad de acción cuando, esta absurda obsesión de ir acogiendo a quien quiera venir a vivir en la ciudad , con trabajo o sin él, obligue al consistorio a tener que construir viviendas tipo colmenas para alojar en ellas a personas que no aportan a la ciudad ningún beneficio, más que el dudoso de convertir un barrio bien valorado en un lugar donde la gente normal no quiera ir a vivir. Y así es como, con el tiempo y la ayuda de semejantes gobernantes, una gran ciudad que, en todos los órdenes, era reconocida mundialmente, corre el evidente peligro de irse convirtiendo en una decadente urbe en la que nadie desearía vivir, salvo, naturalmente, aquellas gentes que se encontraran a gusto entre personas como vendedores de droga, manteros, atracadores y demás indeseables como ellos. 

​¿Repoblaremos el campo fomentando el reclamo de las grandes urbes?

Se quejan del éxodo de los campesinos hacia las grandes urbes y, en las grandes ciudades sobreocupadas, se fomenta la creación de vivienda pública para atraer la inmigración ¿por qué?
Miguel Massanet
miércoles, 3 de abril de 2019, 13:06 h (CET)

El urbanita siempre ha sido más manejable, desde el punto de vista de los partidos políticos, por estar agrupado dentro de las grandes ciudades. Recordemos la proclamación manipulada de la República, la II República en el l4 de abril del año 1931, precisamente utilizando el truco de dar por buenos los resultados de las votaciones en las grandes capitales del Estado español, favorable a la supresión de la monarquía presidida por Alfonso XIII que, con toda seguridad, mal aconsejado por su gabinete de asesores, decidió renunciar y tomar camino del exilio hacia Italia; cuando, de haberse quedado y aguantado los primeros embates de los republicanos, hubiera podido comprobar que las elecciones, precisamente debido al voto campesino, las había vuelo a ganar la monarquía. Dimitió y el mal ya estaba hecho y sin remedio. De ahí que, en todos los partidos de las izquierdas exista un empeño especial en mimar el voto ciudadano y, como consecuencia de esta apetencia, siempre ha tenido un especial interés en trasladar de la periferia y desde las ciudades del campo al mayor número de migrantes para asegurarse con ellos, ya dentro de sus círculos de influencia y bajo el influjo de sus propaganda proselitista entre las clases menos favorecidas, una buena cantidad de votos en el momento de las elecciones, tanto locales como legislativas.

Ahora, en plena campaña electoral, se ha producido un nuevo fenómeno social. El campo, o lo que queda de aquellos pueblos de labradores, precisamente por la continua sangría ocasionada por aquella juventud que no ha encontrado trabajo que la satisficiera o por el atractivo que siempre han tenido las grandes capitales para jóvenes ansiosos de aventura, de conocer cosas nuevas y convencidos de que irse a buscar trabajo a una gran ciudad, siempre era más fácil, más rentable y enriquecedor que quedarse vegetando en sus lugares de origen, donde no había nada que pudiera retenerlos; se ha rebelado, se ha negado a ser considerado como un lugar abandonado por los políticos que, precisamente por lo reducidos que han ido quedando los núcleos de población en los pueblos rurales, consideran que no vale la pena gastarse el dinero público en escuelas, hospitales, ambulatorios, transportes, infraestructuras, ferrocarriles etc. La reciente y multitudinaria manifestación del sector agrario que tuvo lugar en Madrid, precisamente en pleno periodo electoral, no por lo que pueda haber significado en cuanto a tocar la fibra sensible de los miembros de los distintos partidos que intentan conseguir la mayoría en las próximas legislaturas del 28 de Abril, algo que, en otra época del año que no fuera el periodo pre-electoral, los hubiera dejado indiferentes; sino, más bien, por lo que los partidos en liza puedan pensar que les pudiera beneficiar el tomar la bandera de la repoblación agraria, en cuanto al número de votos que puedan conseguir en las pequeñas ciudades a las que puedan ir a votar toda esta masa desperdigada de votantes. Algo que no es pecata minuta si se tiene en cuenta la influencia del sistema D’Hondt tiene en los casos en los que, en dichos lugares, la dispersión del voto puede llegar a tener para los partidos aspirantes a ganar. Y eso la saben el PSOE, el PP, Ciudadanos, Podemos y, ahora, los señores de VOX.

Es obvio que, para parar el éxodo desde los pueblos en los que no hay trabajo, que no existen infraestructuras para atender las necesidades de sus pobladores y unas mínimas condiciones que les garanticen una vida digna, el simple anuncio de que se ha de fomentar que nadie abandone su localidad de origen, va a tener poca influencia en las decisiones de aquellos que han decidido que es mejor “jugársela” emigrando a las capitales que la simple llamada de las autoridades para que se queden y esperen a que el Estado les solucione sus problemas. Sentada esta base, parece que no hay más que dos soluciones que, por cierto, no parece que se excluyan mutuamente, sino que debieran ser complementarias. La primera y muy razonable, intentar convertir aquellos lugares despoblados en nuevos espacios en los que dar facilidades para que se instalen empresas, algo que requeriría mejorar las infraestructuras para la instalación de las nuevas industrias, la mejora de las comunicaciones (ferrocarriles y carreteras donde no los hubiere), garantizar la asistencia sanitaria cercana para sus pobladores y crear unas condiciones sociales que permitieran que la vida en dichas localidades no se convirtieran en un enclaustramiento monacal para los jóvenes que decidieran mudarse a ellas. Una labor de los consistorios respectivos que, naturalmente, necesitaría de la colaboración, especialmente económica, del Estado. Y nos preguntamos ¿Está España, en estos momentos de sus posibilidades económicas, en condiciones de acometer una tarea de esta magnitud que requeriría, sin lugar a duda, crear unos fondos importantes de los que se pudieran detraer los correspondientes préstamos a largo plazo para facilitar, a cada una de las respectivas localizaciones, los medios suficientes para poner en marcha sus respectivos planes de reformas? Es evidente que el señor Pedro Sánchez nos diría, sin titubear, que sí, si se lo preguntáramos mañana; lo que sería más problemática sería saber cuál sería su contestación si la misma pregunta se la hicieran al día siguiente de los comicios, si es que, como parece, consiguiera la mayoría para gobernar.

No obstante, y aquí es donde yo pondría el acento, existe el problema de la superpoblación en las grandes capitales del país. Faltan viviendas, en general, para cubrir la demanda que la masificación exige para poder facilitar alojamiento a todos los que, de una forma u otra, se ganan la vida y, naturalmente, para todos aquellos familiares con los que conviven. A cambio, como sucede en Barcelona y Madrid, debido a las especiales circunstancias de sus actuales equipos municipales, dominados por partidos de izquierdas y, en el de Barcelona, por raro que pueda parecer, con una alcaldesa antisistema que va por libre, se salta las leyes y está empeñada en convertir a la fulgurante Barcelona de hace unos años, en el lugar en el que recalen todos los personajes atrabiliarios que son capaces de crear toda esta turba de progresistas, vividores, drogatas, inconformistas y anticapitalistas que han formado parte del entorno en el que ella misma, la alcaldesa, se crio y del que, sólo aparentemente, se apartó cuando consiguió ( todavía no somos capaces de entender por qué lo consiguió) llegar a alcaldesa de Barcelona. Sin embargo, este partido que pretende gobernarnos en coalición con los señores de Podemos, que ya se le han ofrecido al señor Sánchez antes de que se culmine su anunciada debacle electoral, el PSOE, representado por su franquicia catalana, PSC, del señor Iceta, no le han hecho ascos a irle apoyando cuando les ha convenido, aunque ello supusiera pisar un terreno lo suficientemente peligroso como para quedar, varias veces, embarrados (¿No señor Colboni?) en los desaguisados cometidos por la señora Colau.

El empeño, de la señora Ada Colau, en convertir Barcelona en un refugio de cualesquiera que quieran vivir en la ciudad catalana, su empeño en coartar las libertades de los constructores obligándoles a pagar un peaje exigiéndoles construir un 30% de viviendas sociales para acoger a más solicitantes de alojamiento por cada proyecto de construcción de viviendas libres que decidan hacer; su pertinaz idea de incordiar a los propietarios de viviendas desocupadas, amenazándoles con más impuestos, sanciones, recargos y demás ocurrencias en el caso de que no estén dispuestos a alquilar dichas viviendas etc.; indica, señores, la intención manifiesta de convertir Barcelona, ella lo ha dicho en muchas ocasiones, en una ciudad refugio para inmigrantes, desocupados, okupas, manteros y demás “ciudadanos” que, por mucho que su gobierno intente disimularlo, no persigue otra cosa que conseguir una mayoría de votantes que le permita mantenerse en un puesto, el de alcaldesa, que ella misma se ha encargado de desprestigiar desde que se ocupa de administrar la ciudad de Barcelona. Y por si no bastara lo dicho ya ha recibido, por su forma absurda de conducir los temas municipales, la friolera de 8 recusaciones por parte del resto de ediles del consistorio.


Esta situación, este empeño en sobredimensionar la población de una ciudad, que ya padece los problemas de exceso de contaminación urbana, en la que la circulación se hace imposible, donde el espacio para construir está prácticamente agotado (está encerrada entre montañas) y en la que, las empresas industriales han ido sacando de ella todas sus fábricas, que antes formaban parte importante del panorama urbano de la ciudad; cuando hoy en día son las oficinas, los establecimientos de comercio, las grandes superficies, los hoteles, restaurantes y todos aquellos servicios más propios de una ciudad turística que de un centro industrial como fue, en realidad, hace muchos años. Un intento más de convertir Barcelona en una ciudad solamente atractiva para aquellos que, desde la lejanía de su localidad campestre sólo ven las ventajas pero que , una vez en la ciudad, se encuentran con problemas que, en muchas ocasiones, como está sucediendo con la inmigración, se convierten en graves cuando las necesidades, la falta de trabajo o el desarraigo y la desesperación, convierte a estos nuevos huéspedes de la ciudad en víctimas de las circunstancias convirtiéndoles en ladrones, atracadores, violadores o parte de este lumpen que vaga disperso por las calles, convertidos en mendicantes o delincuentes.

¿No existe una verdadera contradicción entre este afán de convertir a Barcelona, una de las principales urbes de toda Europa, considerada uno de los lugares más maravillosos para visitar, en un lugar donde los únicos que se pueden sentir a gusto viviendo en ella o visitándola son aquellos que viven fuera de la ley y que se pueden fácilmente lucrarse ejerciendo su profesión de carterista a costa de los turistas o de las personas honradas que ya no saben lo que hacer para poder vivir en la tranquilidad? El número de delitos cometidos por semejante calaña de sujetos en el primer trimestre de este año 2019, según datos de la policía, se estima en 81.000 en la ciudad de Barcelona, una cifra suficiente para espantar a cualquier persona que quisiera visitarla.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión, por supuesto de simple testigo de lo que ve, de que si se quiere fomentar la vida en el campo no estaría de más que se restringiera la súperocupación vida en las grandes urbes lo que, a la vez, redundaría en que los servicios de transporte público fueran más fluidos, los coches particulares no tuvieran que ser proscritos de las calles, lo que redundaría en beneficio de las fábricas de automóviles y no fuera tan necesario crear dificultades innecesarias estableciendo absurdas zonas peatonales sin tener en cuenta sus repercusiones en los comercios afectados por tales medidas, ni soliviantar a los propietarios de viviendas con amenazas y coartando sus libertad de acción cuando, esta absurda obsesión de ir acogiendo a quien quiera venir a vivir en la ciudad , con trabajo o sin él, obligue al consistorio a tener que construir viviendas tipo colmenas para alojar en ellas a personas que no aportan a la ciudad ningún beneficio, más que el dudoso de convertir un barrio bien valorado en un lugar donde la gente normal no quiera ir a vivir. Y así es como, con el tiempo y la ayuda de semejantes gobernantes, una gran ciudad que, en todos los órdenes, era reconocida mundialmente, corre el evidente peligro de irse convirtiendo en una decadente urbe en la que nadie desearía vivir, salvo, naturalmente, aquellas gentes que se encontraran a gusto entre personas como vendedores de droga, manteros, atracadores y demás indeseables como ellos. 

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