Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Venezuela | Política | Nicolás Maduro
​Venezuela necesita instituciones democráticas junto a una gestión inteligente del petróleo para desarrollarse

Hacia las profundidades de Venezuela

|

Hace tiempo que las noticias acerca de Venezuela circulan por los medios de comunicación del mundo al mismo ritmo que los millones de venezolanos dejan el país. Antes era la confluencia de crudo e injerencia la que partía de la República Bolivariana.

La crisis económica, política y social se ha derramado hasta ser un asunto global que se vuelve un conflicto subsidiario. Cada actor va dejando claro las cartas que utilizará, pero, más allá del amontonamiento de intereses internos y externos, en algún momento el caos actual que se vive en el país caribeño deberá ser tratado desde su raíz.


Cipriano Castro, Carlos Andrés Pérez o Nicolás Maduro: el caracazo se ha amplificado en un venezolazo crónico; la máxima marxista según la cual la historia se repite dos veces, una como tragedia y la segunda como farsa, ha sido sobrepasada hace rato y se va transformando en una esfera grotesca que aplasta el augurado florecimiento.


Venezuela necesita instituciones democráticas junto a una gestión inteligente del petróleo para desarrollarse y redistribuir realmente su riqueza. Sin embargo, todo esto será imposible hasta que no se haga una reflexión integral.


Que el país con más reservas de petróleo del mundo sea uno de los más inseguros, con la mayor inflación y que más emigración genera, no es solo consecuencia de una eventualidad económica ni tampoco de la coyuntura política.

Los descomunales niveles de violencia no se explican únicamente con la crisis y los datos en años de relativa bonanza así lo manifiestan; Caracas suele aparecer en el primer o segundo puesto en los rankings de ciudades con más homicidios del mundo.


Los problemas acuciantes imponen también un estudio pormenorizado de la estructura social de Venezuela, incluyendo elementos aparentemente insignificantes con el fin de rever su historia y reescribir el futuro. Para frenar el arrastre de corrupción o de voracidad hace falta una visión crítica del pasado y de todos aquellos ingredientes de diferente magnitud que nutren ese lastre.


La pátina de los símbolos puede ser uno de esos elementos obstaculizadores: la omnipresencia de una bandera que tiñe cada expresión es un ejemplo; los venezolanos, llevando alguna prenda con los colores patrios, han desencadenado un merchandising que los envuelve en la desavenencia.


Cuando a esto se le agrega la exagerada figura de un Simón Bolívar improbablemente bolivariano, la justificación nacionalista se encarna y brinda ese ansiado respaldo casi religioso que se esfuma en cuanto lo urgentemente tangible comparece.


Los venezolanos seguramente tienen la capacidad de dejar de usar la bandera como una venda en los ojos y desplegarla como mantel en la mesa de negociaciones desde donde brotará el análisis desapasionado, la comprensión y un consenso básico acerca de ese paraíso terrenal descrito por Colón, pues, como la ciudad italiana que dio origen a su nombre, parece que se hunde, pero debe seguir a flote.

Hacia las profundidades de Venezuela

​Venezuela necesita instituciones democráticas junto a una gestión inteligente del petróleo para desarrollarse
Augusto Manzanal Ciancaglini
lunes, 11 de marzo de 2019, 16:58 h (CET)

Hace tiempo que las noticias acerca de Venezuela circulan por los medios de comunicación del mundo al mismo ritmo que los millones de venezolanos dejan el país. Antes era la confluencia de crudo e injerencia la que partía de la República Bolivariana.

La crisis económica, política y social se ha derramado hasta ser un asunto global que se vuelve un conflicto subsidiario. Cada actor va dejando claro las cartas que utilizará, pero, más allá del amontonamiento de intereses internos y externos, en algún momento el caos actual que se vive en el país caribeño deberá ser tratado desde su raíz.


Cipriano Castro, Carlos Andrés Pérez o Nicolás Maduro: el caracazo se ha amplificado en un venezolazo crónico; la máxima marxista según la cual la historia se repite dos veces, una como tragedia y la segunda como farsa, ha sido sobrepasada hace rato y se va transformando en una esfera grotesca que aplasta el augurado florecimiento.


Venezuela necesita instituciones democráticas junto a una gestión inteligente del petróleo para desarrollarse y redistribuir realmente su riqueza. Sin embargo, todo esto será imposible hasta que no se haga una reflexión integral.


Que el país con más reservas de petróleo del mundo sea uno de los más inseguros, con la mayor inflación y que más emigración genera, no es solo consecuencia de una eventualidad económica ni tampoco de la coyuntura política.

Los descomunales niveles de violencia no se explican únicamente con la crisis y los datos en años de relativa bonanza así lo manifiestan; Caracas suele aparecer en el primer o segundo puesto en los rankings de ciudades con más homicidios del mundo.


Los problemas acuciantes imponen también un estudio pormenorizado de la estructura social de Venezuela, incluyendo elementos aparentemente insignificantes con el fin de rever su historia y reescribir el futuro. Para frenar el arrastre de corrupción o de voracidad hace falta una visión crítica del pasado y de todos aquellos ingredientes de diferente magnitud que nutren ese lastre.


La pátina de los símbolos puede ser uno de esos elementos obstaculizadores: la omnipresencia de una bandera que tiñe cada expresión es un ejemplo; los venezolanos, llevando alguna prenda con los colores patrios, han desencadenado un merchandising que los envuelve en la desavenencia.


Cuando a esto se le agrega la exagerada figura de un Simón Bolívar improbablemente bolivariano, la justificación nacionalista se encarna y brinda ese ansiado respaldo casi religioso que se esfuma en cuanto lo urgentemente tangible comparece.


Los venezolanos seguramente tienen la capacidad de dejar de usar la bandera como una venda en los ojos y desplegarla como mantel en la mesa de negociaciones desde donde brotará el análisis desapasionado, la comprensión y un consenso básico acerca de ese paraíso terrenal descrito por Colón, pues, como la ciudad italiana que dio origen a su nombre, parece que se hunde, pero debe seguir a flote.

Noticias relacionadas

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

Gladio (espada en latín), fue el nombre que se le dio a la "red de agentes durmientes desplegados por la OTAN en Italia y preparados para entrar en acción en caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental", y serían la fuerza aliada que permanecería detrás de las líneas soviéticas para facilitar el contraataque.

El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto