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Un amplio mundo por explorar

El enorme poder curativo y terapéutico de los animales

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Si los animales hablaran, nos dirían que nos quieren, que desean ser queridos y dar mucho cariño. Que no los abandonemos porque ellos jamás nos dejarían a la intemperie ni a la sombra de una muerte cruel.


Por ello y por dignidad, estamos contra la Zooamafia, a la que España tan encarecidamente se presta en sus protectoras y perreras, enviando sus tesoros a los que casi nadie aprecia debidamente, a laboratorios de Holanda y Alemania. Véanse artículos e informes de Internet sobre Zoomafia. No estoy inventando nada, quede claro.


En una entrevista a mi amigo, el escritor valenciano Ángel Padilla en Diariovoz, de enero de 2019, comentaba que el hombre se encerró en las ciudades a vivir de una forma que le hace infeliz y paga su frustración con el más débil, los animales, que va llevando a las ciudades para hacerles sus esclavos.


Para los dueños del Cat Café de O Temple en A Coruña (Montse y Pedro), los gatos son la mejor compañía, su forma de comportarse es lo más relajante que el ser humano puede observar en su entorno.


Para la Realizadora de Tv, María del Carmen Varela y su madre Fisioterapeuta Aurora Rodríguez Toja, los animales deben ser respetados e integrados en los hogares como uno más, igual al humano.


La tauromaquia es un bestial crimen contra el que ni siquiera hay castigo a medida y por encima, es llamado arte y se les paga bien a los asesinos toreros, que incluso se codean con las más altas esferas sociales, y no es de extrañar, cuánto más tienes parece que menos valor humano posees, que menos vales ante los ojos de Dios y como persona.


Pero en serio, convivir con gatos o perros, es mejor que con personas, más sencillo y rentable emocionalmente.


La convivencia se hace hermosa, se relajan tus nervios, se levantan tus ánimos y eres capaz de luchar contra cualquier tormenta o tsunami.


Grandes amigos, verdaderos y hermosos, complacientes y relajantes. Gran virtud posee el que conoce esta realidad, por ello, los animalitos se merecen nuestros cuidados, nuestro gran respeto y buen amor.


Mi primer familiar gatuno estaba esperando en casa por mí cuando nací. Mi padre entró con una bebé en brazos y nuestro Bombay, un gato negro precioso se le acercó y le subió con sus patas por las piernas, estirando a todo dar su cuerpo y como queriendo verme la cara. Así me lo contaron.


Bombay murió con doce años, tenía yo tres y hoy, apenas lo recuerdo. Mi madre me contó que dormía en los pies de mi cuna y que era de mucha confianza, a su lado, no lloraba.


Michie vino poco después, lo encontrara mi madrina Maruja en los pasillos de un edificio de la Avenida Libertador de Caracas, y lo transportó a nuestro piso para darle de comer y recuperarle un poco la salud. Era un gato blanco con pequeñas manchas negras y de color beige claro en la punta del rabo y tendría unos siete años. Lamentablemente, tan solo vivió diez, pero de Michie sí que me acuerdo, era un muy travieso y se escondía detrás de las cortinas rojas y gruesas de las ventanas y sacaba por debajo de ellas sus espesas patas dispuestas a todo, a ganar a quiénes le jugaran por debajo o le echaran la mano al espeso y robusto lomo de color blanco polar.


No fue sino hasta los dieciséis años que volvimos a tener otro precioso minino. Pero esta vez se trataba de Minio Gregorio Pedro Manuel, nada más ni nada menos, el gato de mi adolescencia, que estudió conmigo en el colegio y la UCM, al que debo mis buenas notas.


Él se ponía frente a mí en la mesa de escritorio cuando estaba estudiando cualquier materia. Le encantaba revolcarse en el periódico que siempre dejaba mi madre en la vieja silla de la terraza, y escuchaba atentamente mis explicaciones, mis resúmenes de las lecciones. También me pedía tiernas caricias, con las que podía descansar al fin, de la pesada tarea de estudiar.


Siempre dije que Minio sería periodista, pues sentía fascinación por el papel, las plumas y los lápices.


Cuando me gradué en Ciencias de la Información, para mí, también se graduó él. Minio duró trece años, veinte días y siete horas y murió un domingo 7 de marzo de 1989. Fue un trago amargo que me costó superar con creces. La madrugada de su muerte, cual fenómeno paranormal, la casa se iluminó toda con una luz sobrenatural. Supongo que es una señal de que Minio se fue al cielo y no repetiría vida, no se reencarnaría nuevamente. Sus acciones, familiaridad y amor le salvaran y más siendo gato. Y es que los gatos son mejores que las personas. Créanme. Por eso mi obra es para ellos, ellos, ellos.


Reconozco que mi Minio marcó positivamente mi vida dándole sentido para el resto de ella.


A los dos meses de morir Minio, llegaron Minia y Pochita. Y afortunadamente, porque en casa estábamos sumidos en una profunda e irreversible depresión. Estas hermanitas nos levantaron el ánimo y devolvieron la vida. Tendrían tres días de nacidas cuando entraron en casa y nuestra preocupación por salvarles atenuó nuestro luto por Minio.


Debo confesar, sin dar demasiadas explicaciones, que mi vida fue complicada, pero gracias a ellos jamás tomé pastillas para los nervios y mis relaciones en general fueron mejores.


Doy fe en persona de su amplio poder terapéutico. Soy la prueba, pero hay muchísimas más: terapias con burros que dan resultados, perros con gente con problemas que progresan en su enfermedad, y un largo etcétera.

Y así termino este artículo de gatos, siempre presentes en mi vida, desde la cuna, siempre ayudándome gatuna y gratuitamente. Por eso sé que ellos y otros animales son terapia y familia, de la segura y buena, de la que no te abandona y te regala buenas ideas.


Además, los burros, caballos y perros se merecen tener la oportunidad de demostrar lo que valen, los beneficios y amor que pueden aportar al hombre tan minado hoy día por problemas, enfermedades, corrupción, fracasos o frustraciones.

No nos arrepentiremos si los tomamos en cuenta para ser parte de nuestras vidas y preocuparnos por ellos durante toda la suya. 

El enorme poder curativo y terapéutico de los animales

Un amplio mundo por explorar
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
miércoles, 13 de febrero de 2019, 08:39 h (CET)

Si los animales hablaran, nos dirían que nos quieren, que desean ser queridos y dar mucho cariño. Que no los abandonemos porque ellos jamás nos dejarían a la intemperie ni a la sombra de una muerte cruel.


Por ello y por dignidad, estamos contra la Zooamafia, a la que España tan encarecidamente se presta en sus protectoras y perreras, enviando sus tesoros a los que casi nadie aprecia debidamente, a laboratorios de Holanda y Alemania. Véanse artículos e informes de Internet sobre Zoomafia. No estoy inventando nada, quede claro.


En una entrevista a mi amigo, el escritor valenciano Ángel Padilla en Diariovoz, de enero de 2019, comentaba que el hombre se encerró en las ciudades a vivir de una forma que le hace infeliz y paga su frustración con el más débil, los animales, que va llevando a las ciudades para hacerles sus esclavos.


Para los dueños del Cat Café de O Temple en A Coruña (Montse y Pedro), los gatos son la mejor compañía, su forma de comportarse es lo más relajante que el ser humano puede observar en su entorno.


Para la Realizadora de Tv, María del Carmen Varela y su madre Fisioterapeuta Aurora Rodríguez Toja, los animales deben ser respetados e integrados en los hogares como uno más, igual al humano.


La tauromaquia es un bestial crimen contra el que ni siquiera hay castigo a medida y por encima, es llamado arte y se les paga bien a los asesinos toreros, que incluso se codean con las más altas esferas sociales, y no es de extrañar, cuánto más tienes parece que menos valor humano posees, que menos vales ante los ojos de Dios y como persona.


Pero en serio, convivir con gatos o perros, es mejor que con personas, más sencillo y rentable emocionalmente.


La convivencia se hace hermosa, se relajan tus nervios, se levantan tus ánimos y eres capaz de luchar contra cualquier tormenta o tsunami.


Grandes amigos, verdaderos y hermosos, complacientes y relajantes. Gran virtud posee el que conoce esta realidad, por ello, los animalitos se merecen nuestros cuidados, nuestro gran respeto y buen amor.


Mi primer familiar gatuno estaba esperando en casa por mí cuando nací. Mi padre entró con una bebé en brazos y nuestro Bombay, un gato negro precioso se le acercó y le subió con sus patas por las piernas, estirando a todo dar su cuerpo y como queriendo verme la cara. Así me lo contaron.


Bombay murió con doce años, tenía yo tres y hoy, apenas lo recuerdo. Mi madre me contó que dormía en los pies de mi cuna y que era de mucha confianza, a su lado, no lloraba.


Michie vino poco después, lo encontrara mi madrina Maruja en los pasillos de un edificio de la Avenida Libertador de Caracas, y lo transportó a nuestro piso para darle de comer y recuperarle un poco la salud. Era un gato blanco con pequeñas manchas negras y de color beige claro en la punta del rabo y tendría unos siete años. Lamentablemente, tan solo vivió diez, pero de Michie sí que me acuerdo, era un muy travieso y se escondía detrás de las cortinas rojas y gruesas de las ventanas y sacaba por debajo de ellas sus espesas patas dispuestas a todo, a ganar a quiénes le jugaran por debajo o le echaran la mano al espeso y robusto lomo de color blanco polar.


No fue sino hasta los dieciséis años que volvimos a tener otro precioso minino. Pero esta vez se trataba de Minio Gregorio Pedro Manuel, nada más ni nada menos, el gato de mi adolescencia, que estudió conmigo en el colegio y la UCM, al que debo mis buenas notas.


Él se ponía frente a mí en la mesa de escritorio cuando estaba estudiando cualquier materia. Le encantaba revolcarse en el periódico que siempre dejaba mi madre en la vieja silla de la terraza, y escuchaba atentamente mis explicaciones, mis resúmenes de las lecciones. También me pedía tiernas caricias, con las que podía descansar al fin, de la pesada tarea de estudiar.


Siempre dije que Minio sería periodista, pues sentía fascinación por el papel, las plumas y los lápices.


Cuando me gradué en Ciencias de la Información, para mí, también se graduó él. Minio duró trece años, veinte días y siete horas y murió un domingo 7 de marzo de 1989. Fue un trago amargo que me costó superar con creces. La madrugada de su muerte, cual fenómeno paranormal, la casa se iluminó toda con una luz sobrenatural. Supongo que es una señal de que Minio se fue al cielo y no repetiría vida, no se reencarnaría nuevamente. Sus acciones, familiaridad y amor le salvaran y más siendo gato. Y es que los gatos son mejores que las personas. Créanme. Por eso mi obra es para ellos, ellos, ellos.


Reconozco que mi Minio marcó positivamente mi vida dándole sentido para el resto de ella.


A los dos meses de morir Minio, llegaron Minia y Pochita. Y afortunadamente, porque en casa estábamos sumidos en una profunda e irreversible depresión. Estas hermanitas nos levantaron el ánimo y devolvieron la vida. Tendrían tres días de nacidas cuando entraron en casa y nuestra preocupación por salvarles atenuó nuestro luto por Minio.


Debo confesar, sin dar demasiadas explicaciones, que mi vida fue complicada, pero gracias a ellos jamás tomé pastillas para los nervios y mis relaciones en general fueron mejores.


Doy fe en persona de su amplio poder terapéutico. Soy la prueba, pero hay muchísimas más: terapias con burros que dan resultados, perros con gente con problemas que progresan en su enfermedad, y un largo etcétera.

Y así termino este artículo de gatos, siempre presentes en mi vida, desde la cuna, siempre ayudándome gatuna y gratuitamente. Por eso sé que ellos y otros animales son terapia y familia, de la segura y buena, de la que no te abandona y te regala buenas ideas.


Además, los burros, caballos y perros se merecen tener la oportunidad de demostrar lo que valen, los beneficios y amor que pueden aportar al hombre tan minado hoy día por problemas, enfermedades, corrupción, fracasos o frustraciones.

No nos arrepentiremos si los tomamos en cuenta para ser parte de nuestras vidas y preocuparnos por ellos durante toda la suya. 

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
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